Hay registros documentados que datan del siglo XVIII en el que da cuenta de cómo el pedir calaverita se utilizó en un contexto de “caridad funeraria”, como explica el antropólogo Claudio Lomnitz en su amplio trabajo La idea de la muerte en México, que edita el Fondo de Cultura Económica. “Las limosnas que se daban a los pobres en los días en memoria de los muertos, incluídos no únicamente los ‘días de muertos’, sino también el día del funeral, eran transacciones complejas”.
Ciudad de México, 1 de noviembre (SinEmbargo).– Todos los 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, se ha vuelto una costumbre en México que miles de niños salgan disfrazados para pedir dulces de casa en casa al ritmo de la frase: ¿Me da para mi calaverita?
Ciertamente en las calles mexicanas proliferan disfraces que no forman propiamente de las tradicionales calaveras, catrinas y catrines nacionales. Es más común ver que los niños optan por los personajes de películas de terror estadounidenses como Freddy Krueger, Michael Myers, Ghostface, Pennywise así como los recurrentes diablos y brujas.
Todo esto ha llevado a que se hable de una pérdida cultural y de apropiación del Halloween que falsamente se ha asociado con una tradición puramente estadounidense y contra la cual incluso se han emprendido campañas en los últimos años asociándose con cuestiones satánicas. Lo cierto es que se trata de una celebración también de antaño que tiene raíces cristianas y celtas.
Ahora bien, ¿cómo surgió en México la idea de salir y pedir calaverita?
Hay una leyenda que suele contarse, la cual, dicen, se remonta al México prehispánico. La historia da cuenta de un niño macehual que al quedar huérfano se pintó su cara para salir y pedir qué poder poner en su ofrenda. No obstante, esta versión choca con la realidad. Primero porque los pueblos originarios no rendían culto a los muertos como tal, sino a los dioses, además la manera en la que lo hacían, como se sabe, era mediante ritos que incluían, por ejemplo, los sacrificios.
“No podemos decir que las festividades de días de muertos sean una evocación del pasado prehispánico. Al contrario: es una representación de la identidad, una recreación de los orígenes de un pueblo sincrético y sintético. Se sintetizan, suman, los cuerpos, somas, y las ideologías, sistemas culturales, mestizando no sólo nuestras características físicas, sino también nuestras mentalidades y saberes. No podemos concebir el mundo nuevo sin la perspectiva de los otros que ahora son nosotros”, escribe al respecto el investigador José Eric Mendoza Luján en su texto “Que vida el Día de muertos. Rituales que hay que vivir en torno a la muerte”.
Ahora bien, hay registros documentados que datan del siglo XVIII en el que da cuenta de cómo el pedir calaverita se utilizó en un contexto de “caridad funeraria”, como explica el antropólogo Claudio Lomnitz en su amplio trabajo La idea de la muerte en México, que edita el Fondo de Cultura Económica. “Las limosnas que se daban a los pobres en los días en memoria de los muertos, incluidos no únicamente los ‘días de muertos’, sino también el día del funeral, eran transacciones complejas”.
“En efecto, el donante daba limosnas como sufragio de por un alma difunta, mientras que el receptor (un pobre o un niño) recibía el presente en calidad de representante de esa alma. En resumen, se trataba de un ejemplo más de interacción mediada entre este mundo y el otro”, refiere.
Lomnitz explica además que la calavera de azúcar “expresaba esa mediación: era un dulce que los adultos daban a sus hijos y a otros niños, pero en su forma exterior indicaba el hecho de que era un presente para los muertos (de parte del donador) y de los muertos (desde el punto de vista del receptor).”
Claudio Lomnitz refiere también que “la práctica de dar ‘calaveras’ no se restringía a los intercambios entre ricos y pobres, sino que se extendía significativamente a los hijos y demás dependientes”. Muestra de ello cita lo que decía en 1740 un clérigo español al explicar a sus compatriotas “que, en México, la ofrenda de azúcar: ‘[...] es obsequio que se ha de hacer por fuerza a los niños y niñas de las casas de su conocimiento”. Lomnitz expone que más tarde esta calavera “también se daba directamente en forma de dinero para comprar los dulces y otros artículos de consumo de la temporada, particularmente en las ciudades”.
José Eric Mendoza Luján, investigador del Museo Nacional de Antropología, explicó hace unos años a El Universal que hay dos principales influencias en lo que se conoce como “pedir calaverita”: una en la época novohispana y otra en el Halloween. ¿Dónde empieza una y termina la otra? Ya es difícil saberlo. “Se busca una pureza que no hay”, comentó el experto a este medio.
Con respecto a la primera, Mendoza Lujan expone que en el siglo XVIII en las iglesias las reliquias, es decir los huesos y objetos de santos, esperaban a creyentes ansiosos de ofrendarles oraciones para expiar sus pecados. Esto era parte de la celebración católica de Todos los Santos, el 1° de noviembre. Con el tiempo “pasaron de la veneración únicamente de las reliquias a la veneración de todos los fieles difuntos… una cosa más doméstica”, afirma el antropólogo. Los ricos, ahondó, ponían “piras funerarias”, altares para sus propios difuntos. Quienes no podían costearlo pedían lo que sobraba de estos retablos monumentales “para su calaverita”, es decir, para poner en la ofrenda a su muertito.
Con respecto a la influencia del Halloween, el investigador explicó a El Universal que se trata de una celebración milenaria, que antiguamente, celtas y galos celebraban como el Samhain; cuando creían que se abría un portal que permitía venir a los muertos al mundo de los vivos. “Se disfrazaban o se pintaban para espantar al espanto, se encerraban a veces, dejaban una vela encendida en las casas siempre para que los malos no pasaran”, explicó el antropólogo, quien además indicó que con la evangelización católica el Samhain se convirtió en All Hallows Eve que derivó en la palabra Halloween.
El propio Mendoza Luján expone en su artículo “Que vida el Día de Muertos. Rituales que hay que vivir en torno a la muerte” precisamente cómo este sincretismo se ha visto incluso en la manera en la que ponemos altares, donde podemos ver cómo conviven “esqueletos, brujas, murciélagos, calaveras de plástico, entre otros, con las velas, las imágenes religiosas, catrinas, flores y fotos de los difuntos”. “Cuando se logran sincretizar las ideologías y símbolos de dos lenguajes, de culturas diferentes se puede enriquecer, y puede convivir el Halloween con Fieles Difuntos, entendiendo que cada uno pertenece a un sistema de códigos diferente, pero que se puede amalgamar”, escribe. “Debemos desprendernos de la intolerancia a otras cosmovisiones. La celebración europea de Halloween tiene símbolos que pueden ser introducidos a nuestra celebración, porque no se contraponen, y finalmente somos un pueblo mestizo, sincrético”.