Jorge Alberto Gudiño Hernández
03/11/2024 - 12:01 am
Comprar jamón
"Durante décadas el jamón lo ponían en un papel plástico que, a su vez, introducían en una bolsa de un plástico más grueso".
Desde que tengo memoria, mi rutina semanal incluye una visita al súper, para comprar la comida de la semana. Fui siendo niño, acompañando a mi madre; fui ya casado, comprando mal con mi esposa; he ido solo, que es cuando más rápido termino el trance y he ido con mis hijos, quienes, por alguna extraña razón, disfrutan el asunto. No es que deteste ir al súper, pero no me atrevería a sugerir que es una experiencia grata. Supongo que eso nos pasa a muchos de los que, vencidos por la rutina, terminamos comprando leche y comestibles para la semana un domingo por la tarde. Ni hablar, otra de las piedras de Sísifo que empujamos
Casi siempre (salvo en esas visitas extra que no forman parte de la costumbre) compro jamón. He llegado, desde que soy niño, a donde los encargados del departamento de salchichonería gritan para llamar la atención de los clientes. Es algo que disfruto porque el súper recupera sus orígenes de mercado. Me sorprende que ya no haya filas inmensas ni se requiera sacar turno como sucedía en otras épocas. No creo que se deba a la eficiencia en el proceso de despachado, sino a que, cada vez más, es posible conseguir los productos preempacados. Yo mismo consumo algunos de ellos. Sin embargo, con el jamón repito el ritual de siempre. Llego, pues, a los refrigeradores que suponen la barrera entre quienes despachan y sus clientes y pido la cantidad de jamón (algo que ha variado mucho a lo largo de mi vida), la marca (que también ha cambiado, pero mucho menos) y la consabida frase aprendida en la infancia: “en rebanadas delgadas, no importa que se deshaga”.
Paréntesis: he platicado y discutido con amigos en relación con las rebanadas delgadas. Casi todos los hombres con quienes he hablado al respecto consideran que el jamón sabe mejor así; casi todas las mujeres opinan que da igual. No tengo idea de qué suceda con la química del jamón en contacto con el aire. Cierro paréntesis.
Las diferencias llegan ahora. Durante décadas el jamón lo ponían en un papel plástico que, a su vez, introducían en una bolsa de un plástico más grueso. Yo lo llevaba a mi casa, lo metía al refri y lo iba usando a lo largo de la semana. Hablo en pasado porque las cosas cambian.
Primero fue ese sentido de responsabilidad consistente en echarle la culpa al consumidor de todos los daños ambientales. En lugar de darme una bolsa de plástico, metieron el jamón en una de papel, de ésas que usan en el departamento de panadería o en las que, ahora, se empacan frutas y verduras. Todo estaría muy bien de no ser porque el jamón se seca ahí adentro. Así que tuve que resignarse, hacerme cargo de esa propuesta obligatoria de tener menos impacto ecológico y llegar a guardar el jamón en un tóper… con el consiguiente camino a la basura de la bolsa de papel (pero es de un material que se biodegrada más rápido y…).
Después fue el doble envoltorio plástico. Rebanaban el jamón sobre el mismo papel plastificado y delgadito para luego envolverlo en papel celofán. Ya ni queriendo se podía conservar ahí. El celofán adherente y elástico colapsa cuando uno lo desenvuelve e intenta volverlo a su estado original. De nuevo recurrí al tóper. Después, el envoltorio a la basura (y ya no era un material que se biodegrada…).
El primer absurdo llegó cuando, ante la falta de ese papel plástico delgado para dejar caer las rebanadas de jamón, la dependienta utilizó una bolsa de plástico (sí, como las que se usaban antes para guardarlo). Acto seguido, envolvió el paquete en celofán. Le pregunté por qué no me lo daba en una bolsa, pero se escandalizó un poco: las instrucciones del súper eran no entregar los productos embolsados porque estaban en una campaña para reducir el uso de plásticos…
La semana pasada rebanaron el jamón sobre el papelillo de marras, luego pusieron el paquete sobre una bandeja plástica dura, como una charolita, después lo envolvieron con celofán. Por puro peso, debieron usar una cantidad varias veces mayor de plástico que con la primera forma de empaque. Eso sí, no gastaron ninguna bolsa. Misma que, antes, me duraba una semana. Ahora, el celofán se tira casi de inmediato.
En fin, que no estoy en contra de esos intentos por reducir nuestro impacto ecológico. Al contrario, los apoyo y me sumo a sus causas tanto como puedo. Sin embargo, hay ciertos procesos que, lindando en el absurdo, generan más desperdicio que otros. Aunque, eso sí, el súper está certificado por sus buenas prácticas ambientales.
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