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Redacción/SinEmbargo

21/11/2014 - 10:19 am

Hartos de promesas y resultados vacíos

La movilización de ayer fue una de las más importantes y significativas desde que Javier Sicilia Zardain encabezara un movimiento para generar conciencia sobre la gran tragedia que se vive en suelo mexicano. Quizás desde entonces es que el país no sufría una sacudida tan fuerte y profunda. Claramente se confirmó, este jueves, que no es […]

La movilización de ayer fue una de las más importantes y significativas desde que Javier Sicilia Zardain encabezara un movimiento para generar conciencia sobre la gran tragedia que se vive en suelo mexicano. Quizás desde entonces es que el país no sufría una sacudida tan fuerte y profunda. Claramente se confirmó, este jueves, que no es un movimiento de las clases populares o de las altas, sino una acción de todos, porque todos tienen los mismo problemas y las mismas razones para salir las calles.

La inseguridad es una de estas razones. Pero también está el tema de la corrupción. Una parte de las consignas de los indignados de ayer se refería a la trágica desaparición de 43 normalistas, el 26 de septiembre, en Igual, Guerrero. Y otra gran parte hablaba de la “casa blanca” o de las sospechas que hay de que este gobierno y los anteriores han hecho todo para evadir la rendición de cuentas y la transparencia.

Ese segundo reclamo no debe echarse en saco roto. Ese segundo reclamo no solamente es para el Presidente Enrique Peña Nieto, sino también para los partidos que privilegiaron las llamadas “reformas estructurales” por encima del reclamo justo de gobiernos transparentes y alejados de la corrupción.

Tan lejanos están los partidos –sobre todo los opositores– de los ciudadanos, que no se dieron cuenta que antes de una Reforma Fiscal o Energética, los mexicanos tienen años y décadas exigiendo que se atienda el problema de corrupción que alcanza a todos y afecta a todos. Es un problema moral, una enfermedad extendida.

Y, bueno, está el tema de la inseguridad. Los partidos pudieron atorar al Presidente y decirle que NO se le aprobaría ninguna de sus reformas sin que antes mostrara resultados en el combate a la violencia.

Ahora, el gobierno está entre la espada y la pared. Tiene pocas posibilidades de salir airoso de esta crisis política. Pero una de ellas podría ser contener todos sus impulsos naturales y anunciar la gran cruzada contra los delincuentes: los que se esconden en sus propias oficinas (los corruptos) y los que asesinan en las calles.

Pero las razones parecen no cruzar los muros construidos en torno al gobierno.

Si existiera tal complot “para desestabilizar al gobierno”, deberían analizar que los conspiradores son millones: los mismos que salen a votar cada año y que están hartos de promesas y resultados vacíos.

 

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