El escritor Raúl Manríquez habló con SinEmbargo con motivo de la reedición de su novela Días de septiembre, la cual retrata a partir de su propia experiencia como maestro a lo largo de tres décadas, y de historias que llegaron a sus odios, los abusos que durante años se gestaron en el magisterio mexicano.
Ciudad de México, 11 de junio (SinEmbargo).– La historia es contada como un recuerdo. Un viaje al pasado de un narrador innombrado que comparte sus días como estudiante normalista en Chihuahua, en los cuales conoce a Israel y Santiago, dos jóvenes con ideales de cambio, quienes al crecer optan por caminos distantes: el primero se suma a la estructura sindical del magisterio —en donde escala en posiciones de poder— y el segundo opta por permanecer fiel a sus principios, pese a los golpes que le irá propinando la realidad.
El relato corresponde a Días de septiembre, novela del escritor Raúl Manríquez publicada originalmente en 2009 y que ahora es reeditada por el Fondo de Cultura Económica (FCE), la cual se ambienta en un recorrido desde los años 70 hasta los primeros años del Siglo XXI y que alimenta a partir de su propia experiencia como maestro a lo largo de tres décadas y de historias que llegaron a sus odios “de carencias en las escuelas hasta situaciones de abusos de poder”.
“Pretendía aportar una perspectiva sobre estos hechos, y contando las historias, propiciar una reflexión sobre la situación y también enriquecerla explorando la vida interior de los personajes, el amor, el desamor, la nostalgia, las ilusiones, las decepciones, etcétera”, compartió el autor en entrevista con SinEmbargo.
Manriquez detalló que la novela narra historias concretas de sus personajes: Santiago, “que mantienen ese fuego encendido, ese ideal de transformar la sociedad y de tocar la vida de sus alumnas y sus alumnos”, de Israel, que se aferra el poder y lo utiliza más en beneficio de su propio proyecto político que en el de la educación.
“Y está este tercer personaje, maestro, que está contando la historia, la voz narrativa, que dubita entre serle leal a uno o a otro, siendo amigo de ambos, y esto lo mete en una situación conflictiva consigo mismo; de pronto se asume como cobarde, como débil, y más allá de la historia como maestros, o de la parte social, política de la novela, yo como autor quería reflejar la complejidad de la naturaleza humana en términos generales, que por su puesto es una aspiración que uno nunca sabe hasta qué punto logra como autor”.
En esta búsqueda por reflejar la condición humana, Raúl Manríquez ahonda en la crudeza del poder sindical, incluso hace una alusión a la maestra Elba Esther Gordillo, quien encabezó durante décadas a este gremio en medio de señalamientos de enriquecimientos y mal uso de las cuotas de los docentes.
Manríquez considera que “sigue ofreciendo muchos retos ser maestro, pero en términos de lo que está asentada la parte sociopolítica de la novela, que es el corporativismo político que se da o se daba en los sindicatos, creo que ha habido una evolución a lo largo de las décadas, conforme el país se fue democratizando”.
“Sigue habiendo cosas por resolver, por su puesto, pero esas posibilidades que tenía el poder de controlar diversos gremios, no solamente el de maestros, pienso que están bastante disminuidas en relación a cómo estuvieron, afortunadamente”, expresó.
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—¿Hasta qué punto la historia de Santiago e Israel refleja los abusos dentro del magisterio mexicano y la corrupción en el país?
—Me parece que en buen medida. La novela recupera, en voz de uno de los personajes que está haciendo memoria varias décadas atrás, lo que ocurrió a principios de los 70 hasta poquito más del 2000. En buena parte proviene de historias de la realidad, algunas de ellas de mi propia experiencia como maestro por más de 30 años y de historias que uno va conociendo que le ocurren a compañeras y compañeros que están también en el magisterio y que se han enfrentado a dificultades, de carencias en las escuelas hasta situaciones de abusos de poder, estructura sindical, pero claro, con los recursos de la literatura, complementando con la imaginación para darle sentido dramático, para construir una propuesta estética.
Se redondea una historia a fin de cuentas y como toda obra literaria está enraizada en la realidad, pero también son hechos, en términos generales, conocidos. Más bien pretendía aportar una perspectiva sobre estos hechos, y contando las historias, propiciar una reflexión sobre la situación y también enriquecerla explorando la vida interior de los personajes, el amor, el desamor, la nostalgia, las ilusiones, las decepciones, etcétera.
—Mucho de lo que relata ahí bien podría corresponder a cualquier realidad que enfrentan los maestros en cualquier lugar del país. ¿Coincide con eso?
—Sí, claro. Esta novela narra historias concretas de personajes, pero yo creo que a lo largo y ancho del país ha habido y hay muchos maestras y maestros como Santiago, que mantienen ese fuego encendido, ese ideal de transformar la sociedad y de tocar la vida de sus alumnas y sus alumnos, y también ha habido varios Israeles que se encaraman en el poder y lo utilizan más en beneficio de su propio proyecto político que en el de la educación. Sí claro que puede ser así, que gente de otras regiones del país, y no lo sé si de otros países, puedan identificarse con las historias que aquí se cuentan.
—¿Israel y Santiago representan las dos caras de la moneda que conocemos aquí en México del magisterio mexicano?
—Sí, de algún modo. Digamos dos extremos, aunque ninguno es como en la vida real, no hay personas absolutamente buenas o absolutamente malas, somos personalidades complejas, y un personaje literario para ser verosímil debe ser así, también complejo, y Santiago que de algún modo es el héroe, tiene también errores y claroscuros.
Israel también tiene aspectos sensibles, pero entre esos dos extremos hay una gama de posibilidades para las personas como en la vida real. Y está este tercer personaje, maestro, que está contando la historia, la voz narrativa, que dubita entre serle leal a uno o a otro, siendo amigo de ambos, y esto lo mete en una situación conflictiva consigo mismo; de pronto se asume como cobarde, como débil, y más allá de la historia como maestros, o de la parte social, política de la novela, yo como autor quería reflejar la complejidad de la naturaleza humana en términos generales, que por su puesto es una aspiración que uno nunca sabe hasta qué punto logra como autor.
—¿Cuál es el mayor temor que enfrentan sus personajes traicionarse a sí mismos o envejecer sin haber encontrado esa paz que al final pareciera que cada uno busca?
Yo creo que son diferentes, en el caso de Israel, aunque él tiene muy clara su búsqueda del poder, hay momentos en los que se cuestiona y quisiera aventar todo, dejarlo todo, y tener una vida pacífica, cuando anda por allá, en los pueblos del desierto dice: ‘mejor me cruzo la frontera, ya no quiero saber nada de esto’, y luego esta su relación rota con su hija, que también lo castiga mucho.
El personaje narrador tiene deudas consigo mismo, porque es una persona sentimentalmente incompleta, con un amor frustrado, pero que además se cuestiona esa indecisión que lo caracteriza, y esa cobardía que él mismo se reprocha, y creo que ese es su principal conflicto.
Y en el caso de Santiago, su temor es la soledad, porque el personaje ha enviudado y ha tenido una vida digamos sentimentalmente disipada. Cuando ya siente que envejece emprende esa nueva lucha para no sentir esa soledad, pero también esa vaciedad de no estar haciendo algo que le dé sentido a la existencia, quizás es su carga conflictiva más fuerte.
—¿Ese narrador del que desconocemos su nombre, es un alter ego de Raúl Manríquez?
—Yo creo que uno cuando está escribiendo no piensa mucho en eso, vas construyendo personajes, pero sí me ha pasado con mis otros libros, cuando terminas de escribirlo y lo relees, o alguien lo lee y te dice: ‘es que tú estás aquí o estás allá’, y uno se pregunta ¿dónde estoy?
Yo creo que en cada uno de ellos hay partes de mí, ideas mías, circunstancias mías, sí en Santiago, pero también en Israel y también en el innombrado, innominado narrador, que se llama en realidad Diego, pero eso sólo yo lo sabía, hasta ahora. En la frase que inicialmente tenía para arrancar la novela se autopresentaba y decía: ‘mi nombre es Diego Velázquez, soy homónimo...”, en fin, pero luego dije: ‘en realidad es un personaje que está recordando, que está rememorando para sí mismo, no tiene mucho sentido que se presente, puesto que dice que va a contar la historia para saldar cuentas consigo mismo, y decidí que no apareciera su nombre.
—Esta novela fue publicada en 2009, hace 13 años. Ahora la reedita el Fondo de Cultura Económica (FCE). Raúl, ¿qué tanto han cambiado las condiciones que relata en el libro en la actualidad?, en este tiempo ya hemos pasado por dos reformas educativas.
—Sigue ofreciendo muchos retos ser maestro, pero en términos de lo que está asentada la parte sociopolítica de la novela, que es el corporativismo político que se da o se daba en los sindicatos, creo que ha habido una evolución a lo largo de las décadas, conforme el país se fue democratizando, siempre hubo disidencia, siempre hubo luchas, pero había un poder muy hegemónico que determinaba todos los cargos y todas las políticas; se negociaba en masa el apoyo o no del sindicato. Creo que conforme se ha democratizado el país estas estructuras de control también se han debilitado, ahora es mucho más difícil controlar gremialmente, de manera corporativa a todo un gremio, hay muchas ideas diversas y luchas. Y aparecieron en estos años más recientes, con mucha presencia, las redes sociales que permiten ventilar ideas frescas, contraponer, denunciar, y eso sí ha sido un cambio importante, sigue habiendo cosas por resolver, por su puesto, pero esas posibilidades que tenía el poder de controlar diversos gremios, no solamente el de maestros, pienso que están bastante disminuidas en relación a cómo estuvieron, afortunadamente.
—En la novela hace alusión a la maestra Elba Esther Gordillo. Ahí menciona a la maestra Delgadillo. ¿Hubo algún cambió con la expulsión de ella del magisterio, cree que pueda regresar?
—Ahora yo estoy jubilado y veo esto un poco de lejos, pero veo cómo en las elecciones que hubo recientemente, tuvieron acceso otras corrientes a cargos, y no lo sé, uno nunca sabe, porque hay personas políticamente muy hábiles, pero es muy difícil que un personaje así regrese a un liderazgo.
—¿Cree que están las condiciones para que vuelva una figura sindical de ese tipo frente al magisterio?
—Soy optimista, todavía hay cosas que resolver, seguramente todavía habrá quien tenga tentación de tener un control, pero pienso que la mentalidad del magisterio ha cambiado y estas posibilidades de comunicación ahora, lo harían muy difícil, pienso que no hay condiciones para que se repitan situaciones así.