Alejandro De la Garza
01/03/2025 - 12:02 am
Trump y el teatro del absurdo
Muchos ven el teatro del absurdo como una serie de obras sin explicación lógica y sin sentido, donde resalta la incongruencia entre el pensamiento y los hechos.
El sino del escorpión sigue hurgando en busca de las cinco acciones importantes que llevó a cabo esta semana, pues se impuso el reto de informarle a Elon Musk de las tareas vitales que realizó, ya que tales labores lo acreditan como un buen empleado digno de mantenerse en su puesto. Responder al correo de Musk era obligatorio, se insistía en el mismo texto, y aquel que no contestara se arriesgaría a ser despedido. Poco después, Trump dijo que no era obligatorio, pero que quizá sí. En tanto, Musk continua sin dirigir bien a bien el DOGE (Department of Government Efficiency), pero igual da órdenes a todo el Gabinete y no hay quien le replique. En la reunión de Gabinete Trump dijo: “quien no esté de acuerdo con Elon que levante la mano y ya puede salirse de esta reunión”. Los republicanos no levantaron ni las cejas y sólo algunos movieron la mano con discreción en lo que fue interpretado como un reflejo instintivo por hacer el tradicional saludo nazi.
Pendiente —como estamos todos— de las ocurrencias de Donald Trump, el venenoso no pudo evitar emparentar las ideas y acciones del Ejecutivo estadounidense ya no con un sainete vulgar, una comedia bufa o un sketch cómico-apocalíptico, sino directamente con el teatro del absurdo. Como se recordará, el teatro del absurdo surgió luego de la Segunda Gran Guerra como una vía artística para cuestionar no sólo al sistema que había dado lugar al nazismo y “la solución final”, sino también a la esencia y existencia misma del hombre en el vacío de la modernidad contemporánea. “¿Cómo escribir poesía después de Auschwitz?”, era la pregunta en el aire. El teatro del absurdo se finca en la incoherencia, el disparate y lo ilógico, y abarca un conjunto de obras escritas por dramaturgos estadounidenses y europeos durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Antonin Artaud, Eugène Ionesco, Samuel Beckett, Jean Genet, Harold Pinter, Alfred Jarry, Tom Stoppard, Arthur Adamov, el cubano Virgilio Piñeira, el españole Fernando Arrabal y el ecuatoriano Arístides Vargas figuran entre más de una docena de dramaturgos del absurdo.
El teatro del absurdo se caracteriza por tramas que parecen carecer de significado, diálogos repetitivos y falta de secuencia dramática, lo que a menudo crea una atmósfera onírica con rasgos existencialistas, dadaístas y surrealistas. (El arácnido observa la reunión de Trump con su Gabinete, el absurdo, el absurdo). A través del humor y la mitificación —que sólo esconden una actitud de radical exigencia hacia el arte—, los dramaturgos del absurdo viven sus “Días felices” “esperando a Godot”, al “rinoceronte” de Ionesco y a la “cantante calva”. El término fue acuñado por el periodista, traductor y crítico literario húngaro Martin Esslin (1918-2002) en su libro El teatro del absurdo (1961), descrito como “el texto más influyente en el teatro en la década de los años sesenta”. Vale recordar que los estudios de Esslin están basados en los ensayos filosóficos de Albert Camus, de ahí sus puntuales descripciones de las características del teatro del absurdo. En la primera edición de su libro, Esslin presentó a los cuatro escritores que para él definieron el movimiento: Beckett, Damov, Inonesco, Genet y Pinter.
Aquellos autores, luego de la guerra y en medio de un clima de decepción ante “la banalidad del mal”, comenzaron a identificarse bajo la etiqueta de “lo absurdo” como una respuesta al mundo imperfecto y cruel, como una forma de acuerdo frente a la ansiedad, lo salvaje y la duda en medio de un universo implacable. Es por ello que las imágenes del teatro del absurdo tienden a asumir la calidad de la fantasía, el sueño y la pesadilla, sin interesarle tanto la aparición de la realidad objetiva como la percepción emocional de la realidad interior del autor. En el teatro del absurdo la tragedia y la comedia chocan en una ilustración triste de la condición humana y la absurdidad de la existencia. El dramaturgo del absurdo viene a ser un investigador para el cual el orden, la libertad, la justicia, la psicología y el lenguaje no son más que una serie de sucesivas aproximaciones a una realidad ambigua, inasible y decepcionante.
Muchos ven el teatro del absurdo como una serie de obras sin explicación lógica y sin sentido, donde resalta la incongruencia entre el pensamiento y los hechos. ¿No es así la política? Los personajes tienen un gran obstáculo para expresarse y comunicarse entre ellos mismos y se percibe a través de los personajes la desorganización que existía, el absurdo como mecanismo defensa para sobrevivir ante el caos y la confusión.
Hoy, al parecer, estamos en una condición similar. La banalidad del mal nunca había sido tan clara, grotesca, confusa. Veamos una conferencia de prensa de Trump: sin ton ni son toca cualquier tema con base en clichés y lugares comunes. Dice mentiras en serie y tiene un equipo de bufones extraídos de Fox News para manejar la Defensa, el FBI, la CIA y otras agencias que requieren personal capacitado y con experiencia, pero que Trump ha decidido entregar a una banda de ineptos y sin preparación, pero leales hasta la médula al Presidente, quien parece avanzar a empellones sobre un campo minado.
Los cientos de ordenes ejecutivas y decretos que ha lanzado el Presidente estadounidense, más las medidas laborales draconianas, los miles de despidos y el cinismo orgulloso de serlo que vende criptomonedas, biblias y propiedades hoteleras en Gaza son hechos dignos del teatro del absurdo. Como querer apoderarse de Groenlandia, del Canal de Panamá o querer reabrir Guantánamo como prisión. Los anfitriones de los programas nocturnos de la televisión gringa (Colbert, Kimmel, Fallon, Stewart) no se dan abasto para enumerar la cantidad de cosas absurdas que ha hecho y ha ordenado Trump desde su casa de Mar A-Lago, donde descansa y juega golf, luego come hamburguesas y vuelve al golf. No sin antes esparcir algunas mentiras y fake news por su red social Truth Social.
El mal nunca había sido tan banal y tan absurdo, insiste el escorpión, recordando a Hannah Arendt.
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