Tuvo una vida y una carrera vertiginosa, lo suficiente para dejar su huella en el arte contemporáneo y convertirse en un símbolo indiscutible de la pintura. Jan-Michelle Basquiat, el niño terrible del arte pop falleció un día como hoy, en 1988, a los 27 años de edad; la edad en la que las grandes estrellas de rock han dejado de existir. Sólo que Basquiat era un artista plástico. Peccata minuta.
No obstante su vida fue similar a la de una estrella de rock. Apadrinado por Andy Warhol, el mundo de los medos se rindió de inmediato ante el joven neoyorquino de raíces puertorriqueñas y haitianas. Sus inicios, en cambio habían sido desde lo más bajo. Literalmente en el subsuelo de la "Gran Manzana", en las revueltas líneas del metro de Nueva York.
Con el seudónimo de Samo (Same old shit). Basquiat encontraría en el grafiti el medio ideal para plasmar su particular visión del mundo. Los colores chillantes, la tipografía y un estilo de dibujo casi infantil se conjugaron y se convirtieron en la imagen del arte pop de finales de la década de los 70 y principios de los 80.
El estilo de Basquiat oscilaba entre el primitivismo, el arte naif y el expresionismo abstracto de Cy Twombly. El plus del joven artista radicó en su frescura y desenfado en el que se mezclaba la cultura de las calles y la televisión. El resto fue el disfrute de la fama que, para desgracia del pintor, se transformó en una vida de excesos que luego le costaría la vida. En 1988, luego de luchar contra sus adicciones, regresó a Estados Unidos tras haber expuesto en África; afirmaba estar desintoxicado. No obstante, una sobredosis terminó de manera abrupta con su vida.
Han pasado 24 años, pero la obra de Jean-Michelle sobrevive, así como el espíritu unificador que llevó por primera vez el arte de las calles a las grandes galerías.