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Jorge Alberto Gudiño Hernández

02/02/2025 - 12:01 am

Plutocracia

"Durante una buena parte de la historia de las democracias modernas los ricos y poderosos han influido en los gobernantes".

Plutocracia por Jorge Alberto Gudiño Hernández.
"La riqueza en sí misma no es mala, como tampoco lo son quienes la ostentan sólo por el hecho de serlo". Foto: Crisanta Espinosa, Cuartoscuro

Vivimos en un mundo en el que un muy pequeño porcentaje de los habitantes del planeta poseen un enorme porcentaje de la riqueza. Dependiendo de las fuentes, los valores cambian. El más conservador, asegura que el 10% de las personas tienen más del 50% de los recursos económicos a nivel mundial. Insisto, son los datos conservadores. Hay quienes hablan de, tan sólo, el 1% de las personas. En otras palabras, vivimos en un mundo muy desigual.

Se pueden hacer generalizaciones acusatorias con relación a las prácticas de muchos de los empresarios que ostentan tales niveles de riqueza: explotación laboral, evasión de impuestos, terrorismo comercial y demás. No es necesario acusarlos de maldad. El simple hecho de que existan las diferencias antes citadas respecto al control de la riqueza muestra que algo funciona mal en el mundo. Cuando, aprovechando la legislación del país donde tributa, el empresario más rico del mundo se asigna un sueldo ridículo para no pagar los impuestos sobre éste, mientras que a los empleados normales les retienen, de manera automática, un porcentaje importante de sus ingresos, no puede hablarse de equidad.

Es claro que durante una buena parte de la historia de las democracias modernas los ricos y poderosos han influido en los gobernantes. Hoy en día es común que se financien campañas políticas para, más tarde, pedir alguna suerte de retribución cuando el candidato llegue al poder. Una retribución que, en contra del deber ser de la democracia, beneficia al rico y poderoso antes que al resto de los gobernados.

Eso es plutocracia.

Y se ha intentado matizar, perseguir o castigar en la medida de que el sistema político de los países lo permite. En ningún caso el interés de un individuo debe ser superior al de la sociedad. Algunos estados han sido más exitosos que otros a la hora de atenuar el impacto plutocrático. Algo que, sin lugar a duda, no está sucediendo con el nuevo mandato de Trump.

La verdad es que sí da miedo. Y no sólo por esas prebendas y prerrogativas que los empresarios más ricos del mundo exigirán a un presidente que, también, es un magnate. A esa injusticia específica, la de beneficiar a uno por sobre los otros, se suma un asunto ideológico.

No es absurdo señalar que un rico y poderoso suele creer que lo asiste la razón. ¿Qué muestra más contundente de ello que su propio éxito? Da igual si sólo era bueno vendiendo, si tuvo una gran idea, si desarrolló productos tecnológicos de gran impacto o se le ocurrió un modelo de negocio inexistente. Es claro que, para llegar a esos niveles de riqueza y poder, se debe ser muy bueno en algo. Tener razón en un espectro muy particular. Pero, como no hay duda de ello, es fácil que asuman que esa razón se esparce a cada una de sus opiniones, a sus formas de entender la vida, a cómo debería funcionar el mundo.

Y es ahí donde, además de injusto, se vuelve peligroso o, acaso, se vuelve más peligroso donde ya lo era. Porque entran en juego ideologías que pueden llegar a ser muy perniciosas. La riqueza en sí misma no es mala, como tampoco lo son quienes la ostentan sólo por el hecho de serlo. El peligro radica en el momento en que su beneficio particular, justificado por su forma de ver el mundo, resulta más importante que el del resto.

A la plutocracia se le debe combatir como a un cáncer dentro de un sistema democrático. Y se debe hacer a tiempo, para evitar mutaciones y su expansión.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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