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Jorge Javier Romero Vadillo

27/02/2025 - 12:02 am

Tiempo circense

"Con Trump de regreso en la Casa Blanca y el obradorismo aferrado en el gobierno mexicano, la política se ha convertido en un espectáculo grotesco".

Tiempo circense por Jorge Javier Romero Vadillo.
"La Casa Blanca ha pasado de ser el centro del poder global a una casa de los horrores". Foto: X @POTUS

El problema no es que los mediocres lleguen al poder, eso ha ocurrido siempre. Lo alarmante es que ahora lo hagan sin el menor erecato por disimular su ineptitud, sin siquiera tratar de construir una fachada de competencia. Con Trump de regreso en la Casa Blanca y el obradorismo aferrado  en el gobierno mexicano, la política se ha convertido en un espectáculo grotesco donde lo único que importa es la fidelidad ciega, la capacidad de aplaudir sin cuestionar y la docilidad ante el caudillo en turno.

El nombramiento de Robert F. Kennedy Jr. como secretario de Salud de Estados Unidos es una burla evidente: un fanático antivacunas, promotor de teorías conspirativas absurdas, puesto al frente de la política sanitaria del país que más invierte en ciencia y tecnología médica en el mundo. Kennedy no representa una visión alternativa ni un enfoque novedoso: es la consagración del oscurantismo en una institución que debería estar basada en la evidencia científica. La salud pública de millones queda en manos de un charlatán que cree más en remedios mágicos que en la medicina.

La Casa Blanca ha pasado de ser el centro del poder global a una casa de los horrores, donde la ignorancia y la paranoia gobiernan con mucha más fuerza que la racionalidad. Trump ha regresado con sed de venganza y sin ningún freno institucional que lo contenga. Ahora ya no es solo el populista impredecible que destruyó lo poco que quedaba de la decencia republicana; es, sin frenl, un orate dispuesto a barrer con cualquier vestigio del viejo orden liberal. Su gobierno es un recordatorio de que las democracias no mueren con un golpe, sino con el desgaste sistemático de sus instituciones y con la normalización de la mediocridad.

Lo aterrador es que la lógica de la política nacional en los últimos tiempos es exactamente la misma. Nadie en su sano juicio puede afirmar que la llegada de Lenia Batres a la Suprema Corte fue por su talento jurídico. Ha sido su servilismo absoluto, su obsecuencia con el nuevo régimen, lo que la ha convertido en la “ministra del pueblo”, favorita indiscutible en una elección en la que no votarán sino los adictos.

Lo previsible será la anulación de toda autonomía judicial que incomode al poder. En lugar de una Corte que equilibre el ejercicio del poder, tendremos un tribunal plegado a la voluntad del Ejecutivo, donde el derecho se doblegue a la agenda política del gobierno en turno. El nuevo régimen mexicano y el trumpismo, a pesar de sus diferencias, coincidan en un punto fundamental: su desprecio por la especialización, la técnica y la despolitización de la función pública. Para ambos, lo único que importa es la lealtad. Por eso colocan en los puestos clave a personajes inverosímiles, figuras sin trayectoria ni preparación, pero con una devoción absoluta por la causa.

Este fenómeno no es sorpresivo. A lo largo de la historia, los populismos han despreciado a los expertos porque los ilustrados son incómodos. La política basada en la evidencia es un obstáculo para quienes gobiernan con consignas. No se puede administrar un país con eficacia cuando la prioridad es mantener la farsa del líder infalible. Por eso la Corte mexicana ha sido objeto de captura, con todo y una plagiaria.

Trump y el nuevo régimen mexicano son ejemplos de que ya no se trata de gobernar, sino de desmontar las instituciones democráticas y ocuparlas con incondicionales. La técnica, la deliberación y la independencia de pensamiento han sido desplazadas por la lealtad y la obediencia. Estados Unidos y México, cada uno a su manera, han optado por la mediocridad institucionalizada, por el dominio de la propaganda sobre la razón.

El nuevo gobierno de Trump ha llegado con un vendaval de revanchismo, para acelerar la destrucción de las agencias que regulaban el funcionamiento del Estado y entregar el poder a su círculo de fanáticos. La política exterior de Washington ha vuelto a la lógica de la coerción: presión brutal sobre sus aliados, amenazas comerciales y un uso cada vez más agresivo de su maquinaria securitaria para controlar lo que considera su patio trasero. México, sin rumbo y sin estrategia clara, enfrenta este embate con un gobierno encabezado por personajes sin experiencia, incapaces de responder con solidez a la embestida del vecino del norte.

Estamos frente a la peor combinación posible: Estados Unidos gobernado por un demagogo y un gobierno propio sin claridad ni rumbo. La administración de Claudia Sheinbaum, incapaz de definir una estrategia clara ante el embate de Trump, sigue atada a las inercias del embeleso de López Obrador, sin señales de autonomía ni de capacidad para responder con firmeza. Mientras Trump impone su agenda sin miramientos, el gobierno mexicano sigue operando en la improvisación y el cortoplacismo.

El problema no es solo que se nombren incompetentes en puestos cruciales de la función estatal, sino que esta práctica sea la norma. La política no es el espacio para el debate y la construcción de soluciones, sino el negocio de la simulación. Y cuando la simulación se vuelve el eje del gobierno, las decisiones dejan de ser racionales y se convierten en actos de mera propaganda.

La vuelta de Trump al poder representa un desafío enorme para México. La presión está aumentando en todos los frentes: comercio, seguridad, migración. Frente a este escenario, el gobierno mexicano se encuentra en manos de una administración sin capacidad, sin cuadros experimentados y sin liderazgo. La ausencia de un embajador en Washington, la tibieza del canciller y la falta de una estrategia clara para enfrentar la nueva realidad política en Norteamérica son señales de un gobierno que no entiende lo que enfrenta.

Mientras tanto, Trump avanza con su agenda, impone su lógica de confrontación y desmantela lo poco que quedaba de la cooperación bilateral. El margen de maniobra de México se reduce día con día, y lo único que el gobierno parece hacer es esperar a que la tormenta pase. Pero la tormenta no pasará. La debilidad institucional se paga caro, y el costo de la improvisación puede ser muy alto.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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