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Héctor Alejandro Quintanar

25/04/2025 - 12:05 am

El Papa Francisco contra Javier Milei

No es de extrañar que el seudolibertario Milei, quien usa foros económicos como el de Davos para expeler tonterías conspirativas contra la equidad de género, haya acusado múltiples veces a Jorge Bergoglio de “zurdo” o de “representante del maligno en la tierra”. Hoy, ante el fallecimiento del legatario de San Pedro, Milei presume una hipócrita solidaridad que nunca se manifestó en vida.

El título de esta columna no alude a un enfrentamiento frontal y reciente entre el Presidente argentino y el Papa recién fallecido, aunque en vida hayan tenido diversas confrontaciones indirectas, donde, a juzgar por las palabras empleadas, el rol del fanático religioso lo tenía el energúmeno Milei, y el papel del diplomático mesurado y político lo jugó ni más ni menos que el obispo de Roma. Ante ello, y luego del reciente deceso de Francisco, a sus 88 años de edad, es menester señalar qué legado ideológico ambos representan no sólo en la Argentina, sino en América Latina.

Se puede decir que en la región latinoamericana han existido dos instituciones pilares del pensamiento conservador: la Iglesia Católica y los militares. Tras observar el rol jugado por ambas en la época post-independentista de la región, sobre todo en el Siglo XX, donde ambas respaldaron a los regímenes más duros y a las dictaduras más sangrientas, la tesis de que ambas son, por lo general, un enclave reaccionario, es correcta. Pero las excepciones importan, sobre todo, cuando tales han hecho historia.

Así en América Latina, en las fuerzas armadas ha habido un protagonismo ejercido por una turbia tradición golpista, vejatoria de derechos humanos, corrupta y subsumida a la injerencia estadunidense, que se sintetiza muy bien con la escuela de las Américas, de donde salieron muchos dictadores de la Guerra Fría en la región. Pero, como contraparte de ello, también han sido célebres, y por buenos motivos, los soldados del llamado “Reformismo militar”, tradición armada con una visión nacionalista y progresista de la política, como es el caso del general peruano Juan Velasco Alvarado, quien si bien llegó al poder no por la vía de las urnas, al instalarse en la Presidencia en 1968 ejerció nacionalizaciones, pretendió combatir la pobreza y, muy importante, sacó de la cárcel a presos políticos de diverso signo ideológico.

Merece la pena mencionar que el Frente Amplio Uruguayo, que tras el legado de Pepe Mujica es una de las vanguardias de las izquierdas latinoamericanas, fue fundada por un general progresista disidente: Líber Seregni, cuestión que tuvo un eco parecido en el Paraguay. Así, no todo militar en América Latina es un gorila sanguinario y corrupto al estilo de Pinochet o Videla.

Una cuestión parecida pasa con la Iglesia Católica latinoamericana, donde si bien su jerarquía en general ha sido opresora o servidumbre de opresores, también ha sido la sede de corrientes críticas que buscan no sólo modernizar la institución sino hacerla socialmente útil, como ha sido la tradición de la Teología de la liberación, corriente que nació en el Perú por el esfuerzo, más intuitivo que doctrinario, del sacerdote Gustavo Gutiérrez Merino para que la Iglesia fuera una actriz política del lado de los pobres. 

El rol de Gutiérrez Merino venía más de una cuestión práctica, o sea, el presenciar frente a frente el dolor de los pobres, que de una iluminación teórica, pero a su legado, tiempo después, le daría mayor cuerpo el sacerdote y sociólogo brasileño Leonardo Boff, quien desde una perspectiva tanto activa como filosófica, sí tuvo como intención articular el evangelio cristiano con el pensamiento marxista.

En este panorama de fuertes contradicciones, sobresale la iglesia argentina, cuya participación cupular en la última dictadura del país de 1976 a 1983, fue, sin más, grotesca, terrorista y delincuencial. Los jerarcas católicos argentinos -y el nuncio apostólico del Vaticano, Pío Laghi- abrazaron a la dictadura y justificaron sus crímenes, y, no conformes con ello, tuvieron en su haber a sacerdotes sanguinarios que fueron más allá y se dedicaron no sólo a legitimar las canalladas del ejército, sino que participaron en ellas, como constata el histórico caso del capellán de la policía de Buenos Aires, Christian von Wernich, quien él mismo participó en torturas y asesinatos de gente inocente.

Pero también hay vientos contrarios. En el año 2007, por ejemplo, Argentina se convirtió en el primer país del mundo en condenar a la cárcel a un sacerdote criminal, cuando impuso una justa cadena perpetua a Von Wernich, apodado por cierto El cura del diablo, purga que afortunadamente sigue pagando como octogenario.

Pero así como había ascos como Von Wernich, también es justo decirlo: en Argentina hubo todo un sector de curas populares que no sólo se oponían a la dictadura sino que fueron activos contrarios a ella, cuestión que les costaría la vida o la integridad física. Así, el obispo de La Rioja y fuerte opositor al golpe de Estado militar, don Enrique Angelelli, murió en extrañas circunstancias. Poco después, su amigo, monseñor Ponce de León, también. Poco antes de la dictadura, el influjo de la extrema derecha había asesinado ya a Carlos Múgica, el cura de los pobres, mientras que ya en el mandato espurio de la Junta Militar, fueron secuestrados y torturados diversos sacerdotes humanistas, como Orlando Yorio y Franz Jalics, este último maestro de juventud de Jorge Bergoglio, futuro Papa Francisco, en el colegio jesuita.

No podemos decir que Francisco haya sido un militante de la Teología de la liberación, pero, como ocurrió con otros muchos otros curas, como monseñor Óscar Romero en El Salvador o el propio Samuel Ruiz en Chiapas, la fuerza de la realidad lo fue corriendo hacia posturas más progresistas relativas y emancipatorias. Así, Francisco será recordado por su reformismo mesurado que, sin embargo, reivindicó la equidad de género -al nombrar mujeres en la administración vaticana-; reivindicó a la comunidad LGBT, al no condenarles y reconocerles su condición; combatir la corrupción y a los crímenes de pederastia en el seno católico, aupar una justa austeridad franciscana, al reducir a la mitad los sueldos de los cardenales, y al dedicar la recta final de su vida a condenar con firmeza la barbarie que Benjamín Netanyahu perpetra en Palestina.

En una institución patriarcal y reaccionaria como la Iglesia Católica, esas reformas y acciones, que podrían sonarnos demasiado mesuradas en el mundo secular, han fungido de grandes aciertos que dotan de aire fresco a una organización conocida por su estancamiento y por contener en su seno a un número enorme y alarmante de fanáticos sádicos, que envuelven su regusto por el dolor ajeno en citas bíblicas, y ansían el sufrimiento de mujeres, homosexuales, migrantes, madres solteras, divorciados y otros condenados de la tierra.

En este proceso ideológico, Francisco deja un legado importante, que incluye una condena de facto a la última dictadura de su país, que se manifiesta en hechos como la justa beatificación de monseñor Angelelli en 2019, y una diplomacia política donde destaca su encontronazo con un perdulario prepotente que se encuentra a las antípodas del humanismo papal: Javier Milei, a quien, con razón, el papa llamó “Adolfito” en 2023, en referencia a las posturas retardatarias, darwinianas y crueles del hoy mandatario argentino.

No es de extrañar que el seudolibertario Milei, quien usa foros económicos como el de Davos para expeler tonterías conspirativas contra la equidad de género, haya acusado múltiples veces a Jorge Bergoglio de “zurdo” o de “representante del maligno en la tierra”. Hoy, ante el fallecimiento del legatario de San Pedro, Milei presume una hipócrita solidaridad que nunca se manifestó en vida.

Y no podía ser de otra forma. El 24 de marzo pasado, en voz de su asesor Agustín Laje, Milei restó gravedad a los crímenes de la última dictadura argentina, al acusar que la violencia en ese país fue causada primeramente por las guerrillas, e inventarse números desorbitados de presuntos combatientes rojos ante los cuales, por supuesto, los militares se vieron obligados a reaccionar de la forma en que lo hicieron, proceso en que cometieron también crímenes. La postura de Milei al respecto es, sin más, una mentira: la dictadura asesinó y desapareció a más de 30 mil personas por el delito de ser militantes políticos, donde el 70 por ciento eran simpatizantes peronistas, fuerza política que la dictadura proscribió. 

Es probable que Javier Milei sea recordado como una grotesca protuberancia en la piel de la historia argentina. Y entre las purulentas miasmas de ello, destaca el blanqueamiento que, voluntaria o involuntariamente, le ha dado a la peor dictadura de su país, mientras que el primer papa argentino, contrariando a la reaccionaria tradición de la jerarquía católica de su país, supo correrse a una sensatez humanista que refrescó a la región entera y a la catolicidad global.

Este contraste nos debe subrayar un hecho, y eso es el de que el fanatismo religioso no necesariamente se hinca sólo ante deidades milenarias, sino también puede ejercerse a nombre del mercado o de la vulgata antiprogre, y sus sacerdotes más conspicuos no son prelados de sotana negra sino payasos de cabello revuelto y mirada perdida, más propia de un personaje sádico de Stanley Kubrick que de un gobernante en sus cabales.

Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

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