En su extensa producción literaria, Jiménez Lozano publicó más de medio centenar de títulos, entre novela, poesía, ensayo y diarios. Contaba con los principales galardones de la Literatura española, como el Cervantes y el Premio Nacional de las Letras de 1992.
Por Roberto Jiménez
Valladolid (España), 9 mar (EFE).- El escritor español José Jiménez Lozano, Premio Cervantes en 2002, falleció este lunes en Valladolid (norte) a los 89 años, según han confirmado a Efe fuentes próximas a la familia.
Nacido en Langa (Ávila, centro) el 13 de mayo de 1930, Jiménez Lozano falleció en un hospital de Valladolid y será enterrado en la localidad vallisoletana de Alcazarén, donde residía habitualmente y desarrolló toda su obra literaria.
En su extensa producción literaria, Jiménez Lozano publicó más de medio centenar de títulos, entre novela, poesía, ensayo y diarios. Contaba con los principales galardones de la Literatura española, como el Cervantes y el Premio Nacional de las Letras de 1992.
Con paciencia de amanuense y delicadeza de orfebre, Jiménez Lozano convirtió en letra testimonial, subversiva y avisadora todo lo que vio y escuchó con la certeza de quien puso la escritura al servicio del doliente de una forma sigilosa, casi clandestina.
Avisador, irónico, subversivo, Jiménez Lozano fue un denodado indagador de la esencia y condición humanas que reflejó en más de medio centenar de títulos en forma de ensayo, novela, diarios, poesía, relatos y artículos derivados de su formación y profesión periodística en el diario El Norte de Castilla, al que llegó de la mano de Miguel Delibes y que incluso dirigió.
De gran formación intelectual, el autor de ensayos clave como "Los cementerios civiles y la heterodoxia española" y "Guía espiritual de Castilla", acomodó entre sus lecturas a una pléyade heterogénea de autores de diversas tendencias, épocas y registros como Spinoza, Kierkegaard, Pascal, Flannnery O'Connor, al margen de sus predilectos San Juan y Santa Teresa.
Tras cursar estudios de Derecho, Filosofía y Periodismo, a principios de los años sesenta se afincó en la redacción de El Norte de Castilla después de iniciarse como corresponsal para varios rotativos y revistas (Segre y Destino) de las sesiones del Concilio Vaticano II.
Con "Nosotros los judíos" (1961), un opúsculo, se estreno en la letra impresa y con "Historia de un otoño" (1971) inició una secuencia editorial que, entre otras lenguas, ha sido traducida al francés, ruso, italiano, checo e islandés.
José Jiménez Lozano ha dejado una obra inclasificable por haber circulado prácticamente a contracorriente de la moda imperante en cada momento, sin seguidismos en clave de modas, corrientes o tendencias al uso, desde una independencia insobornable que le ha pasado la factura en términos de fama o conocimiento.
Numerosos premios han iluminado una obra concernida por el sentido estricto de la moral y la justicia, de ahí el amor, piedad y conmiserativa que proyectó hacia los grandes marginados e incomprendidos de la historia, entre ellos su predilecto Miguel de Cervantes, de quien asumió su ironía contestataria como lenitivo de menesterosos.
A todos ellos, incluso al manco genial, a quien hizo protagonista de algunas de sus novelas ("Las gallinas del licenciado") o del memorable discurso de recepción del Cervantes ("Palabras y baratijas"), hizo protagonistas de sus relatos y les dotó de un sentido moral, orden y juicio correctos y ejemplares.
En cierto modo, toda su obra es una protesta contra el desorden de la modernidad, de la iniquidad de una sociedad donde el hombre es el enemigo de sí mismo, una constante que también reflejó en su faceta de articulista y editorialista en cabeceras nacionales como El País, ABC, La Razón y El Norte de Castilla.
José Jiménez Lozano señaló a los políticos pero no participó de la política de la que criticó sus excesos, y elogió la religión y sus valores espirituales pero no fue un escritor católico como fue etiquetado para resolver el ansia catalogador de la grey literaria.
Desde su domicilio en el pequeño pueblo de Alcazarén construyó un universo literario en el que profetizó las consecuencias de un mundo discontinuo e inestable, sin sujeción y abocado a catástrofes humanas como los dos grandes totalitarismos del siglo XX.