Óscar de la Borbolla
07/11/2016 - 12:00 am
Entre la insatisfacción y el contento
Lo que realmente se da jamás concuerda con las expectativas
Hay una frontera que no todos cruzan en la vida; separa a quienes no terminan de asimilar la irremediable imperfección de todo cuanto existe de quienes, pese a todo, se acomodan en mitad del desastre de las cosas y disfrutan de ellas. No quiero llamar inmadurez y madurez a estos dos bandos, pues esos términos implican un juicio de valor y hoy nada está más lejos de mi ánimo que repartir calificaciones.
Partamos de un enunciado que lanzo como axioma: las cosas nunca son como uno quiere (quien no lo suscriba, abandone la lectura de este texto y siga disfrutando su anómala fortuna o su feliz autocomplacencia), nunca salen como uno las soñó, nunca falta un detalle que no embona y, las más de las veces, se parecen muy poco y hasta llegan a ser contrarias a lo que se quería. En pocas palabras, lo que realmente se da jamás concuerda con las expectativas. Cortázar lo dijo de modo insuperable en su poema Le dôme:
"A la sospecha de imperfección universal contribuye
este torpe recuerdo que me legas, una cara entre espejos y platillos sucios.
A la certidumbre de que el sol está envenenado,
de que en cada grano de trigo se agita el arma de la ruina
aboga la torpeza de nuestra última hora
que debió transcurrir en claro, en un silencio
donde lo que quedaba por decir se dijera sin menguas.
Pero no fue así, y nos separamos
verdaderamente como lo merecíamos, en un café mugriento,
rodeados de larvas y colillas,
mezclando pobres besos con la resaca de la noche."
El carácter desangelado que tiene cuanto se da en el mundo hace que unos lo rechacen y otros se acomoden. El rechazo puede ser pasivo: lo que no salió como uno quería simplemente es tirado a la basura y uno se retira a mascullar su fracaso, a lamerse las heridas, como se dice. Pero también puede darse un rechazo activo: cuando se considera perdida una batalla, pero no la guerra y se sigue batallando, una y otra vez, hasta dar con un camino asintótico en el que se avanza por sucesivas aproximaciones sin alcanzar nunca la meta, o con un resultado peor que el primero. Lo activo o lo pasivo del rechazo depende de la esperanza: quien sigue dando guerra es aquel que mantiene la esperanza y quien se abate no.
Rechazar: ser inconforme me es muy familiar. Quienes me resultan enigmáticos son los que se acomodan, pues ya no me contenta la explicación fácil de que son unos dejados, resignados, conformistas. Hace tiempo, así los calificaba y me desentendía del asunto; hoy, en cambio, pienso que no basta con calificar para entender y, por ello, me inquietan más los conformes que los inconformes. El que se acomoda a los siempre deplorables resultados obedece a dos posibles causas: puede ser porque sus expectativas eran muy bajas y nunca soñó siquiera que así de malas fueran posibles, o porque ha perdido todas las esperanzas. En el primer caso, no vale la pena detenerse, pues efectivamente desear poco y malo, y lograrlo es un mediano triunfo para aquel que vive como si no hubiera más. El que me intriga es el que se acomoda porque no tiene ninguna esperanza; sus metas pueden ser muy altas y, sin embargo, el inevitable fracaso no lo mueve al rechazo, sino a la aceptación. ¿Por qué algunos comulgan o se conforman con lo que obtienen pese a que querían más?
Nótese lo parecidos que son el inconforme activo cuando pierde la esperanza y el conforme sin esperanza. Ninguno de los dos se esfuerza más, pero uno se mantiene insatisfecho y el otro no. Me resulta inexplicable el contento del conformista, su comunión con lo que hay.
@oscardelaborbol
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