México

CRÓNICA | No cree en el COVID-19. Usará una hierba si se enferma, dice. No puede ir a casa porque no tiene

31/03/2020 - 12:03 am

Autoridades mexicanas han anunciado que las actividades no esenciales se detendrán en el país hasta el 30 de abril. Efraín no escuchó. No puede. No quiere. Dice que la soledad es de las cosas más terribles en la capital. Le duele más que el hambre. Del estómago vacío se olvida. Dice que no le entra el bistec que le regalaron en la mañana. Sólo le entra el Tonayán. Va a correr al Oxxo. Comprará “matadero” y volverá a tirarse en el suelo.

Ciudad de México, 31 de marzo (SinEmbargo).– “¿Cómo ve lo del virus?”, le pregunto a Efraín. “¿Lo del pinche coronavirus ese? No es cierto. Es pura farsa”, me responde. El hombre dice que si se llega a enfermar, tratará de comprar una hierba para curarse. Él es de los miles que no pueden ir a casa, pues no tiene una. Entre las mejores almohadas que puede hallar se encuentra el concreto en la periferia del Zócalo y la madera pintada de verde en la Alameda Central de la Ciudad de México. ¿Paredes que lo protejan? Las que se tope en el día. En la noche, asegura, buscará un lugar oscuro para meterse. Se dormirá sin lavarse la manos. Se dormirá con el estómago lleno de alcohol.

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El 12 de diciembre de 2017 conocí a “El After” en la plancha de la Alameda Central. No recuerdo si fue al primero que le hablé ese día o se unió a alguna de las conversaciones. Lo que sí recuerdo es que se asumió como una especie de “guardián”. Uno de sus compas trató de arrebatarme la cámara y él lo paró en seco: “con el güero no te metas, él vino a entrevistarnos”. También recuerdo que antes de despedirnos sacó una pulsera rojiblanca, la colocó alrededor de mi muñeca derecha y le prendió fuego para que quedara bien puesta. Tuve esa pulsera durante más de dos años, incluso después de que comenzara a apestar a humedad.

Hoy, dos años y cuatro meses después, fui a buscar a “El After”. Él dormía en la calle en aquel diciembre de 2017. Me entró la necesidad de saber cómo estaba. Quise saber si seguía durmiendo allá afuera, exponiéndose al hambre, a las drogas, a la violencia y, hoy, a la pandemia que ha matado a más de 33 mil personas en el mundo.

Pulsera rojiblanca. Foto: Especial.

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Efraín me cuenta que domina el arte de hacer tortillas. Tres décadas trabajando con la maquinaria lo avalan, dice. Hasta hace poco dormía en la bodega del lugar en el que chambeaba, pero luego amenazaron a su jefe y él terminó sin trabajo, sin dinero y sin techo. Hoy busca juntar unos pesos para correr a la tienda más cercana y comprar una dosis de “matadero”, como él le dice al Tonayán. A Efraín lo vi vagando frente al Hemiciclo a Juárez. Caminé detrás de él durante varios minutos. Vi que pedía dinero. Vi que tropezaba con sus propios pasos. Vi que se llevaba las manos llenas de tierra al rostro en plena contingencia.

“Ando bien crudo”, dice. Luego se ríe. “No llevo tanto en la calle. Me corrió mi patrón, pinche chaparro. Ahorita no tengo un lugar para quedarme. Me quedo en la calle. Me quedo tirado por allá. Me quedo en lugares oscuritos. Ahí me meto y ya. En la noche hace frío. Andaba descalzo, conseguí estos tenis”, agrega mientras señala a su “nuevo” calzado azul.

“¿No le da miedo el coronavirus?”, le pregunto. “¿Por qué tener miedo? No tengas miedo porque más te va dar”, añade. Luego, antes de opinar sobre Andrés Manuel López Obrador, desvía la conversación. Dice que tenía un celular pero lo vendió en 300 pesos. “El Presidente no lo puso (el virus), lo puso la gente. No creo en eso. El pinche Presidente está loco. Me cae chido el pinche López Obrador. Se porta chido ese güey. Yo voté por él”, asegura.

A menos de dos kilómetros de distancia, en el Palacio Nacional, Hugo López-Gatell Ramírez​, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, informará en unas horas que ya van 28 muertos en el país por el COVID-19. También pedirá, otra vez, que nos quedemos en casa. Dirá que la última oportunidad se agota. Efraín, sin embargo, no atenderá al llamado. En primera porque no lo verá; en segunda, porque no cree; en tercera, porque no puede. En cuarta, porque etcétera.

Efraín dice que domina el arte de hacer tortillas. Foto: Cuartoscuro.

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“El After” recorrió el sur y el norte del país. Me contó, en 2017, que conocía desde Coatzacoalcos, Veracruz, hasta Tijuana, Baja California. Era fotógrafo. Participó como asistente de producción en series y películas durante años (imágenes lo respaldaban). Pero algo pasó. Terminó durmiendo en “colchones” de cartón, inhalando pegamento y batallando contra el frío de la Ciudad de México.

“Después de las 6 de mañana, el frío arrecia todavía más cabrón. Ni el sol te calienta. Pues si tienes con qué taparte, si tienes 2, 3 chamarras, y así, pues no la sientes tanto”, me narró “El After”, quien tenía 33 años de edad en ese momento. La mona, otras drogas duras y el alcohol eran su ruta de escape para esa galopante realidad.

Hoy lo busqué en la zona en la que lo conocí. Miré de lejos a un grupo de jóvenes que viven en las calles. No lo vi. Estaba seguro que en dos años su rostro habría cambiado, pero guardaría algún rasgo. No estaba. Tal vez volvió a casa. Él decía que podía dejar esa vida cuando quisiera, pero que le gustaba echar desmadre con la banda. Ojalá que fuera cierto. Ojalá que haya vuelto a casa, por lo menos en estos días.

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Efraín vino de Hidalgo. Lleva décadas en la Ciudad de México. Dice que ahorita agarró “la pinche borrachera”. Dice que sus hijos no lo quieren. Dice que a veces ve a su esposa. No tose, no estornuda, pero tiene las manos inflamadas y la chamara vomitada. Tal vez sí esté enfermo. No sé de qué. O tal vez sólo es que se bebió mucho “matadero” un día antes.

Autoridades mexicanas han anunciado hoy que las actividades no esenciales se detendrán en el país hasta el 30 de abril. Efraín no escuchó. No puede. No quiere. Dice que la soledad es de las cosas más terribles en la capital. Le duele más que el hambre. Del estómago vacío se olvida. Dice que no le entra el bistec que le regalaron en la mañana. Sólo le entra el Tonayán. Va a correr al Oxxo. Comprará “matadero” y volverá a tirarse en el suelo. Despertará cuando un policía le diga, asegura.

“Sí, siento feo. Luego no me… Ahorita que me hablaste me iba a caer, tembloroso. Un chavo me dio unos tacos de bistec, pero dejé el pinche plato. No pasa la comida, no pasa la comida. Quisiera yo”, cuenta.

Se estima que tan solo en Ciudad de México la población callejera supera las 6 mil 754 personas, de las cuales 4 mil 354 viven en el espacio público (debajo de los puentes, plazas, calles) y otras 2 mil 400 viven en albergues públicos y privados, de acuerdo con el Diagnóstico Situacional de las Poblaciones Callejeras 2017-2018, último censo realizado en la capital.

A nivel nacional se estiman al menos 14 millones 940 mil de personas en condición de calle, es decir, el 13.3 por ciento de la población, de acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Una sirena de ambulancia suena a lo lejos. Efraín, “de casi” 50 años, y yo caminamos a una de las puntas de la Alameda Central. En el trayecto vemos a parejas tomadas de la mano. Unos jóvenes juegan en la fuente. Se bañan, se quitan el calor con el agua sucia. “No quisiera dejarte porque te pareces mucho a mi hijo”, me dice Efraín. Yo iba a pedirle una foto, pero prefiero no hacerlo. Su bigote guarda restos de lo que devolvió en la madrugada. “Mejor luego”, pienso. Se aleja. Voltea a ver que no vengan carros, se despide con un movimiento de mano.

–Con información de Sugeyry Romina Gándara.

Carlos Vargas Sepúlveda
Periodista hecho en Polakas. Autor del libro Rostros en la oscuridad: El caso Ayotzinapa. Hace crónica del México violento de hoy. Ya concluyó siete maratones.
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