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Tomás Calvillo Unna

31/10/2018 - 12:00 am

Aeropuerto del Limbo: Saber aterrizar y despegar

En un tiempo de todos y de nadie, donde el vacío de poder sólo incrementa la inseguridad y violencia en el país, se expresan acciones que pueden calificarse como fuera de lugar, porque el tiempo político y el espacio de poder están desarticulados, y el calendario sexenal a la mexicana: desdibujado.

Árbol rojo lluvia negra bruma azul. Pintura de Tomás Calvillo Unna.

 

El volar así es una hazaña

Metálicas ballenas,
los aviones esperan,
no duermen.

Sus casas son una metáfora
de nuestra breve estancia.

Un día, tarde o temprano,
levantaremos el vuelo.

Las nubes y el cielo
siempre estarán ahí;
la lluvia será negra,
la bruma azul
y el árbol rojo.

 

En un tiempo de todos y de nadie, donde el vacío de poder sólo incrementa la inseguridad y violencia en el país, se expresan acciones que pueden calificarse como fuera de lugar, porque el tiempo político y el espacio de poder están desarticulados, y el calendario sexenal a la mexicana: desdibujado.

Un ejemplo reciente de ello es la batalla por el aeropuerto, refleja el tránsito a una posible nueva institucionalidad, donde la esperanza de lo mejor se comienza a atascar en la práctica de lo peor. Por un lado se advierte de la urgencia de romper el cerco de los pocos que deciden por los muchos, y por otro la precipitación vuelve a repetir lo que se busca desplazar en el ejercicio de la política y sus decisiones.

La realización de la consulta se pudo haber postergado a la primera semana de diciembre, operarla desde las instituciones del Estado y fortalecer así la legalidad y legitimidad de sus resultados; la confianza de la nación es el principal capital que se debe cuidar.

De lo sucedido podemos aventurar otra lectura, más allá de los alineamientos empresariales y políticos y de la pesada y densa movilidad social de grupos emergentes dentro del engranaje de los intereses económicos de los circuitos globales y su inserción en los erosionados estados nacionales.

Vale la pena encarnar los eventos recientes en un duelo de egos socio-políticos y económicos, un duelo simbólico con consecuencias materiales, que muestra también un desencuentro mayor entre dos actores principales: el presidente electo y el empresario más rico del país.

Uno hace valer, a su manera, lo que considera el poder de la nación, la voluntad del pueblo y su derecho a decidir, el otro en su dinámica económica y metafórica del país enarbola el proyecto emblema del siglo XXI: la visualización arquitectónica de la interconectividad que son los aeropuertos contemporáneos y busca dejar su huella más que alegórica en el antiguo lago no lejos de las basamentos de las pirámides de Tenochtitlán.

En ambas dinámicas se apela a una fidelidad que se expresa entre la racionalidad y la democracia. En ambos se suman carencias de las dos. No es necesario enlistarlas, en un artículo anterior se señalaron. Lo cierto es que vale la pena otra vez subrayar: la democracia hoy está en la operación política. Ambos actores han errado en ello, esperemos que mediten profundamente en los momentos que vive nuestro país, y el mundo; y encuentren un camino que construya nuevos derroteros, pensando en la gente, que son millones y qué tal vez intuyan que esta puede ser una última oportunidad para evitar que la Nación se divida aún más, y desemboque en las salidas de emergencia que suelen vestirse de fascismo y solo ahondan en el dolor colectivo.

Si AMLO y los suyos buscan encontrar nuevos balances históricos entre el poder político y el económico, entre lo público y lo privado y en particular en la geografía de la república, impulsando el sur que tendrá un contenido fundamentalmente social,  un “capitalismo social”, sin rupturas con el Norte (neoliberal o lo que signifique eso) redactando las nuevas reglas, incluso de inversión y asociación, no deberán confundir estrategia y estructura, con táctica e ideología. Los temas sustanciales apremian como la capacidad de articular las fuerzas económicas y sociales para resolverlos. Los estados nacionales ya no son los mismos, como los tiempos que son otros.

Ciertamente AMLO puede dignificar el poder de la república, y ello implica cuidar el tono y sentido de sus palabras: gobernará para todos, lo ha dicho, sumar no dividir, elegir no imponer, para no repetir la vieja historia, la de otros que ya se fueron.

El idioma de la democracia requiere de coraje y decoro y sobre todo de comprensión de los adversarios para reconocer con respeto los márgenes del poder de la disidencia en uno mismo. En todo ello las palabras son el mejor aliado y no deben convertirse en un inesperado y cruel enemigo.

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