Susan Crowley
08/03/2025 - 12:03 am
La Vegetariana, la última de las rebeldías
Qué es un cuerpo de mujer sino una topografía en la que el hombre se empeña en escribir su historia, en la que se estremece al reconocer cavernas u oquedades; esa tierra que lo incita a conquistar desterrando a su habitante primero, lo femenino.
La Vegetariana de Han Kang, narra el cambio radical en los hábitos alimenticios de una mujer tras violentas pesadillas, con consecuencias desastrosas para su vida y salud mental. Novela de una brevedad asombrosa, representa la pulsión de un organismo que se enaltece auto aniquilándose. Los estertores de un alma incontenible que se fuga en infinitos. Inconmensurable, salvaje. Primitiva. Desde su interminable agonía y fragilidad Yeong-hye, la protagonista, quiere gritar al mundo, pero de su boca sólo surge el vacío, la tristeza, la añoranza de un cuerpo que lejos dejó el deseo. Por eso se abandona convirtiéndose en selva de armonías que luchan por recuperar el paraíso perdido. La Vegetariana nos habla de lo femenino y de esos cuerpos que se niegan a ser colonizados.
Es apenas un soplo, unas cuantas páginas que atesoran en su interior el misterio. Qué es un cuerpo de mujer sino una topografía en la que el hombre se empeña en escribir su historia, en la que se estremece al reconocer cavernas u oquedades; esa tierra que lo incita a conquistar desterrando a su habitante primero, lo femenino. El hombre es extractivista por excelencia; se adueña, consume, abandona. Por eso Yeong-hye, huye hacia su única escapatoria: su interior. Horada en su propio cuerpo, entre los pliegues de la piel, en cada poro. En esos caminos encuentra un refugio momentáneo, se sumerge en sus propios conductos. Se duele, se erotiza, e invita a poseerla, a someterla. Pero no busca regodearse en la autoflagelación. Se entrega al verdugo y así, en su cuerpo, exhibe la crueldad de la que también es capaz. No podrá ser atrapada a pesar de que ello entrañe aniquilar su propia vida.
Han Kang nacida el 27 de noviembre de 1970 en Gwangju (Corea del Sur), tiene "una conciencia única de los vínculos entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos; y a través de su estilo poético y experimental, está considerada como una innovadora en el campo de la prosa contemporánea", declaró el presidente del Comité Nobel, Anders Olsson.
Kang expresa que “el sentimiento que tuve mientras escribía el libro, fue dolor, un dolor abrumador. Lloré casi todos los días mientras escribía la novela”. Para ella ese dolor es una suma de muchos y terribles duelos. Resistirse a la carne, es la metáfora de una batalla contra el patriarcado. Batalla silenciosa, muda, que pone de manifiesto la angustia de no tener cabida en un cuerpo que no se resigna a ser prisión impuesta por el otro.
Han Kang es poeta y novelista. Fue galardonada "por su intensa prosa poética que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana. Su obra se caracteriza por esta doble exposición del dolor, una correspondencia entre el tormento mental y el físico, estrechamente vinculada al pensamiento oriental", señaló la Academia Sueca.
Más conocida en el extranjero que en su país, ganó el premio Booker en 2016, por La Vegetariana que dio paso a la traducción de un caudal considerable de obras breves todas, concisas, implacables. La lección de Griego, es un recorrido a otro espacio de dolor, el de dos seres, ella muda y él casi ciego, que se encuentran en medio de la soledad y el abandono. Ahí, nos demuestra Kang, es donde habitan los seres que merecen vivir historias de amor luminosas, redentoras.
En La Vegetariana, Han Kang nos conduce a un fascinante a la vez que terrorífico viaje a través del cuerpo, su intimidad y vulnerable delgadez (consunción). Como una alegoría al castigo infringido, una y otra vez, despoja al lector que no puede más que dejarse ir con la belleza que lo consume. El cuerpo de Yeong-hye, se niega a comer carne, cada bocado se convierte en una dolorosa violación a su intimidad. Así es como queda condenada al rechazo y después a la destrucción de los que la rodean. En su desesperada huida, abre pliegues que originan universos en los que penetramos. En las imágenes nos precipitamos en vacíos múltiples.
El de Hang es un viaje al interior en el que los tejidos de la piel se transforman en paisajes vegetales, selvas tropicales. Chozas deshabitadas que forman hogares de la nada que la protegen del mundo que la juzga, que la castiga, que infringe en ella un dolor que produce un placer sádico. Autoconsumirse es un irrestricto acto de rebeldía. Por eso se desdobla en psicodelias, en partículas laceradas. Es en todo momento un canto al paisaje japonés. La estructura de la novela se compone de esbozos, silencios, vacíos, plenitud que sólo puede ser instantánea. El cuerpo, como el vestido del alma, cubre esa desnudez pálida; al llegar a su final se llena de colores, anunciando la nueva vida, no la de esta tierra, sino la de la libertad asumida en la disolución. En ella se aloja lo posible, la inocencia y por lo tanto el estado de gracia que redime la condición de tantos seres lastimados.
Una de las herencias que recibió Corea del confucionismo es el patriarcado como sistema político y social. La tradición milenaria que consideró a la mujer como una mercancía; de niña propiedad del padre, más tarde comerciada con el esposo. Siempre como un objeto, su vida está determinada por las relaciones de poder en las que solo es una observadora pasiva, sin opinión. Cualquier habilidad o atributo de una mujer es considerado como posible incremento en la moneda de cambio con la que será ofrecida y mejor colocada para su postor. La vida de una mujer se entreteje en el silencio y aceptación de acuerdos tomados sin ser considerada.
Tal vez sea el arte, especialmente la literatura y la poesía, el espacio en el que una mujer de esa Nación pueda determinar su autonomía y actuar de manera independiente sin ser controlada por el yugo familiar. De ahí que una artista como Han Kang haya logrado transmitir en su literatura la sed de libertad que transpira en los personajes femeninos de sus novelas. Cargadas de emoción, casi etéreas, soportando el maltrato con una indiferencia que es la más cruel de todas las violencias en respuesta a un agresor.
¿Cómo construimos y deconstruimos la realidad del cuerpo? Depende de quiénes somos y lo que logramos explorar en nuestra propia humanidad. Kang acude al cuerpo, a la carne y al interior de las capas de esa carne para preguntarse por los estados emocionales, por la psique, el espíritu, la sexualidad y, a fin de cuentas, el límite en el que se concreta el sentido de la vida que es la muerte. Eso es la condición humana, un ámbito en el que se fragua la existencia, donde se colocan los miedos y las incertidumbres. El espacio íntimo es donde ocurren las preguntas sobre quiénes somos. Ahí es donde aloja la posibilidad de la violencia, de la agresión y de la culpa. Ser vegetariana es un recurso, una actitud de defensa, un no rotundo a la subordinación de lo femenino bajo el credo masculino. Los personajes de Han Kang cuestionan su alrededor, lo desestabilizan y se resisten a ser víctimas. Con dignidad, su pasividad desmantela el aparato de poder. El autosacrificio las llena de otra gloria.
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