Alejandro Páez Varela
04/09/2017 - 12:05 am
“Democracia”
La nuestra se trata, pues, de una “democracia” que, obviamente, se ha quedado ciega. Que ha dejado de ser democracia sin comillas. Porque mientras bosteza y se quita las chinguiñas, Enrique Peña Nieto intenta dar un golpe (también histórico) a las instituciones: pretende imponer como Fiscal para los próximos nueve años a Raúl Cervantes, miembro del Revolucionario Institucional (partido del Presidente), amigo de los políticos más corruptos (principalmente del PRI). Quiere dejar a un Fiscal que no investiga, como lo ha hecho todos estos años (Obedrecht, los 43, Tlatlaya, Nochixtlán, etcétera); que deja ir a los saqueadores de la Nación (Duarte uno, Duarte dos, Borge, Yarrington, etcétera) y que, por supuesto, garantizará que el actual mandatario duerma en cama de plumas el resto de su vida.
Quiero saber qué democracia en el mundo resiste lo que la nuestra sin dejar de llamarse así: democracia. Quiero saber qué pueblo mantiene en el poder a un gobierno que le miente, malgasta su dinero, se corrompe, corrompe a las instituciones y además, quiere perpetuarse más allá de los tiempos que ganó en supuestas elecciones libres.
Todos los gobiernos mienten, malgastan, se corrompen y corrompen a las instituciones y buscan, siempre, perpetuarse. Pero el nuestro usa el mismo lápiz labial de las dictaduras más simuladas.
El Gobierno de México se gastará, en un sexenio, cerca de 50 mil millones de pesos en la prensa afín, de acuerdo con cálculos conservadores; más que ninguno en la Historia de México. Y todo ese dinero, que viene de los impuestos de un país con 53 millones de pobres, habrá sido entregado sin reglas, sin explicación. No veo que los reporteros, fotógrafos, camarógrafos o editores vivan mejor: entonces va directo a los dueños de los medios, para que mantengan un tren de vida que incluye mansiones y aviones privados mientras participan en el patético espectáculo de la simulación. Dinero entregado a cierta prensa mientras que a otra, a la que se atreve a dar voz a sus opositores, le da un cero redondo y duro.
El Presidente Enrique Peña Nieto acumula hasta ahora 12 millones 406 mil 136 expedientes reservados, de acuerdo con la investigación de la periodista Linaloe R. Flores que se publica este lunes en SinEmbargo. Expedientes de todo tipo, escondidos. Los mexicanos no tendrán acceso a esa información sino hasta muchos años después de que él se haya ido. Son más expedientes reservados, en menos de un sexenio, que los de ningún otro Presidente en la Historia de México.
Al mismo tiempo, una guerra sucede en territorio nacional sin mucho ruido, sin que sacuda a las cúpulas del poder. El Presidente nos dejará una cifra histórica de homicidios dolosos y poco se menciona, y no es motivo de ninguna demanda. Aún tomando los datos oficiales –que muchos consideran manipulados–, esta cifra ya es un récord: algo así como 88 mil. Pero el recuento independiente del semanario Zeta (publicado este fin de semana) (de los únicos que quedan entre la prensa mexicana) indica que son todavía más homicidios dolosos: 106 mil 607 de diciembre de 2016 a julio de 2017. Un derramamiento de sangre que sólo vimos en la Revolución de 1910. Un derramamiento de sangre que viene acompañado de sufrimiento y dolor inéditos, también: secuestro, desplazamiento, desaparecidos, extorsiones. Enrique Peña Nieto prometió acabar con la violencia, y lo que hizo, apenas llegando, fue sacar todos los recuentos independientes de muertos de la prensa para simular el regreso de la paz. Y los medios se lo callan. Y las cúpulas no abren la boca.
De hecho, este Presidente prometió mucho más, y no ha cumplido: de los 266 compromisos que hizo ante notario público durante la campaña electoral de 2012, apenas lleva cumplidos 102, de acuerdo con la investigación que realiza la Unidad de Datos de SinEmbargo desde hace cinco años.
Quiero ver qué democracia en el mundo resiste esas cifras: dispendio en país de pobres, gobierno opaco, ineficiencia, impunidad y una tragedia humana histórica. Es nuestra “democracia” la que acepta sin chistar; una “democracia” en la que el Gobierno federal gasta millones de dólares para espiar a líderes sociales, abogados, políticos y periodistas incómodos; una que dedica gran parte de su esfuerzo en denostar y hundir a los que se atreven a pensar diferente, y que gasta millones de nuestros impuestos en comprar voluntades.
Quiero ver qué democracia en el mundo entrega sus recursos naturales a empresas extranjeras por apenas una renta; que aplasta a los pueblos indígenas, les niega el derecho a la consulta y les arrebata el suelo para darlo a transnacionales. Quiero saber qué democracia reparte entre un puñado, cada seis años, los recursos que genera con sudor y esfuerzo la mayoría. Quiero saber qué democracia se puede sostener sin las comillas cuando va de una matanza a otra; matanzas que quedan impunes y que todo mundo olvida en el tiempo que dura un helado en derretirse afuera de la nevera.
La nuestra se trata, pues, de una “democracia” que, obviamente, se ha quedado ciega. Que ha dejado de ser democracia sin comillas. Porque mientras bosteza y se quita las chinguiñas, Enrique Peña Nieto intenta dar un golpe (también histórico) a las instituciones: pretende imponer como Fiscal para los próximos nueve años a Raúl Cervantes, miembro del Revolucionario Institucional (partido del Presidente), amigo de los políticos más corruptos (principalmente del PRI). Quiere dejar a un Fiscal que no investiga, como lo ha hecho todos estos años (Obedrecht, los 43, Tlatlaya, Nochixtlán, etcétera); que deja ir a los saqueadores de la Nación (Duarte uno, Duarte dos, Borge, Yarrington, etcétera) y que, por supuesto, garantizará que el actual mandatario duerma en cama de plumas el resto de su vida.
Se trata de un Gobierno que tiene en su haber, entre tantos “logros”, la cifra más alta de asesinatos de periodistas y que ha garantizado que todos los ataques a los comunicadores queden en total impunidad. Como si el mensaje fuera: mátenlos, que nadie paga. Como si el mensaje fuera: el que habla, pierde la cabeza.
¿Qué tipo de “democracia” somos para que un gobierno como este siga operando? O, más bien, ¿somos una democracia?
También me asalta la otra pregunta, la más incómoda: ¿Qué tipo de pueblo somos?
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