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Sandra Lorenzano

30/10/2022 - 12:03 am

Bordar la memoria para romper el silencio

“Memoria y silencio que han sido y son también silenciamiento, brutal borramiento de saberes antiguos. Y sin embargo allí están, allí siguen. Y somos muchas las mujeres cada vez más dispuestas a escucharlos, a retomarlos, a valorarlos”.

Foto: Gabriela Pérez Montiel, Cuartoscuro

¿Cómo aguja, hilo y tela pueden transformarse en armas contra la opresión? Bordando. Amar, pensar, crear. Trasgredir el papel de bordar, que históricamente ha servido para reforzar el lugar en el que se espera que las mujeres estemos: dentro de casa, en silencio, invisibles.

Mercy Rojas Arias

Bordar se vuelve entonces un arma moral.

Francesca Gargallo

Quisiera empezar con un muy bello poema de la poeta purépecha Rubí Tsanda Huerta titulado “Retoño”:[1] 

Cabellos arraigados a la ancestralidad,
Exhalo de mi alma el perfume de las flores
Mis oídos se inundan con el canto de los pájaros
Mi cabello trenzado se realiza, mi piel color de la tierra
Soy quien nació en mano de las parteras, el resultado del pronóstico cósmico
Y de la alineación de los planetas
A mí me han entregado el candado del silencio de mis antepasados que con mis palabras intento abrir.
Soy quien borda en pedazos de manta la memoria de mis abuelos
Soy el retoño que brota de aquel árbol viejo
Soy la semilla que colocaron en el vientre de la tierra
Mi piel más que piel es mi ropa
Ropa de un pueblo que lucha contra la extinción.

Me detengo en estos versos: A mí me han entregado el candado del silencio de mis antepasados que con mis palabras intento abrir.

En torno a estos dos términos: silencio / palabra, a estos dos misterios se construye nuestra vida. Venimos del silencio y hacia él vamos, y entre ambos momentos tejemos un puente. Un puente de palabras para abrir el silencio, como lo dice la poeta, un puente de arrullos, de poesía que pasa de boca en boca, de música, de abrazos. Un puente que se va creando en los espacios compartidos en torno al gesto antiguo que acompaña la aguja: Soy quien borda en pedazos de manta la memoria de mis abuelos. De mis abuelas. De mis ancestras.

Aquí el silencio de los antepasados es, más que silencio, silenciamiento, opresión. El pretendido borramiento de los antepasados, por ser indígenas (y uso este término aun a sabiendas de las complicaciones que tiene), y de las ancestras, por ser indígenas y además mujeres, está en la raíz del poema de Rubí. Las palabras que intentan abrir el candado de ese silencio, son así palabras de resistencia, de lucha, palabras que surgen con orgullo en una de las 68 lenguas indígenas que se hablan en México. El purépecha se convierte entonces en seña de identidad abierta, orgullosa.

Como explica la pensadora mixe Yásnaya Elena Aguilar, sin negar la masacre que significó la conquista para las culturas originarias de nuestro continente, no podemos seguir ignorando la política de exterminio llevada a cabo por los propios estados nacionales. Los datos dicen que en 1882 (tres siglos después de la llegada de Hernán Cortés), más del 75 por ciento de la población hablaba alguna lengua indígena, hoy la habla menos del ocho por ciento. Es decir que fue el Estado nacional el principal criminal contra la diversidad cultural, el principal artífice del etnicidio, bajo la idea compleja y contradictoria del “mestizaje”.[2]

Memoria y silencio que han sido y son también silenciamiento, brutal borramiento de saberes antiguos. Y sin embargo allí están, allí siguen. Y somos muchas las mujeres cada vez más dispuestas a escucharlos, a retomarlos, a valorarlos.

Les invito a disfrutar de algunos ejemplos de bordadoras y poetas:

Empiezo con Maruch Méndez, artista maya/tsotsil, originaria de San Juan Chamula, Chiapas, quien ha escrito sobre su relación entre creación y lengua:  “En el barro, encontré una manera de ser escuchada sin la necesidad de hablar el español, en ella puedo emitir mí canto, mis gestos, mi risa, mi voz, y la historia de mi comunidad.[3]

Su obra textil formó parte, entre otras, de la exposición “Maternar, Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, organizada por el MUAC de la UNAM, cuyo catálogo puede verse en línea.[4]

Foto: Maruch Méndez, MUAC. Exposición: “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”

Pero volvamos a los versos de Rubí Tsanda. ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de poesía? ¿Y cuando ésta ha sido creada por mujeres en lenguas indígenas? No es diferente cuando hablamos de bordados, de tejidos, de cestería. Estamos hablando de saberes otros, de saberes alternativos, disidentes, de saberes oblicuos. De creaciones en las que lo comunitario puede tener tanto peso como lo individual.

Y estos saberes oblicuos (la “mirada oblicua” reivindicada por el feminismo como otro modo de mirar la realidad, alejada de los cánones y saberes hegemónicos) o fronterizos, han estado allí siempre. Hoy las mujeres reivindicamos estos saberes antiguos, que nos han acompañado desde tiempos inmemoriales, saberes ancestrales que están pasando del ámbito íntimo y doméstico al espacio público, mostrando la fuerza de la comunidad para cuidar -tan importante que resulta en estas épocas, con respecto al género, la noción de cuidado-, lo que implica cuidar el silencio y las palabras, para que no se quiebre el puente que tejemos entre ambos momentos de las vida, para que no se quiebre la memoria, como planteaba la poeta.

“La pregunta generativa del arte textil feminista no es ¿quién soy yo? sino ¿quiénes somos nosotras? Cambiando de una dimensión individual a explorar la identidad colectiva de las mujeres.”[5]

La poeta de lengua maya kaqchikel Caly Domitila Kanek, seudónimo literario de Calixta Gabriel Xiquin, borda también sobre estos temas. Caly se refugió siendo muy joven en Estados Unidos después del secuestro y asesinato de tres de sus hermanos y vivió allí entre 1981 y 1988.

No olvidemos que el llamado genocidio guatemalteco, o “genocidio maya”, ocurrió en la década de 1980, especialmente entre 1981 y 1983, en la región petrolera del Triángulo Ixil y tuvo un saldo de alrededor de 200 mil personas asesinadas / desaparecidas, según datos del informe “Memoria del silencio”, de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, nombrada por Naciones Unidas para investigar los hechos ocurridos durante el período de la Guerra Civil (1960-1996).

Mujeres tejedoras de energías

Mujeres herederas de la abuela luna,

Mujeres que con sus palabras transforman pensamientos y vidas

Mujeres escritoras, artistas, tejedoras, músicas de todas las dimensiones,

 

Mujeres todas.

Mujeres de ayer que dejaron sus huellas selladas sobre

piedras y en códices.

 

Abuelas:

Ixmukane’ IxkakaoIxchel,

Ixq’anil

y abuelas de otras culturas:

La búfalo blanco del Norte,

Cigarro borinqueño,

La serpiente azteca…

(…)

Que se levanten nuestras abuelas dormidas,

que se despierten los espíritus.

Todos a celebrar con ceremonia nuestro día,

B’eleje’ B’atz, día de la madre tierra,

día de la energía femenina,

día de la vida para recibir la luz del tiempo y del espacio.

Día de la purificación y de transformación personal,

día de la convivencia, armonía y de paz

 

También aquí tenemos lo ancestral, las abuelas, lo colectivo como origen del conocimiento, el empoderamiento femenino.

Hablar de los saberes femeninos que las mujeres estamos trayendo a espacios de donde han sido históricamente excluidos, como las universidades, es un modo de construir nuevas narrativas, que permitan no sólo visibilizar “otros modos de ser”, como escribe Rosario Castellanos, sino también crear redes que vayan más allá de lo comunitario o lo local o regional.

La querida y extrañada Francesca Gargallo, pensadora, escritora y activista nacida en Sicilia, pero mexicana por pasión y corazón, propone en su libro Las bordadoras de arte[6]:

“Colocar intereses distintos, proponer al mundo las sensaciones producidas por esas prácticas que el sistema patriarcal no considera bellas artes porque las realizaban principalmente mujeres. El bordado, el tejido, el ganchillo, el encaje, el arreglo de los espacios de convivencia, las caligrafías, el decorado mural y de los muebles, la cerámica, la cocina, la jardinería, las manualidades, las canciones de cuna no sólo son artes si se hibridan con actividades canonizadas por la producción masculina.”

“Hormigas bordadoras”. Foto: Facebook @oaxwomen

Cierro estas líneas con el trabajo del colectivo Hormigas bordadoras, formado por mujeres de la comunidad de San Francisco Tanivet, Oaxaca, México, quienes a través de sus bordados buscan “generar un vínculo de comunicación mediante el arte entre quienes viven en el pueblo y las y los paisanos que han tenido que emigrar a EU”.

De los 10.9 millones de personas nacidas en México y que viven en Estados Unidos, según datos de 2019, más de un millón 200 mil son originarias del estado de Oaxaca.

De ahí la fuerza de ese sutil pero poderoso mensaje que vemos en sus trabajos: “En nuestros bordados expresamos nuestras alegrías, angustias y en ocasiones el dolor de la ausencia”.[7]

Así, bordar es también un modo de tener cerca a nuestros ausentes, de hacerlos presentes, de darles nombre, historias y sueños. Como en nuestros “Bordados por la paz”. Nacidos en 2011 alrededor del colectivo “Fuentes Rojas” que acompañó al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, comenzaron a extenderse como señal de denuncia y a la vez de memoria. En las plazas, en las calles, comenzaron a reunirse grupos de personas que bordaban y aún bordan sobre pañuelos blancos los nombres de los desaparecidos y asesinados.

En 2013, en la Estela de la Luz fueron colocadas 15 mantas con bordados que recuerdan a victimas desaparecidas o asesinadas a causa de la violencia en todo el país. Foto: Diego Simón Sánchez, Cuartoscuro

“Como la aguja que entra en la tela, la persona que se presenta a bordar penetra en el tejido social. Se mete a la calle como punzón enhebrado de voluntad en todo el colectivo humano. Bordar se vuelve entonces un arma moral.”[8]


[1] Tsïkintskua, Rubí Tsanda

Juchiti eratsïkuecha jupindakuarsïndi jauiri iorhaticharhu / Jirejtasïnka tsïtsïkicheri p’untsúmikua / Kurhantisïnka piréni ts’itíchani Enkani tepejtsïka, juchiti jauiri tepekatargu tepekuarsïndi irekuarikua / Jintsïnisï naná iurhíxicha juajti, jóskua, jurhíata ka naná kutsíri sesikua jimpo / Jintsïni arhíjti eskani mítaaka juchari uandakuani enka míkuarhitini jaka pínhaskakuarhu / Jisïni sïrikujka takusïrrhu ióntki anapu ambe, miántskuechani ka uandántskua juchiti tatitecheri / Ji tsïkintaxaka… / Jintsïni jatsïntasti, ka ikarantatijtsïni / Xaxeska eska echeri, ka juchiti k’uiripita jindesti juchiti xukuparhakua Xukuparhakua enka / kuajpekuarijka para juchári ireta no k’amakurhini.

[2] Yásnaya Elena Aguilar Gil, Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, México, Almadía, 2020.

[3] En https://www.galeriamuy.org/artistas/maruch-mendez/

[4] “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción” https://muac.unam.mx/exposicion/maternar

[5] En

https://mottainaizgz.blogspot.com/2017/04/mercy-rojas-el-placer-escencial-de-ser.html

[6] Francesca Gargallo, Las bordadoras de arte, México, Viceversa, 2020.

[7] En https://cimacnoticias.com.mx/noticia/muestran-con-bordados-oaxaquenos-historias-de-migrantes/

[8] Francesca Gargallo Celentani, Bordados de paz, memoria y justicia. Acciones de disenso ante la violencia, Guadalajara, Grafisma, 2014. Disponible en https://archive.org/details/BordadosDePaz/page/n49/mode/2up

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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