Kseniia Petrova salió huyendo de su país y encontró refugió en la Universidad de Harvard, pero con la llegada de la Administración Trump fue detenida por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE).
Ciudad de México, 13 de mayo (SinEmbargo).– Kseniia Petrova es una científica rusa que trabajaba en un laboratorio de la Facultad de Medicina de Harvard. Fue detenida por el ICE para ser deportada. Desde un centro migratorio de detención decidió contarle su historia a Alex Ellerbeck, editor de Opinión de The New York Times. Tuvo que gastarse varias llamadas, que no son baratas, desde su encierro forzado.
Llegó a Estados Unidos huyendo de la guerra. Ahora espera a ver qué deciden sobre su vida.
Su historia no es distinta a las de muchos ciudadanos de otros países que se atreven a viajar a Estados Unidos y terminan envueltos en una pesadilla. SinEmbargo y la prensa en muchas naciones (incluso del país de Donald Trump, como es este caso) han dado cuenta de profesionistas, migrantes o simples turistas que son agredidos al llegar al país del norte.
Esto, por supuesto, tiene consecuencias. El turismo hacia Estados Unidos desde México, Canadá y el resto del mundo ha caído dramáticamente.
En particular, la comunidad científica global se siente fuertemente afectada por la agresividad de las autoridades de Estados Unidos. Recientemente se le negó la entrada a un científico espacial francés que acudía a una conferencia cerca de Houston. Los agentes de inmigración registraron su teléfono y encontraron mensajes en los que expresaba críticas a la Administración de Trump. Lo expulsaron.
Organizaciones como la Sociedad Norteamericana de Sociología del Deporte y la Sociedad Norteamericana de Sociología han decidido cambiar sus congresos a Canadá para evitar el maltrato a sus miembros.
El caso de Petrova
Kseniia Petrova cuenta que cuando se mudó a Estados Unidos desde Rusia para incorporarse a un laboratorio de biología en la Facultad de Medicina de Harvard en 2023, “sentí que había encontrado el trabajo de mis sueños. Estados Unidos era un paraíso para la ciencia. Todo florecía. Había libertad de expresión: conferencias, seminarios. No se parecía en nada al entorno que había dejado atrás en Rusia, donde las sanciones internacionales impedían la disponibilidad de suficientes suministros para realizar experimentos, y en una ocasión rechacé una oferta de trabajo condicionada a que dejara de protestar contra la guerra en Ucrania. Tras ser arrestada por participar en una protesta, huí del país, sabiendo que no podría seguir viviendo ni trabajando como científica allí”.
“Mi formación es en bioinformática, un campo que utiliza herramientas computacionales para comprender la biología”, agrega la científica rusa. “En mi laboratorio en Harvard, trabajé con un microscopio que llamamos NoRI (abreviatura de Imagen Raman Normalizada). Este microscopio, creado en nuestro laboratorio, es el único en el mundo. Lo que lo hace único es su capacidad para medir la composición química de las células con una precisión asombrosa y novedosa, ofreciendo nuevos conocimientos sobre las enfermedades y el envejecimiento que algún día podrían allanar el camino hacia una vida más saludable, y tratamientos para enfermedades como el Alzheimer y el cáncer”.
La científica dice que no ha estado en su laboratorio ni ha trabajado con mi microscopio desde febrero, cuando fue detenida por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos al regresar a Boston de unas vacaciones en Francia. “En el Aeropuerto Internacional Logan, no completé una declaración de aduanas para embriones de rana (para usar en la investigación de nuestro laboratorio) en mi equipaje. Me dijeron que esto normalmente resultaría en una advertencia o una multa. En cambio, me revocaron la visa y me enviaron a un centro de detención en Luisiana, donde he pasado los últimos tres meses con aproximadamente otras 100 mujeres. Compartimos una habitación con camas tipo dormitorio”.
“Estoy acostumbrada a pasar hasta 12 horas al día en el laboratorio, hablando con colegas sobre cuestiones científicas complejas y perfeccionando los algoritmos utilizados para NoRI. En el centro de detención, no hay acceso a computadoras y compartimos seis teléfonos. Las llamadas cuestan 5 dólares por 15 minutos, momento en el que se cortan. Siempre hay ruido y frío. Por suerte, mis queridas colegas me han enviado artículos académicos y libros (ahora estoy leyendo uno maravilloso sobre bioquímica llamado Transformer que recomiendo a todos)”, detalla.
Mucho más adelante en su relato, dice que el miércoles, un Juez federal en Vermont escucharía una petición que impugna su detención. “No podré asistir a la audiencia, pero mi abogado, así como colegas y amigos, estarán allí”.
Kseniia Petrova afirma que durante su detención, “he estado aprendiendo sobre la inmigración en Estados Unidos. Estoy conociendo a todo tipo de personas con historias únicas. Una joven aquí, detenida por ICE, lleva más de doce años en Estados Unidos; su prometido es ciudadano estadounidense, pero su próxima cita en la corte, en la que finalmente podría obtener la libertad condicional, no es hasta octubre”.
“Otra mujer, que buscaba asilo político, acaba de ser deportada; su hija tiene estatus legal en Estados Unidos, y no saben cuándo se volverán a ver, ni si lo harán. Las personas con las que he pasado tiempo no son delincuentes peligrosos. Son personas amables y bondadosas”, añade.
La científica concluye: “Espero que el Juez dictamine el miércoles que me den de alta para poder volver a mi laboratorio. Hay un conjunto de datos que estoy analizando a medias. Quiero ir a casa y terminarlo”.
Este es el Estados Unidos de Donald Trump.