Susan Crowley
14/01/2023 - 12:04 am
Jazz, el olor de las prostitutas
Es increíble la manera en que el jazz se teje en la historia y es un tejedor de historias. Dolor, pasión, anhelos, desgracia, adicción. Epidemia que intoxica al mundo de alegría y al mismo tiempo un recordatorio de la miseria en la que encontró suelo fértil.
¿Quién no ha escuchado Summer Time sin dejarse llevar por su deliciosa melodía?
Es verano y es sencillo vivir,
los peces saltan y el algodón está crecido,
Tu papi es rico y tu mami es bonita
Lo que muchos ignoran es que se trata de la canción con la que Clara arrulla a su bebé, en la ópera Porgy and Bess. ¿De qué va esta ópera? Porgy es un pobre lisiado que hace todo por salvar de la desgracia a Bess, una prostituta drogadicta explotada por Crown, su proxeneta. El compositor es George Gershwin que nos adentra a la América “sumergida”: la población afroamericana y su desesperada supervivencia en una mezcla de blues, gospel y jazz. Grandes intérpretes del jazz como Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Milles Davis entre otros, se han apropiado Summertime convirtiéndola en un clásico. Más tarde, el soul de Janis Joplin le imprimió ese tono rasposo, entre sensual y terminal inigualable. En todas las interpretaciones se percibe ese “aire” llamado jazz. No importa la época, desde su inicio hasta hoy, el jazz es un ritmo que no avejenta y cuya magia nos permite explorar en lo más profundo del ser humano.
Resulta imposible resumir en un texto como este la compleja historia del jazz; no lo abordo como especialista, sino como una enamorada del género. Tal vez mi primer acercamiento se lo debo a músicos como Monk, Davis o Evans, o clásicos como Jarret, Meldhau, jóvenes como Avishai Cohen e Hiromi, bluseros como B.B. King, o el jazz latino de Corea, Irakere y Camino. O experimentales como Zorn, Scofield o McLaughlin. Voces como Billie Holiday cantando Strange Fruits o Eta James, Louis Armstrong o Chet Baker y el sonido sensual de su trompeta, el sax de Parker inmortalizado en un maravilloso relato de Julio Cortázar o John Coltrane,
la lista es enorme. Todos ellos me han hecho sentir ese sonido inatrapable, suerte de mutación de la música en mi cuerpo que es imposible de definir. Una forma de posesión que me lleva a vivir emociones que no se parecen a nada y que hoy quiero compartirles.
Se dice que la palabra jazz viene del perfume de jazmín que usaban las prostitutas. Muchos músicos importantes como Louis Armstrong dieron sus primeros pasos dentro de prostíbulos en los que las mujeres de la vida galante bailaban a ritmos enloquecedores para sus clientes. La indefinición del jazz tiene que ver con el hecho de que abarca muchos ritmos. Solo por mencionar algunos, Ragtime, Dixieland, Swing, Bebop, Soul, Free, Fusion, latino. Es un idioma musical que puede ser enloquecedor, primitivo, o de una mesura increíble. De la disonancia y la síncopa, a las melodías populares y evocadoras. Curiosamente, no se necesita ser un músico de conservatorio para poder interpretarlo a pesar de que las escuelas reconocidas de música lo ven como uno de los niveles más altos de conocimiento. Los grandes virtuosos lo han dicho, el peligro del jazz es que el alma se va en una especie de fuga. Entrar en este ritmo, en cualquiera de sus posibilidades, es unir África, Europa y América.
¿En qué consiste y dónde se origina? Su esencia es el swing, una cualidad que nos hace mover los pies y la cabeza, sin pensar. La improvisación es la capacidad de ejecutar sin una idea preconcebida. Se dice que los jazzistas se comunican con la mente cuando mucho, con los ojos y las cejas, lo que agrega el factor sorpresa y la estricta atención a quien lo escucha. El espectador completa la magia con su incertidumbre, aunque paradójicamente, sabiendo que llegará a buen puerto. Cada sesión en la que se encuentran jazzistas es una provocación para abordar lo ilimitado; no importa si es en un bar de “mala muerte” o en una sala de conciertos. No sabemos hasta dónde llegarán, pero sí sabemos que son capaces de todo. El jazz es un lenguaje personal e intransferible, en el que podemos reconocer la firma de autor. Las melodías pueden ser simples y sin mayor sofisticación, la forma de interpretarlas es única.
El jazz tiene su origen en la migración caribeña que venía de África. Se fue volviendo un compañero de la esclavitud en las plantaciones de algodón, donde se entonaba en forma de canciones de trabajo; y en las iglesias en las que se cantaba como gosspels (evangelios), una forma de sometimiento al blanco; aunque se dice que el misterio africano permeaba esos cantos evolucionando al blues y al soul. El Blues se identifica con el dolor y la opresión que sufrieron, una especie de protesta cantada y se convierte poco a poco en columna vertebral del jazz.
Es en Luisiana donde nacen las bandas que llegaron a ser precursoras. Al final de la guerra civil y con el desmantelamiento de los ejércitos, y sus conjuntos musicales, quedaron instrumentos abandonados que jóvenes con alma volvieron suyos. Mezclaron sus ritmos con ciertas armonías europeas, creando una primera síntesis que se manifestó en melodías ya reconocibles.
A principios del siglo XX, en Nueva Orleans, el barrio Storyville, sitio de prostitución, se convirtió en el lugar propicio para el desarrollo del jazz. El Rag time que después se volvió famoso por Scott Joplin, y el Dixieland, fueron ritmos pianísticos sincopados, menos africanos y con armonías más europeas. El jazz evolucionó con la integración de nuevos instrumentos como el saxofón y la batería, que dieron lugar a bandas de jazz que iniciaron el recorrido por la Unión Americana, difundiendo su música y ganando seguidores. La música en vivo y el baile en los salones contribuían a su popularidad. Más adelante surgirían los movimientos de jazz en Chicago y Nueva York dentro de los cuales podemos mencionar a los grandes solistas: Duke Ellington, Paul Whiteman, y desde luego, el para muchos más grande de todos, Louis Armstrong, cuya historia y trayectoria es realmente sorprendente y una de las más legendarias de la música.
En 1917, las autoridades de Nueva Orleans cerraron el barrio de Storyville, provocando el éxodo de los mejores músicos de jazz. Louis Armstrong partió con la manada. Hijo de una prostituta, abandonado por el padre, adoptado por una familia judía de quien recibió su primer estímulo para ser músico, una trompeta, Satchmo, como se le conocería más tarde, fue el músico que llegó a dominar el alma del jazz y la elevaría a un espíritu del más alto nivel. Insuperable, lleno de vida, desde sus primeros años imprimió un estilo único, espontaneidad y carisma que tenían mucho que ver con su arrasadora personalidad. Son memorables sus actuaciones en las que podía pasar de las síncopas más complejas y estridentes, a las melodías llenas de belleza y sensualidad. A pesar de ser un genio de la improvisación, Armstrong era un perfeccionista; siendo muy joven se convirtió en un referente para todos los músicos. Una de sus legendarias participaciones quedó registrada en su versión de Porgy and Bess, al lado de la gran cantante Ella Fitzgerald, (dejo una liga para que la disfruten).
Y la original ópera Porgy and Bess
Es increíble la manera en que el jazz se teje en la historia y es un tejedor de historias. Dolor, pasión, anhelos, desgracia, adicción. Epidemia que intoxica al mundo de alegría y al mismo tiempo un recordatorio de la miseria en la que encontró suelo fértil. Sus marcados claroscuros, lo hacen ser lo que es, un escape, al mismo tiempo que una exigencia de genialidad. Llevar el sonido hasta donde pueda llegar y nunca quedarse ahí. Es una arquitectura que se construye cada día, en las noches cuando los jazzistas se encuentran en un templo llamado música; y con la música lo revolucionan todo, atrapando a los públicos, a las nuevas generaciones dispuestas a dejarse seducir por sus tonos, por sus notas estridentes, por su estilo inquietante por ternura arrasadora. Por no repetirse y jamás caer en complacencias, por poner a prueba nuestra sensibilidad, dejar fluir las emociones y llevarlas a bordar más allá de lo conocido. En una palabra, jazz.
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