Durante la presentación de la revista-libro no. 137 Villahermosa de Artes de México, el investigador Álvaro Ruíz Rodilla leyó el siguiente texto de presentación.
Por Álvaro Ruiz Rodilla
Ciudad de México, 20 de abril (SinEmbargo).- No hace falta tener recuerdos de infancia ni haber visitado alguna ciudad real para dejarse llevar por sus mil asombros, para dejarse cautivar por sus habitantes, mercados, plazas, calles, monumentos, ríos, lagos o montañas.
Las ciudades antiguas, modernas, ficticias y verdaderas, han llenado las fuentes de la imaginación de viajeros, escritores, científicos, antropólogos. La revista Artes de México renueva sus lazos con ese imaginario latente, con la revista-libro Villahermosa.
La poesía, pintura, historia moderna virreinal, lingüística y antropología se unen otra vez ahora para llevarnos a Villahermosa, ciudad pletórica de versos, asediada por la selva, criada en su cultura del agua, un territorio vívido donde otra vez surgen destellos inesperados que nos interpelan de varias maneras.
De entrada, la portada, el cuadro de Carlos Pellicer López, dialoga con la poesía de Pellicer y con el sueño del Museo La venta, “con versos milenarios, encuadernados en misterio”, como si el espacio mismo del parque-museo tuviera las características de un libro, de encuadernación magnífica.
La poesía y la pintura están unidas por todo el número, no sólo en el gran despliegue de fotografías o cuadros históricos sino porque los poemas como viñetas al margen van desfilando para incrustarse a sana distancia de la caja tipográfica, de modo que ilustra los textos y le brindan, de nuevo otra espesura, a la que fue ciudad de poetas como: Gorostiza, Pellicer, Becerra.
Ciudad asediada por la selva
En este número, como ocurre en gran cantidad de publicaciones de Artes de México, las imágenes e ilustraciones, no pueden separarse de la poesía. Son asombrosas las tomas aéreas de la Villahermosa de hoy, como apunta Margarita de Orellana en su texto introductorio, "Para navegar una ciudad de palabras".
Una ciudad aún asediada por la selva y el agua, donde ese paisaje indomable, de garrobos, caimanes y guacamayas y flores exuberantes como la blanca mariposa, aún resisten los embates de esa máquina aplanadora llamada progreso.
Otro asombro más, ahora ya no proveniente de la poesía sino de la historia: el ensayo de Mario Humberto Ruz "San Juan Bautista Villahermosa: una antigua vocación de mercaderes", sobre el mercado Pino Suárez y la madeja de su historia íntima y pública, donde se recobra un bellísimo pasaje de Sahagún "Los mercaderes de Xicalanco" y que también recuerda a los mejores pasajes de Bernal, asombrado ante las maravillas del mercado de Tlatelolco, pero no como aquel en el espacio fijo en piedra de la urbe mexica, sino siguiendo las rutas y navegaciones por la península yucateca en busca de "sal marina, pescado salado, tejidos de algodón, artículos de ixtle o henequén, tintóreas como el ch’ooh (añil) y el ek (palo de Campeche), miel y cera".
¿Se imaginan poder leer una historia de los mercados como ésta, así de fluida y bien documentada, de todas las ciudades del mundo, de México o del trópico?
Para cerrar, destaco que en este número sobre la antigua ciudad a la orilla del río de San Juan Bautista, hoy Villahermosa, el diseño es lo mejor del legado mexicano e internacional, hay un sueño similar al del poeta, como puede leerse en el penúltimo texto, "Un museo, un poema" de Juan de Jesús López, pero a escala:
"En el museo de Tabasco, en Villahermosa, las obras del México antiguo están presentadas de tal manera que el visitante cree encontrarse en un museo de arte. Gracias a la sensibilidad artística de Carlos Pellicer, los muchos objetos que llenan las once salas revelan, asombrosamente, su esencia creadora. Pellicer ha comprendido que la tarea sustantiva de un organizador de museo es humanizar el pasado, o sea, acercarlo como vivencia espiritual y artística al hombre de nuestros días".