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Ramiro Padilla Atondo

12/01/2015 - 12:00 am

Humorismo suicida

El mundo se acerca a un choque de civilizaciones. Al parecer de eso se trata todo esto. De una ecuación simplificadora. Los buenos versus los malos donde los malos son los buenos y viceversa. Cuando un evento de cierta magnitud ocurre, una bruma se instala de manera inmediata sobre el evento. Nos apresuramos a juzgar, […]

El mundo se acerca a un choque de civilizaciones. Al parecer de eso se trata todo esto. De una ecuación simplificadora. Los buenos versus los malos donde los malos son los buenos y viceversa. Cuando un evento de cierta magnitud ocurre, una bruma se instala de manera inmediata sobre el evento. Nos apresuramos a juzgar, a emitir opiniones sin conocer las implicaciones más profundas.

La burla puede servir de catarsis en momentos de crisis, pero, para que la burla sea burla tiene que tener de manera necesaria un destinatario. Y quizá este destinatario por una suma de razones o circunstancias no esté de humor para ser objeto de  estas burlas de manera sistemática. Imaginemos por un momento que hay un suplemento igual en nuestro país, cuya especialidad es burlarse de los capos del narcotráfico.

Que en aras de la libertad de expresión se burlen de ellos un día sí y otro también. ¿Habría una respuesta por parte de los burlados? Creo de manera definitiva que sí. El crimen es injustificable para nosotros, pero justificable para ellos. Ese es el meollo del asunto.

La masacre tiene que ver con distintas concepciones del mundo. La barbarie no es justificable bajo ninguna circunstancia, eso lo tenemos claro nosotros, no ellos (valga la redundancia). Europa occidental ha aprendido a burlarse de todo y de todos. Está implícito esto en su tradición. Pero el mundo no es plano. En nuestros días, hay miles de millones de personas que viven en la ignorancia. Y no se puede esperar que alguien que ha crecido en un ambiente de poca reflexión, reaccione como reaccionaría cualquier occidental. No hay nada más terrible que un idiota con un fusil.

Tampoco podemos caer en groseras generalizaciones. Umberto Eco en su libro Cinco escritos morales, ejemplificaría el caso. Una oleada de inmigrantes albanos llega a Italia. Por supuesto que entre ellos hay un par de ladrones. Eso no significa que todos los albanos son ladrones.

El asunto es mucho más complicado de lo que parece, porque hay un lenguaje del poder, hay un dueño del lenguaje de manera definitiva, que crea una percepción de lo que es bueno o lo que es malo. Bombardear una aldea llena de mujeres y niños es un caso que no genera mayor resquemor. Vamos, son acciones preventivas justificadas, aunque las mujeres y los niños mueran porque un par de fanáticos se escondan entre ellos. Su vida no tiene el mismo valor porque no se tienen los recursos, ni cabilderos para hacerse notar. Su error fue haber nacido en un país donde la ignorancia es la regla.

Lo cierto es, que los humanos nos hemos matado desde siempre. Lo que sucede es que los progresos tecnológicos no han ido de la mano de los progresos sociales. Antes un general o un rey comandaban sus ejércitos. Hoy visten traje y corbata, deciden desde una oficina lujosa el destino de miles de seres humanos que no tienen la menor idea de lo que se les avecina.

Igual pasa con los extremistas. En nombre de la fe asesinan mutilan e implantan el terror. Extremos de la misma cuerda. La explotación del temor por el otro. La lucha descarnada por el poder, por los medios que se consideren necesarios.

Un radical sigue órdenes, no las analiza. Así funciona el mundo. Imaginen a un  ejército que de repente decida dejar las armas. Pronto habría una multitud queriendo remplazarlos. Porque hasta eso, la estupidez humana tiene cierta estructura. Mucha gente quiere participar de ella.

La libertad de expresión es un derecho ganado con sangre. Es terrible perder la vida ejerciéndolo. En México lo sabemos, estamos en los primeros lugares en periodistas asesinados.

La gran interrogante es que hacer en estos casos. Ahora es claro que si provocas a un perro bravo todos los días, acabará por morderte. Puedes decir que tienes todo el derecho de provocar a ese perro bravo, el problema es que el perro no entiende. Ese es el quid del asunto.

Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y el portal 4vientos.

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