Susan Crowley
10/12/2021 - 12:03 am
Los incontables feminismos de Elvira
Los feminismos de Elvira son aquellos que pocas veces se mencionan pero que nunca dejan de estar presentes.
El feminismo es un movimiento con innumerables diversidades. A favor o en contra, como ajuste de cuentas, como manipulación o reclamo de justicia, como grito que implora por la causa, todos los días escuchamos o leemos sobre feminismo. El activismo cumple una función fundamental, es el apoyo incondicional en las calles mediante la protesta; gracias a esta lucha codo a codo, el feminismo se ha vuelto un tema de discusión en casi todos los foros políticos y sociales. Existen otras maneras de expresar el poder femenino, una de ellas es la que, a pesar de parecer aislada en un rincón de cada casa, surge todos los días con una fuerza desmesurada llena de belleza y de sentido. Es la que por generaciones nos ha acompañado a las mujeres y que incluye a un pensamiento masculino abierto. El amor ancestral que pasa de las abuelas a nuestras madres y que nosotros quisiéramos preservar en las siguientes generaciones.
A golpe de chancla o canciones que nos arrullaron, nuestras mujeres de ayer nos permearon con esa fuerza amorosa tan necesaria. Una suerte de feminismo que trasciende las modas de pensamiento y las épocas. Ese reducto de confianza y fe que se cuela en las advertencias y regaños, en la protección más allá de su propia vida, esa que habita en los costureros y en las cocinas de nuestros ancestros, aunque hoy la hayamos sustituido por la practicidad minimalista. Son voces que a través de todos los tiempos no dejan de reverberar como agua fresca y le dan sustento a nuestro pensamiento. Se encuentran también en las gigantes arañas de Louise Bourgeois, en las piezas tan delicadas de Mike Kelly, en los objetos nimios cargados de belleza de Richard Tuttle, en los rostros ancestrales marcados por el peso de la injusticia de Kader Attia. Todas esas voces, en su individualidad y como un coro de referentes fascinantes, componen la atmósfera de la exposición, Secretos de la Tierra, Familia Panduro+Elvira Smeke.
A Elvira la conozco hace ya varios años y he podido acompañarla y ser testigo de su crecimiento artístico y de los incontables feminismos que habitan en su mente. Su eterna inquietud filosófica, sus ganas de comprender el mundo a través de los procesos intelectuales de pensadoras feministas de hoy y de generaciones anteriores. La consciencia ante su propio cuerpo y la necesidad de denunciar los abusos en los cuerpos de otras mujeres. Los juegos de lenguaje bordados en papel con los nombres enunciados de las desaparecidas que se desdoblan en fotografías extraídas de prototipos de Google convertidas en poesía. Los ecos de una canción que ya no escucharemos porque algo terrible la arrancó de nuestro lado. Las palabras convertidas en pequeñas hojas muertas que forman un vestido que nos recuerda a quien un día supo levantar la voz para exigir justicia. Elvira ha invitado a su mesa a todas ellas para ser parte de su obra y con ello ha logrado un cuerpo de trabajo verdaderamente destacable.
La exhibición en la galería Páramo de Guadalajara es una muestra integral de su trabajo. Moviéndose cómodamente entre las distintas disciplinas (pintura, escultura, dibujo, bordado, fotografía, performance y video), la artista nos invita a ser parte de sus cuestionamientos, sus recuerdos, la memoria, el placer permanente que brinda el conocimiento de los materiales y la técnica que dan por resultado una experimentación que no deja de abrir nuevas puertas. La impronta de Elvira es la suma de madurez y consciencia, al mismo tiempo que la articulación fresca y original necesaria para decir lo que se tiene que decir sin que suene redundante, sensiblero o, peor aún, parte de una agenda para el lucimiento personal o lo políticamente correcto.
A las muchas dinámicas con las que Elvira acostumbra exponer, y exponerse, debemos agregar una realmente significativa. Hace poco tiempo, entró a la casa de la abuela Aby y extrajo, del viejo armario de la memoria, lo que considero, quizá, lo mejor de su obra. Suma de intelecto, dominio de los materiales y cúmulo de emociones, colocó cada uno de los “objetos encontrados” en el sitio que les corresponde, el arte. Y es que cada uno ostenta una carga amorosa cuya belleza está, más allá de sus atributos físicos, en lo que significa. A pesar de que en raras ocasiones tasemos su valor, y muchas veces hayamos arrojado al cesto de la basura objetos semejantes, al verlos expuestos e insertados en esos pequeños soportes de barro recuperan su enorme valía: una delicada hebra de hilo para bordar, un pequeño botón de concha nácar, un arete de fantasía sin su par, una flor seca que, tal vez, salió de entre las páginas de un libro de poemas, un dedal para proteger los dedos de las agujas que cosían sin fin, un retazo de encaje, las cuentitas de un collar desbaratado, el prendedor que adornó el cabello. En fin. ¿Qué somos los seres humanos sino la suma de recuerdos que vamos acumulando y que la modernidad obtusa vuelve detritus? ¿Por qué nos empeñamos en rechazar todo eso que somos y de dónde venimos, que incluye, no solo los objetos, sino también los sentimientos que van quedando rezagados en las cocinas de nuestras abuelas?
Pareciera que es otra demanda del eterno femenino en el que navega Elvira. Con gran belleza compositiva logró reunir ciertas recetas de cocina. Esas que conmemoran nuestro pasado y que irremediablemente olvidamos por la urgencia de erradicar carbohidratos y ganar proteínas, en aras de una alimentación contemporánea tan pobre de recuerdos. En cada una de las fotografías de los platillos cocinados, siguiendo las recetas de la abuela, se cuelan los olores y los sabores que sabemos no pueden ser más deliciosos y en los que dominan colores y texturas suculentas. Dicho sea de paso, jamás tendremos la receta perfecta porque siempre faltará el ingrediente amoroso, la probada de “a poquitos” que daba por resultado la combinación imposible blindada con toda la fuerza amorosa de Aby o de cualquiera de nuestras abuelas.
En esta exhibición, de la mano de los Panduro, una familia que hoy representa una de las más valiosas colecciones de arte popular, la obra de Elvira Smeke rinde un tributo a las tradiciones, al mismo tiempo que a la modernidad de la que ella se nutre. Los Panduro ofrecen una urdimbre en la que la artista puede entretejer su trabajo y colocarlo sin límite de tiempo. Entre las piezas de Pantaleón y sus hijos, Timoteo y Ponciano, unas veces neoclásicas y otras incluso naifs, los secretos de Elvira se acomodan dulcemente, sin dañar ni contraponerse al pasado, sus pequeñas esculturas componen un espacio monumental en miniatura que juega con el discurso de los Panduro, lo renueva y lo posibilita en toda su atemporalidad.
La curaduría de Patrik Charpenel reivindica a las artes, como él mismo las llama, imaginarias y delirantes de Tlaquepaque.
La original forma de expresar de cada uno, los Panduro por su lado, Elvira por el suyo, con su sofisticado (Flores de hilo, Mis islas, Confesiones en torres), delicado (Flores enterradas, Encaje enterrado) y con momentos de un humor que nos cautiva (Piedras con suéter, Piedras con pestañas), nos confirma que no existe el azar, se trata de un destino común que abraza a los artistas para recordarnos que el tiempo tampoco existe cuando de arte se trata. Los feminismos de Elvira son aquellos que pocas veces se mencionan pero que nunca dejan de estar presentes.
@Suscrowley
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