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Alejandro De la Garza

02/11/2024 - 12:02 am

La calavera: Posada, Bond y Coco

"Como ejercicio del Día de los Fieles Difuntos, el alacrán invita a sus lectores a palparse la calavera con los ojos cerrados y con las dos manos".

"Westheim habla del consabido deleite milenario de los mexicanos por representar a la muerte a través de la calavera". Foto: Michael Balam, Cuartoscuro

El sino del escorpión no gusta de la ritualidad al menos desde sus tempranos veinte, pues su infancia católica lo saturó (In Nómine et Patris) de escatológicas ceremonias con olor a incienso. No obstante, confiesa su gusto simbólico y visual por el llamativo anaranjado del cempasúchil y su florida manera de iluminar los altares domésticos para recordarnos a las personas fallecidas amadas, a los tantísimos finados en los años de pandemia y a los miles y miles de muertos en nuestro país de fosas y desaparecidos.

En 1983, el Fondo de Cultura Económica editó en uno de sus breviarios el hermoso libro La calavera, de Paul Westheim, (Alemania 1886-1963), crítico, historiador del arte y editor judío-alemán que vivió por años en México y fue de los precursores del estudio de las producciones escultóricas, en estelas, edificios y pinturas de los pueblos mesoamericanos, pero no desde una perspectiva histórica y antropológica, sino desde una perspectiva artística. Westheim fue de los impulsores del Museo de Antropología, pero también exigió siempre un Museo de Arte Antiguo.

En su libro, Westheim habla del consabido deleite milenario de los mexicanos por representar a la muerte a través de la calavera, pero también la observa como símbolo de un mundo libre de la angustia suscitada por la propia caducidad de la vida. De la figura de Tezcatlipoca, dios de la fatalidad, y de la idea de la inmortalidad y la transformación en el México antiguo, el historiador pasa a analizar la posterior secularización de esa visión esquelética de la calavera como motivo plástico de un pueblo, se insiste, sin temor, espanto o temblor ante la muerte, sino ante la incertidumbre de la vida.

El alacrán pasa a otra referencia gozosa de la calaca: José Guadalupe Posada (1852-1913) y su retrato de los mexicanos a través de esa figura mortuoria. “Un retrato de la evidente desigualdad e injusticia social existente en el porfiriato, régimen al que cuestionaba su moralidad y su culto por la modernidad”, dice Rafael Barajas en su libro Posada, mito y mitote.

La famosa Catrina de Posada alcanza un grado superlativo de representación estética de la muerte. Sus calaveras fueron una fusión de visiones precolombinas, coloniales y populares que supieron captar, mediante los trazos de la ilustración, la transformación de un sentimiento solemne y dramático en una aventura jocosa, divertida y llena de vitalidad. “La muerte es democrática, pues, a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acabará siendo calavera”, decía alegóricamente el artista grabador.

Los puristas y mexicanistas van a “cancelar” al escorpión, pero su siguiente referencia da un salto cuántico hasta el híbrido desfile de Día de Muertos representado en la cinta de James Bond de 2015 Spectre, donde vemos a Daniel Craig en papel de 007 en veloz y literalmente explosiva persecución por las azoteas de los edificios emblemáticos de la calle de Tacuba: la Casona de Xicoténcatl, el Palacio de Minería y el Museo Nacional de Arte.

La inclusión de este peculiar desfile del Día de Muertos en la trama de la cinta, una representación cinematográfica espectacular, híbrida, inexacta y mezclada, se alejó de la visión tradicional de la celebración, pero a la vez atrajo la atención internacional hacia esta festividad mexicana, además de darle chamba bien pagada a un sinnúmero de extras, técnicos y artistas locales que cobraron en dólares sus labores. La icónica secuencia de apertura se destacó por una impresionante plano a lo largo de notables ubicaciones como El Zócalo, La Catedral y el Palacio Nacional, que sirvieron de escenografía atónita a una pelea en un helicóptero que luego sobrevuela airoso la Avenida Reforma.

A muchos no les agradó esta mezcla de una tradición viva con el comercialismo cinematográfico, pero la película incrementó en el extranjero el interés por la cultura y las tradiciones del país y mostró a la capital como una locación cinematográfica atractiva, capaz de albergar producciones de gran envergadura. El clásico de 007 impulsó desde entonces la organización de un desfile anual con la figura central de La Catrina, tal como ya la vemos en otros eventos internacionales como el Gran Premio de México, que se realiza en fechas cercanas al Día de Muertos.

En otra maroma circense, el alacrán pasa ahora a la película Coco, de los estudios Disney, la cual se asegura hizo llorar a miles de mexicanos y mexicanas (a niños y a niñas, papás y mamás y hasta a los papás de los papás de los niños, como decía algún antiguo locutor). Esta abierta apropiación cultural fue un éxito comercial innegable y muchos tuvimos que aceptar con cara compungida que esta historia del mexicanísimo Día de Muertos fuera asimilada, trastocada y replanteada por los estudios Disney para los niños y las niñas de México y los de todo el mundo. 

Una última imagen que acaso revindique al venenoso con sus lectores mexicanistas, se refiere a que durante su pubertad, y gracias a su madre (quien este octubre cumplió una década de fallecida), el escorpión tuvo la enorme fortuna de visitar Pátzcuaro y su maravillosa isla de Janitzio durante un Día de Muertos. Ahí presenció pasmado el alucinante ritual fúnebre, oscuro y dolido, festivo y luminoso, de las barcas alumbradas con velas llevar sus ofrendas al islote central donde, sobre el pequeño pueblo y entre cantos, se levanta la enorme estatua de Morelos.

Como ejercicio del Día de los Fieles Difuntos, el alacrán invita a sus lectores a palparse la calavera con los ojos cerrados y con las dos manos. A repasar con la yema de los dedos las orbitas de sus ojos hasta sentir ahí, bajo la carne, las oquedades redondeadas con hueso. Continuar luego palpándose los pómulos hasta el inicio del maxilar superior y llegar a la altura de su articulación con los huesos temporales de la cabeza. Sentir el occipital, el parietal y el mismo hueso frontal de la testa hasta reconocemos en nuestra faz descarnada, eso somos: huesos y calavera.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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