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Fabrizio Mejía Madrid

24/04/2025 - 12:05 am

Nosotros los laicos

Nosotros los laicos separamos lo que es creencia personal o tradición familiar o comunitaria de lo que es la política. Lo que está bien y lo que está mal en asuntos públicos no es una creencia personal, sino una moral humanista de derechos humanos, individuales y sociales.

La muerte del Papa Francisco me ha puesto a pensar en lo laico. Lo voy a formular con una pregunta: ¿Qué importancia tiene que la Iglesia Católica acepte el matrimonio gay, el aborto, o los divorcios? En otras palabras, si el Papa dice algo a favor o en contra de algo, ¿se cambia la dinámica social o política de los países? Esa es la pregunta que hace esta columna. 

Empecemos por el llamado “monopolio de la Iglesia Católica en México. Durante muchos años, los mismos del Partido Único, se estableció una equivalencia entre ser mexicanos y ser católicos. Se unían estas dos identidades bajo el mismo signo: el guadalupanismo. Pero, cualquiera que haya observado con atención la fe en la Virgen de Guadalupe sabe que es una madre protectora que está presente cuando se exhibe, no es una presencia atmosférica sino que es material. La calle puede ser un basurero de los vecinos, pero sólo en el pedazo en que alguien pintó una virgen de Guadalupe, ahí es donde nadie tira basura. Es una presencia, además, de la mexicanidad pues implica la deidad antigua de la tierra madre, la protección contra las catástrofes, y que la suerte nos favorezca. 

Pero se decía que el 100 por ciento de los mexicanos éramos católicos, como también se decía que todos llevábamos a un priista en el interior. Todo esto, por supuesto pertenece a los discursos de dominación que el PRI inventó para someter a la población a un orden piramidal que aguantaba, porque aguantar es de mexicanos, de su bravura. A la resignación, los teóricos de la supuesta mexicanidad le agregaron características de indolencia, resignación, apático, holgazán y, a últimas fechas, de propensión natural a la violencia. Sólo hay que leer a Octavio Paz para entender la manera en que se creó un mexicano que, en realidad, era la imagen viva de la burocracia del PRI, no del país. Pero, junto a esta leyenda de la soledad en el laberinto o la melancolía dentro de una jaula, la jerarquía católica presumía de tener 100 por ciento de creyentes. Las cosas han ido cambiando ahora que hay estadísticas. El 77 por ciento se identifica con el catolicismo lo que deja a un 23 por ciento para otras creencias y un tercer lugar para los sin religión. Pero ¿qué significa que alguien se identifique como católico? Según los datos del teórico de las religiones argentino,  Alejandro Frigorio, habría varias opciones dentro de la misma respuesta: puedes creer en una Dios personal, en una fuerza vital cósmica, o realmente no ponerte a pensarlo. De igual manera, creer en la existencia de un Dios no necesariamente implica que creas en el alma, el diablo, el cielo, el infierno, o la vida después de la muerte. En su estudio sobre Argentina, por ejemplo, del 95 por ciento que creen en que existe un Dios, sólo el 45 por ciento creen que exista el diablo y sólo el 56 por ciento cree que hay una vida después de la muerte. Estos datos resultan reveladores de cómo “ser católico” realmente implica, en sí mismo, creer en una diversidad de asuntos. Y creo que ahí tenemos un primer acercamiento a mi pregunta inicial. Se puede identificar uno con el catolicismo pero es no implica pertenecer a la institución de la Iglesia Católica con todo el entramado de creencias sobre el pecado, la salvación o el infierno. Sobre la asistencia a eventos religiosos como misas o procesiones. En Argentina, un tercio nunca, jamás asiste. En México el dato que pude encontrar es que 56 por ciento de los que se identifican como católicos jamás va a misa los domingos y días festivos. Hay pues, una diferencia entre identificarse con una fe y obedecer los rituales de la institución de la Iglesia Católica. 

Y de ese punto partimos. México es un país laico. Lo laico no es, como se entiende vulgarmente, en los medios o en los discursos políticos, que no se tenga religión. Un católico, un judío o un evangélico puede ser laicos. El asunto es qué es eso de la laicidad. Una definición que me gusta es la que da un escritor muy creyente italiano, Claudio Magris. Él escribió en 1998: “La laicidad no es un contenido filosófico, sino un ámbito mental, la capacidad de distinguir lo que es demostrable racionalmente de lo que en cambio es objeto de fe –sin tener en cuenta la adhesión o falta de adhesión a tal fe– y de distinguir las esferas y los ámbitos de las distintas competencias, por ejemplo las de la Iglesia y las del Estado, lo que –precisamente según el dicho evangélico– hay que dar a Dios y lo que hay que dar al César”. Más adelante, en su ensayo publicado en el periódicos italiano, Corriere della Sera, agrega: “la cultura –incluida la cultura católica– si es tal es siempre laica, de la misma forma también que la demostración de un teorema, incluso si la lleva a cabo un santo de la Iglesia, no puede no obedecer a las leyes de las matemáticas”. Aquí me parece que está el nudo del asunto. Laico es saber separar lo que es tu creencia, saber tus dioses y demonios, de lo demás: la ciencia, el arte, la política, y demás. Por eso el mismo Cluadio magris, a pesar de ser ferviente católico, encabezó junto con Norberto Bobbio la defensa de la educación pública laica en los años del Gobierno de Berlusconi en Italia. Ellos sabían que la educación no es un asunto de creencias que ubican en el terreno personal o familiar de los niños, sino que no existe matemáticas o química católica o física y geografía musulmana. Es simplemente matemáticas o química o física o geografía a secas. El laicismo es separar la esfera de la creencia de la de la formación en los saberes científicos. 

Pero Magris lleva el asunto un escalón más cuando escribe: “Laico es quien sabe abrazar una idea sin someterse a ella, críticar, y reírse de lo que ama sin dejar por ello de amarlo; quien no se hace trampas a sí mismo encontrando mil justificaciones ideológicas para sus propias faltas, quien está libre del culto de sí mismo. Los mojigatos que se escandalizan ante los nudistas son tan poco laicos como aquellos nudistas que, más que desnudarse legítimamente por el placer de tomar el sol, lo hacen con la enfática presunción de luchar contra la represión.” Aquí, Magris ya está escribiendo sobre unos laicos que actúan dentro del discurso político, es decir, que asimilia lo laico a una separación sana entre tratar de imponerle a los demás tus convicciones y el que es capaz de reírse de ellas, sin dejar de amarlas. 

Pero Magris sigue: “Hay que distinguir entre «laico» y «laicista». Este último término es usado para designar una arrogancia agresiva e intolerante, opuesta y especular a la del clericalismo. Quien no profesa ninguna fe no le confiere apertura y libertad de pensamiento en sí mismo”. Y termina con una frase que me gusta mucho. Escribe: “La fe no es un pudibundo bajar los ojos, sino el levantarlos rectos hacia arriba, a la ironía del destino.” Justo mirar la ironía del destino a la cara y sonreírse es tener una fe en la vida humana. Es quizás el centro de lo que llamamos la disposición hacia el humanismo. Somos mortales, tenemos dioses y demonios, y hasta fantasmas dentro de nosotros mismos. Tenemos razón pero también corazón. Y, como dice Magris en otro texto, “el corazón sólo sabe un poco más de lo que le han enseñado”. Es pues, lo laico una separación que estimula la vida y la imaginación. 

Pero, volvamos a la pregunta inicial que me surgió con la muerte del Papa Francisco. Y es qué importancia social puede tener que el monarca absoluto de la esa pirámide burocrática, enriquecida a costa de sus propios feligreses, y corrupta hasta el extremo de proteger la pederastia, que esa supuesta autoridad diga tal o cual cosa sobre el aborto, los matrimonios del mismo sexo, la anticoncepción, o el cambio climático. Lo que hemos visto es que México es un país laico en el sentido en que divide, separa con prudencia, lo que es del Cesar y lo que es de Dios, es decir, no conviven las creencias con las necesidades sociales y mucho menos con las demandas de los movimientos sociales. No hay menos abortos porque el Papa los prohíba ni se besas menos las mujeres entre ellas, los hombres entre ellos, los trans entre ellos, porque al Papa le parecen “mariconerías”. Las sociedades laicas van mucho más adelante que la Iglesia Católica. 

Y creo que ese es uno de los puntos del reinado del Pontífice en el Vaticano. Cuando uno lee sus encíclicas, sobre todo, Laudato Sí y Fratelli Tutti, puede concluir con son textos significativos, no porque hablen del anti-capitalismo o de la crisis climática, sino porque una institución anclada en el siglo XVI tiene una autoridad que los reconoce. A un grupo ambientalista o ecologista le parecería chato que el Papa empiece apenas a reconcer la destrucción del clima del planeta. Pero no al interior de la iglesia anquilosada. Para la institución es importante haber tenido un Papa que lo escribiera. No señale las tropelías del neoliberalismo no me impresiona viviendo en un país que ha promovido un desmantelamiento de ese modelo desde el 2018, pero, de nuevo, es importante que los curas sepan que su jefe piensa así. De esa misma forma, un laico como yo puede ver la relevancia de los actos simbólicos, mediáticos que emprendió Francisco: su visita a un campo de refugiados árabes en Lesbos y Lampedusa, regresando con 12 de ellos ---cual apóstoles--- en su avión privado; su visita al África Central en medio de una guerra civil financiada por Estados Unidos y Europa; presidir una cumbre en el Vaticano contra el abuso sexual; criticar la política de campos de concentración de Trump en la frontera con México; el intento de acercar a Cuba con los Estados Unidos y resolver el bloqueo; el encuentro de movimientos populares en el Vaticano en 2014; y su denuncia, hasta el último día, del genocidio en Palestina por parte de Israel, Europa y Estados Unidos. Como laico no le dejo de reconocer esos gestos pero de ahí a que cambiaran algo en el mundo hay una distancia. Y es que justo por eso pensé en escribir esta columna en torno a la pregunta de la relevancia política para nuestras sociedades de un Papa humanista, como Francisco o un derechista manipulador como Juan Pablo II o un directamente un nazi en el caso de Benedicto Ratzinger. Después de Francisco ni el cambio climático ha tenido una solución global, ni la inmigración ha dejado de ser una moneda de cambio de la ultraderecha mundial, ni se terminó con todas las actitudes anti-humanistas, anti-derechos de quienes se dicen públicamente católicos como el señor Verástegui o Felipe Calderón. Pero tampoco funcionó al revés. El ejemplo que traigo a colación es el de la campaña que varios sacerdotes hicieron desde sus púlpitos contra López Obrador, la 4T y Claudia Sheinbaum. En jalisco, Michoacán, Guanajuato y Querétaro esos curas trataron de usar su supuesta autoridad moral para llamar a votar por Xóchitl Gálvez y el PRIAN. Pero los resultados están a la vista. Y eso es porque México es una sociedad laica, en el sentido de Claudio Magris. 

Nosotros los laicos separamos lo que es creencia personal o tradición familiar o comunitaria de lo que es la política. Lo que está bien y lo que está mal en asuntos públicos no es una creencia personal sino una moral humanista de derechos humanos, individuales y sociales. Nosotros los laicos separamos sabiendo que somos el César y Dios no está en el púlpito de un sacerdote pederasta o ultraconservador. Sus opiniones no valen como representante de Dios en la tierra sino sólo como un ciudadano más que, con todo, estuvo violando la Ley mexicana al opinar de política enfundado en una sotana. Nosotros los laicos separamos lo que es de este mundo de lo que pertenece a cómo creemos que es el más allá. Nosotros los laicos tenemos detentes con la imagen de Andrés Manuel. Nosotros los laicos sabemos reírnos de lo que amamos. Nosotros los laicos no aspiramos a conocer con el corazón las razones sino con la razón conocer a los corazones. Nosotros los laicos, en fin, sabemos que los corazones sólo saben de lo que les duele, aqueja, aman y odian. Pero la razón política sabe que no sólo existen corazones aislados sino que es capaz de imaginar a los demás. En la Cuarta Transoformación hemos aprendido que la democracia popular es también un efecto de la imaginación: que nos importan las personas que sabemos que nunca veremos ni conoceremos. Sabemos por medio de imaginar a la patria que esas personas existen. Los laicos sabemos que quien mira un sólo árbol no entiende nunca el sentido del bosque.  

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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