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Jorge Alberto Gudiño Hernández

09/03/2025 - 12:01 am

La idea del futuro

Uno se preocupa y comenta algunas cosas respecto al conflicto arancelario o a los gobiernos de extrema derecha surgiendo en los países que considerábamos los más civilizados, mismos que propugnan por la desaparición de ciertas garantías que dábamos por hechas. El asunto es qué van a hacer ellos, los integrantes de esas generaciones a las que les tocará vivir esa inmensa transformación.

La ideal del futuro.
Imagen ilustrativa. Foto: Mario Jasso, Cuartoscuro

Coincido con quienes sostienen que la capacidad que tenemos para pensar en el futuro es una de las razones por las que la humanidad se desarrolló. más que otras especies. Nos permite, por ejemplo, no abalanzarnos hacia toda la comida disponible o invertir nuestro dinero en instrumentos a largo plazo. Más allá de ejemplos puntuales en donde cabrían múltiples excepciones, solemos pensar que el futuro será mejor que el presente. Es esa esperanza la que nos permite seguir viviendo incluso cuando el presente es complicado. Más allá de postulados aspiracionistas, lo cierto es que nos dejamos manipular por dicha esperanza, pese a que, se vea como se vea, el futuro es producto de la ficción. Fantaseamos o hacemos
previsiones que no pueden ser sino parte de un relato inventado, por muchos datos que tengamos. Es parte, también, de nuestra relación con el lenguaje.

La ficción persiste pese a que contemos con datos, elementos o avisos de que las cosas no irán bien. La tenue luz de la esperanza basta para persistir incluso dentro de los escenarios más catastróficos o los colapsos evidentes. A fin de cuentas, dentro de nuestras fantasías, las guerras terminarán, la hambruna llegará a su fin y el dolor percibido terminará remitiendo. El problema viene cuando todo apunta al colapso. Da la impresión de que, entonces, nos basta con ignorar los avisos.

Lo hicimos cuando el problema del año 2000, para no ir demasiado lejos, o ante la advertencia del calentamiento global, del estrés hídrico, de la contaminación extrema. Los ignoramos porque no sabemos resolverlos o porque nos convencemos de que alguien más lo hará (así fue con la catástrofe computacional anunciada con el cambio de milenio: alguien más lo resolvió y ni nos enteramos cómo).

Sin embargo, ignorar no es suficiente. Sabemos, por experiencia, que no todos los problemas tienen solución y que no basta con resistir, pues a fin de cuentas los seres humanos terminamos adaptándonos. Hoy en día el mundo se ve envuelto en un oscuro panorama. Gobernantes como Trump, la violencia creciente, las difíciles condiciones para negociar, la llegada de fundamentalismos cada vez más poderosos y otras amenazas del tipo nos llevarían a la desesperación si nos enfrentamos a ellas con plena conciencia. De ahí que ignoremos. Pero, aunque el dicho rece que la ignorancia es felicidad, lo cierto es que las ideas de futuro más optimistas también están en riesgo.

Ya sea por la inteligencia artificial (su parte negativa), por las presiones sociales, por la destrucción del Estado de Derecho u otras linduras, lo cierto es que la existencia humana puede estar a punto de cambiar de manera radical. Ya no sólo basta con convencernos de que lo que nos queda de vida lo pasaremos más o menos como hasta ahora, con suerte un poco mejor. El problema son las generaciones venideras. No me aterra, por ejemplo, lo relacionado con mi trabajo o mi modo de vida. Sí me preocupa, en cambio, lo que tiene que pasará con mis hijos. Estarán insertos en un futuro que no se ve alentador, donde ciertos valores construidos durante los últimos siglos (democracia, libertad, relaciones humanas y demás) serán puestos a prueba constantemente, cuando no, simplemente, se modifiquen por completo.

Uno se preocupa y comenta algunas cosas respecto al conflicto arancelario o a los gobiernos de extrema derecha surgiendo en los países que considerábamos los más civilizados, mismos que propugnan por la desaparición de ciertas garantías que dábamos por hechas. El asunto es qué van a hacer ellos, los integrantes de esas generaciones a las que les tocará vivir esa inmensa transformación.

Me gusta imaginar que saldrán avantes, superando lo que sea que se les atraviese. La humanidad lo ha hecho muchas veces, ¿o no? El asunto es que uno no tiene la catadura para ver el futuro como una abstracción en la que se colonicen planetas toda vez que hayamos terminado por el propio. Al contrario, uno lo anticipa en relación a los suyos, a sus afectos. Y esa
posible transición al futuro idealizado quizá deba pasar a través de otro periodo oscuro de la historia. La angustia suele entorpecer los alcances de la esperanza a la hora de visualizar un futuro bueno. Ojalá seamos capaces de mejorar un poco el mundo antes de dejarlo en las manos de quienes nos suceden. Nos toca hacerlo porque, en muy buena medida, somos
responsables de haberlo empeorado. Y una disculpa no basta.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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