Juan Carlos Monedero
30/04/2025 - 1:45 pm
Trump: 100 días del dueño de la cantina
¿Qué ha hecho Trump en sus primeros 100 días? Menos orinar sobre la hierba entre los coches que llevan los palos de golf de alguno de sus campos, ha hecho de todo.
En las películas del oeste, siempre hay un millonario, al que defiende un grupo de malhechores con el colt en la cintura. Ese ricachón, encorbatado y con chaleco, es el dueño del banco, el dueño del hotel, el dueño del establo, de los caballos, de la herrería, el dueño del sheriff, el dueño de la funeraria y, por supuesto, el dueño del salón. Salón Trump.
Hay una pelea ahora mismo en el Gobierno norteamericano entre los que se están apresurando para hacer más pronto negocio y quien tiene en la mira sustituir a Trump cuando se le acabe el crédito político, el mandato y lo de repetir una tercera vez sea una esperanza vana. Mientras tanto, en esa cantina en la que ha convertido el Presidente empresario a los EU, el alcohol es malo, la música es un infierno, la comida es horrorosa y los cantineros groseros.
La primera administración de Trump no fue valorada con mucho entusiasmo: Su primer Secretario de Estado, Rex Tillerson, consideraba que Trump era, sin duda, un “idiota”, y gente con grandes responsabilidades, como el Jefe del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, o el Jefe de Gabinete, John Kelly, no dudaron en aplicar el trazo grueso de entender que Trump es, directamente, un fascista.
De Donald Trump, se escribía hace ocho años, “ha socavado el Estado de Derecho, la seguridad mundial, los derechos civiles, la ciencia y la distinción entre los hechos y su contrario”. El trato con los inmigrantes se parece a los comienzos del nazismo y esto no es una metáfora, sino constatar el abuso contra gente de otras razas, o simplemente países. Un Ejecutivo que desoye las reglas nacionales e internacionales, y que reta incluso al Poder Judicial, hasta que lo pueda controlar. Incluso está enredando en la elección del nuevo Papa, apoyando a los sectores más conservadores y, por supuesto, disparando contra China hasta en el Vaticano.
¿Qué ha hecho Trump en sus primeros 100 días? Menos orinar sobre la hierba entre los coches que llevan los palos de golf de alguno de sus campos, ha hecho de todo. Bueno, en verdad aún no ha apretado el botón nuclear ni ha declarado la guerra con aviones, drones y bombas a Panamá, México, Groenlandia, Canadá, Irán o China. Pero los que hablan de estrategia militar en las tertulias cada vez son más demandados. Suena música de guerra.
Trump ha logrado aumentar la conciencia nacional en Canadá, donde acaba de ganar Carney con un discurso nacionalista. Ha hecho que Claudia Sheinbaum suba 10 puntos en las encuestas y ha incorporado a los mexicanos en los EU como una fuerza mexicana viva a la espera de órdenes de la casa de Gobierno de la plaza del Zócalo. También le ha soltado la mano a Europa, que va, por fin, a empezar a pensar militarmente por sí misma y no va a jugar con la misma fortaleza las bazas norteamericanas que dictaba la OTAN, aunque en el corto plazo siga rehén de los intereses de Washington en Ucrania. Ha empujado a Japón a mirar a su región, de la misma manera que ha unido al mundo árabe en contra de Israel y ha hecho que mucha gente musulmana vea con simpatías a los rebeldes hutíes que están en guerra con EU en Yemen.
¿Qué va a pasar con el Estado en Norteamérica? Trump ha roto algo que suele ser el gran problema de la izquierda cuando gobierna: lidiar con los funcionarios. Hay una inclinación en los Estados, marcada, además de por las leyes, y los usos y costumbres, por el comportamiento de los funcionarios, que son, por definición, conservadores. Les gustan los protocolos, lo establecido, lo que han hecho siempre. Y defienden al Estado porque, además de que les podamos presuponer una defensa de lo público, de lo que es de todos, defienden su puesto de trabajo. Es casi imposible gobernar si tienes a los funcionarios en contra. Y si son militares, te dan un golpe de Estado.
Trump le entregó a Elon Musk, presumiblemente por haberle ayudado a ganar las elecciones poniendo a Twitter a su servicio, además de poner bastante dinero en la campaña, el derecho a desmantelar una parte de la administración. Es el U.S DOGE, el Departamento de Eficiencia Gubernamental de los Estados Unidos. Tiene un problema de fondo: recortar no siempre es bueno. Por ejemplo, Musk cree que auditar menos, que fiscalizar menos, supone un ahorro. Pero no es verdad. Cada auditoría a los contribuyentes ricos devuelve al Estado en promedio doce dólares por cada dólar invertido. Ahí no hay eficiencia alguna, sino pérdida. Y siempre que se ha desregulado ideológicamente, es decir, con la intención de atacar al Estado por atacarlo, luego cuesta mucho más para tapar el agujero. Ahí está Fobaproa y estará el precio incalculable que tendrán que pagar los contribuyentes por los desastres ecológicos en los países donde se desregule.
Hay un 37 por ciento de norteamericanos que apoyan la gestión de Musk, frente a un 57 por ciento que la critica. Casi a 4 de cada 10 norteamericanos les parece bien lo que está haciendo el empresario sudafricano, aunque el resto duda de que realmente esté cortando en despilfarro y fraude. Trump ha dejado de creer en él y un duro de los recortes, Russell Vought, ya está haciendo el trabajo de Musk. Siempre hay alguien más a tu derecha.
7 de cada 10 norteamericanos están en contra de los recortes en salud o de que se quiten ayudas alimentarias en países pobres. El problema de los EU no son los norteamericanos. En cada país hay un porcentaje de gente egoísta e, incluso, de mala gente. El problema real es cuando hay un Gobierno que, como en las malas parejas, saca tu lado tóxico, te envenena en medios y redes, y logra engañar a otro porcentaje de la ciudadanía. A 100 días, apenas el 40 por ciento apoya a Donald Trump, 7 puntos menos que en la última medición del Washington Post. Pero no dejan de ser 4 de cada 10. En Missisipi o en Alabama, no nos olvidemos, nunca ha habido democracia.
Ir contra los funcionarios tiene su audiencia. Es verdad que a Washington y su burocracia se le conoce en EU como “la ciénaga”, donde burócratas de todo tipo campan por sus respetos. Y no deja de ser paradójico que lo que no pueden hacer los progresistas, lo hagan los conservadores. Esto es casi una Ley: lo que no puede hacer en un país la izquierda, lo puede hacer la derecha, y viceversa. Si es la izquierda quien, por ejemplo, endurece las condiciones de vida de los trabajadores encontrará menos resistencia que si lo hace la derecha. Y al contrario, cuando es la derecha, en este caso Trump, quien debilita la burocracia corrupta del Estado (gobiernen los demócratas o los republicanos), encuentra menos resistencia que si lo hiciera la izquierda. Pero sus fines no son virtuosos.
En la primera administración de Trump, sus arrebatos tuvieron enfrente a los jueces, a la opinión pública, al partido Demócrata y a su propia impericia, su propia falta de cualificación y de experiencia. Pero ya ha aprendido que no basta colocar a familiares o a gente que servía para hacer mucho ruido en la FOX, pero nunca había dirigido nada, para poder gestionar un departamento de la administración. Ya sabe que los jueces del Tribunal Supremo tienen precio y que a la opinión pública la puede manipular con plata y plomo, porque la opinión pública son los dueños de los medios de comunicación y de las redes sociales. Pero está en su naturaleza la bravuconería.
Ahí apareció Elon Musk con su motosierra, rompiendo sin mucho criterio, pero tampoco sin mucha oposición popular, salvo de los funcionarios, un entramado que lleva funcionando 100 años. Alguien no se dio cuenta en todo este tiempo que la burocracia del Estado se sentía muy lejos de la ciudadanía. Pero Musk no ha ahorrado. Ha cortado algunos cables que han hecho que se vaya la luz, pero no ha sido capaz de aligerar la administración y librarla de su corrupción y sus trabas burocráticas, una reclamación propia de la izquierda. Al contrario, DOGE se enfrenta a miles de demandas por despidos irregulares, por cancelaciones unilaterales de contratos y por quebrar el marco legal. Los tribunales ya se han puesto en marcha (los jueces no dejan de tener esa condición de servidores públicos). Y, mientras tanto, las oficinas gubernamentales están sin liderazgo, sin rumbo y con sus protocolos invalidados. La alternativa a un mal Estado no puede ser la ausencia de Estado.
Seríamos ingenuos si no pensáramos que Musk y Trump van a intentar convertir al Estado en lo que Marx y Engels llamaron “el comité que defiende los intereses conjuntos de la burguesía”. Burguesías hay varias y el Estado suele ponerlas de acuerdo. Y es por ahí donde es probable que se le rompan los vasos al cantinero Trump. La semana pasada trascendió a los medios que Musk y Scott Bessent, el Secretario del Tesoro, se enzarzaron a gritos y estuvieron a punto de llegar a los puños tan cerca del Despacho Oval que Trump y Giorgia Meloni, la Presidenta italiana, de visita, pudo oír los chillidos.
Musk quería nombrar a una ficha suya para dirección del Servicio de Impuestos Internos (IRS), mientras que Bessent, que al final ganó la partida, quería colocar a alguien suyo. “Eran dos multimillonarios de mediana edad -comentaban desde la Casa Blanca- que pensaban que los pasillos del Ala Oeste eran un ring de lucha libre". Seguro que a Musk, además, le molesta profundamente que Bessent sea declaradamente gay, cuando lo único escandaloso es que siendo gay y habiendo, seguro, sufrido como minoría sexual, no tenga ninguna sensibilidad por otros colectivos marginados y golpeados. Las políticas de identidad no siempre son progresistas.
En cualquier caso, no deja de ser gracioso porque, con toda seguridad, las cosas que se dijeron eran verdad. Uno, porque confunde gestionar la administración con gestionar X, y otro porque viene del mundo de los tiburones financieros. Bessent criticó a Musk por no recortar lo suficiente el presupuesto del Departamento de Eficiencia Gubernamental, mientras que Musk contraatacó llamando a Bessent “agente de Soros”, que es como llamarle conspirador, agente secreto extranjero, enemigo de los EU y propagador de vacunas, además de acusarle de haber dirigido “un fondo de cobertura fallido”. No sabemos si Musk perdió dinero en ese fondo. Sabemos que ha perdido 130 mil millones en Tesla. Los coches chinos se lo están comiendo, algo que también debe hacer reflexionar al sector automovilístico mexicano.
Musk, que debe de pensar que todavía está en Sudáfrica en los tiempos en que su padre se enriquecía con el apartheid, se ha enfrentado ya con el Secretario de Estado, Marco Rubio, el Secretario de Transporte, Sean Duffy, y el asesor comercial Peter Navarro, todo después de que hiciera todo el lobby que estaba en su bolsillo -y en X-, para que Howard Lutnick fuera Secretario del Tesoro.
Pero Trump prefirió a Bessent, mientras que Lutnick ha terminado dirigiendo el Departamento de Comercio. Todos poniendo sus piezas y peleándose como en las mejores peleas entre las tribus del PRD o del PRI (o en cualquier fuerza dizque de izquierdas).
Al cantinero Trump le están creciendo los problemas. Elon Musk ha dicho que va a dedicarse más a sus negocios y menos a la oficina. Su apoyo a Milei y la foto con la motosierra que le regaló el Presidente argentino, su apoyo a la extrema derecha alemana, faltar a las reglas de decoro institucional apareciendo en el despacho oval en camiseta y con uno de sus hijos, sus peleas con otros miembros del Gabinete le han quitado prestigio e influencia. Bueno, y, como decíamos, que se hundan las acciones de Tesla.
Y empieza a tener problemas con sus principales aliados. Trump le ha doblado el brazo a Jeff Bezos, el dueño de Amazon, que iba a poner en las facturas lo que encarece los productos los aranceles de Trump. Todo es cuestión de dinero, y cuando no puedan robarle a los demás, se van a pelear entre ellos. ¿Va a poder Trump pelearse con todos todo el tiempo?
Trump se ha metido también en un jardín judicial al deportar a cientos de personas, la mayoría sin antecedentes penales, a El Salvador, que es el nuevo Guantánamo, un Auschwitz aunque sin cámaras de gas. Se ha enfrentado a jueces federales, ha roto la legalidad internacional, convierte la diplomacia en un ejercicio inútil y, lo que no se va a reparar, ha inyectado miedo a millones de latinoamericanos, mexicanos, venezolanos, colombianos, hondureños cuyo único delito es dejar los mejores años de su vida trabando en los EU en una mayoría de puestos de trabajo que los norteamericanos no quieren hacer.
Añadamos los aranceles, donde Trump ha amenazado a medio mundo, pingüinos incluidos, para acelerar, dar marcha atrás y acelerar en casi todas las ocasiones y, principalmente, hacer que EU deje de ser visto como un socio fiable. Además de darle un enorme golpe a la economía global.
Trump, como empresario inmobiliario acostumbrado a tratar despóticamente con empleados, competidores e, incluso, clientes, la ha emprendido, al menos de entrada, contra todos los que le molestan, incluida la academia, y mira que la academia, en este siglo XXI, es amable con el poder. Pese a todo, JD Vance lo dijo durante la campaña con claridad: la Universidad es el enemigo. Y no es que la universidad sea el enemigo. Al contrario, salvo cuando se opone a lo que está pasando en Gaza. Pero sin enemigos, la derecha no camina.
Trump, con sus bravuconadas, está generando movimientos pendulares que pueden salir por la derecha o por la izquierda. Por un lado, su amenaza a cualquier país, sea amigo o, en su lectura paranoica, enemigo, ha generado un giro nacionalista en todos sitios. La victoria en Canadá del liberal Mark Carney es directamente una derrota de Trump, que ha logrado inflar patriotamente a los siempre tranquilos canadienses. Querer convertirles en el estado 51 no les hace mucha gracia.
La patria, como la religión, habla de la trascendencia, del lugar donde supuestamente venimos y al cual vamos cuando nos muramos, y jugar con eso nos pone nerviosos. Por el contrario, la victoria del empresario Noboa en Ecuador, con claras señales de fraude, es un triunfo del empresario del pelo naranja. La pelea sigue abierta.
A Trump lo eligió sólo poco más de una quinta parte de la población. Setenta y siete millones de los 154 millones de ciudadanos que votaron. La población total es de 340 millones. Poco más de 2 de cada 10 norteamericanos. La democracia representativa no es muy representativa.
Y Trump ha vuelto a batir el récord de pérdida de popularidad en los primeros 100 días, récord que tenía él mismo en el primer mandato. Lo que demuestra que al populismo de derecha le resulta más fácil ganar unas elecciones, eso sí, con ayuda de millonarios, que gobernar para la mayoría que les vota. Construyen fieles irracionales y, por eso, el diálogo en EU cada vez va a ser más difícil. Es cierto que de guerras civiles somos más afines en Europa que en EU, pero hay una forma de guerra civil silenciosa contra las minorías que lleva tiempo sucediendo en ese país. Ahora le llega también a los funcionarios.
La inflación sube, los fondos de inversión cada vez son menos rentables, el Poder Judicial decente está indignado, las universidades estadounidenses se sienten humilladas, los países que tienen deuda norteamericana la están vendiendo porque no se fían de Trump, lo que obliga a que tengan que ofrecer más intereses por ella, incrementando la inflación, se expulsa a los inmigrantes, pero no quieren hacer su trabajo y crece el número de gente que piensa que en Norteamérica ya impera el fascismo. ¿Está EU en vísperas de una revuelta popular?
El pasado marzo, el megacohete Starship, de Musk, que tiene el sencillo objetivo de llevarnos como en un colectivo a la Luna y Marte, estalló nada más lanzarse desde Boca Chica, en Texas. Una metáfora adelantada de los 100 días del cantinero Trump, del mesero Musk y de los pasados de trago que, parece demasiadas veces, están gobernando ese país.
Pero el disparate sigue. Porque cuando se habla del disparate, no se habla de otra cosa. Trump ha dicho que le gustaría ser Papa. Para qué vas a llevar roja sólo la corbata.
Y su corte le aplaude. El Senador republicano Lindsey Graham ha puesto en la red X:
Me emocionó escuchar que el Presidente Trump está abierto a la idea de ser el próximo Papa. ¡Sería un candidato realmente inesperado, pero les pediría al cónclave papal y a los fieles católicos que mantengan la mente abierta ante esta posibilidad!
La primera combinación de Papa y Presidente de EU tiene muchas ventajas. Estaré atento al humo blanco...
Tenemos que concluir que en esa cantina de Trump, al parecer, también se fuma. Por cierto, ¿han visto cómo baila Trump?
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