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Susan Crowley

30/07/2021 - 12:03 am

Sexo, mentiras y Netflix

Con esta vuelta de tuerca “de gran astucia”, Netflix premia a sus fans que no sólo se chutan los insufribles 8 capítulos si no que además claman por una segunda temporada.

Cartel de la serie "Sexo y Vida" de Netflix.
“La trivialidad de Sexo y Vida molesta y podría hacerla olvidable si no fuera porque resulta alarmante que, al paso de los capítulos, descubrimos que las mujeres no son más que objetos sexuales y los hombres una punta de bestias misóginas”. Foto: Netflix

¿Qué ocurre en la mente de tantos espectadores que, sin saberlo, son los nuevos conejillos de indias de Netflix?, ¿cuáles son sus anhelos, deseos y represiones? Merodear en nuestro inconsciente se ha vuelto la fórmula de éxito de esta empresa.

Las 50 sombras de Grey, aquella exitosa saga de simulada trasgresión sexual parecía haber agotado el ansia calenturienta y estéril de los consumidores. Pero no fue así. El público de hombres y especialmente mujeres de cierta edad, condición económica y que tienen en común estar aburridos y pasar de todo, pidió más. Netflix complace su exigencia, se llama Sexo y Vida. Con esta serie la exitosa empresa no proporciona ni un poco más de calidad o contenido. No pretende cambiar la vida de nadie, se trata sólo de entretener. Fugarse capítulo tras capítulo. Ese es el logro de los creativos, llevar al espectador a consumir productos de mínima calidad y, de preferencia, desechables.

Veamos de qué va la cosa. Billie es una mujer sexy, con apetito carnal reprimido y ansias de libertad. Es amorosa madre y esposa de Cooper, una especie de Ken, aquel novio de Barbie, estúpidamente guapo. No, perdón, es estúpido y guapo; el ejemplo de lo que todos quieren ser: un Adonis bondadoso, tierno y con una sonrisa de dientes perfectos. Atiende sus exitosos negocios en el barrio financiero de Manhattan, mientras su fiel mujercita empieza a sufrir una insatisfacción que la desvela. Por las noches, mientras su muñequito duerme a pierna suelta, Billie lleva un diario en su computadora, en el revela sus más secretas y encendidas fantasías.

Prisionera en un estatus que muchas mujeres soñarían, con una mansión tipo catálogo de Crate & Barrell, Billie amamanta a su bebé mientras recuerda su otrora “vida loca” por los antros de la urbe de hierro en compañía de su examante Brad, otro portento que hace salivar a las espectadoras-víctimas. Pero Brad era ¡muy maaaalo! e incluso sádico; en realidad el amante actúa como si todo le diera güeva y anunciara tintes Clairol en medio de absurdos raptos de violencia en los que se desquitaba con Billie. Aún así, ella lo amaba. Pero hay más, Billie también echa de menos su cátedra de psicología en la universidad en un auditorio de más de cien universitarios. O sea, nuestra protagonista, no solo es sexy y cachonda, además es bien inteligente, aunque en cada escena se empeñe en demostrar lo contrario.

En resumen, esta heroína es una mujer libre que, “paradójicamente”, se dejó atrapar por una vida feliz de fotonovela que la tiene infeliz, un salto cuántico en materia de psicología humana. A la mitad del primer capítulo la indiferencia de Cooper la atormenta, entonces se autosatisface electrónicamente y, paso seguido escapa con todo y bebé y carriola a deambular por las calles del SOHO. Melancólica, como si de una protagonista de Jane Austin se tratara, evoca su lejana felicidad a través de flash backs pretendidamente eróticos que, sinceramente, no deberían producir ningún estímulo en los y las espectadoras. Hasta ahí, ¿por qué enredarse con Sexo y Vida? La respuesta es, como el entretenimiento es una fórmula que está pensada para funcionar, el bobo marido lee el diario de su esposa, final de capítulo e inicio de la pesadilla de Billie y de cualquier espectador con dos dedos de cerebro. Con esta vuelta de tuerca “de gran astucia”, Netflix premia a sus fans que no sólo se chutan los insufribles 8 capítulos si no que además claman por una segunda temporada.

Sexo y Vida aborda la rutina de un matrimonio, ¿cuántas veces este tema fue llevado al cine por geniales directores de la talla de Ingmar Bergman, Woody Allen o Steven Soderbergh en Sexo, Mentiras y Video? Pero la mediocridad, las malas actuaciones, la frivolidad con la que se tratan los temas y la cantidad de clichés la vuelven un bodrio. Inexplicablemente tiene cada vez más rating. ¿En que empatiza Billie con su audiencia?, ¿en el aburrimiento?, ¿en la estupidez?, ¿en el vacío?, ¿en la frivolidad?, ¿en todas las anteriores juntas? Tal vez es la catalizadora del inconsciente de una sociedad que prefiere sublimar las emociones frente a una pantalla que atreverse a experimentar la vida. Es más fácil enredar a los personajes en una trama tediosa y predecible con conflictos insulsos e intrascendentes, que llevar al espectador a cuestionarse.

La trivialidad de Sexo y Vida molesta y podría hacerla olvidable si no fuera porque resulta alarmante que, al paso de los capítulos, descubrimos que las mujeres no son más que objetos sexuales y los hombres una punta de bestias misóginas. Escena tras escena el abuso, la infidelidad, el machismo, la humillación se hacen patentes en contra de la protagonista que como veleta no opone resistencia. Este tipo de temas fueron más que explotados en los años ochenta en pésimas películas que se volvieron iconos de mi generación.

Recuerdo las peores, Nueve Semanas y Media o Atracción Fatal, tramas que se reducían al sadomasoquismo light volviéndonos remedos de sus protagonistas. Lo triste es que terminamos pagando el precio de vivir y actuar como clichés de un cine deplorable. Es increíble que mujeres más jóvenes e informadas sigan consumiendo historias de este tipo. A pesar de ser bobas, muestran un perfil de consumidores dispuestos a seguir sometidos sin exigir más calidad de contenidos.

Recompensar a los fracasados con historias de éxito, vengar a los oprimidos y ahora exhibir a los jóvenes, ricos y sin problemas reales es la forma en la que Netflix se ha colado como un bien de primera necesidad explotando las pulsiones con una pornografía edulcorada. Con sus impresionantes estudios de mercado, como si de un agente de Pegassus se tratara, la empresa es capaz de meterse en las casas y en la intimidad de los espectadores; incluso hasta dentro de sus sábanas para detectar cuáles son sus necesidades de consumo. Con el éxito de esta serie, queda probada la fórmula, ¿para qué dar más?

A pesar de su éxito, Sexo y Vida pasará sin pena ni gloria, como tantas otras series y películas hechas para complacer de manera inmediata. Si bien los medios masivos se crearon con la idea de entretener, y ya que pasamos tanto tiempo frente a ellos, llega el momento de pensar en calidad y no en cantidad. Ante la invasión de una estética complaciente con lo inmediato, superficial y ramplona, habría que reflexionar profundamente quiénes somos y en qué nos hemos convertido en una era en la que nos empeñamos en traicionar nuestra capacidad única de pensar, sentir y amar por nosotros mismos.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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