Fabrizio Mejía Madrid
22/05/2025 - 12:04 am
Creer en la 4T
En Morena hay quienes piensan que se puede abrir a todos los que abjurando de su vieja fe, como el PRIAN y PRD y hasta MC, pueden ser congregados en el proyecto de transformación. Y hay quienes consideran que la entrada debería restringirse a los ya probados en su fe o, por lo menos, no ofrecerles candidaturas y puestos.
Esta columna fue motivada por varios eventos. El primero fue un video en redes sociales donde un fanático acosa y agrede verbalmente al caricaturista Rafael Barajas, “El Fisgón”. En él se escucha cómo el fanático, quien se ostenta como “fundador de Morena”, califica al Gobierno de la 4T como “narco-Estado” y al Presidente López Obrador como “viejo miado”. Por supuesto lo delata su odio y sabemos que, si es fundador de algo, es de los “xochilovers”. El otro evento que me motivó fue un bloqueo en las calles en las que se encuentra la sede nacional del Partido Morena. En medio del embotellamiento que provocó el bloqueo le puse atención a los oradores. Eran unos compañeros de Veracruz que se quejaban de que no les habían tomado en cuenta a su candidato para un municipio y que, en cambio, la dirigencia había decidido por un expriista. Todo bien hasta ahí. Pero, entre más se ofuzcaban los oradores, resultó que empezaron desconociendo la trayectoria de Luisa María Alcalde. La oradora dijo literalmente: “Yo soy fundadora de Morena y no la conozco”. Luego, habló mal de Andrés Manuel López Obrador diciendo que no se había retirado de la política y que había “impuesto” ---así lo articuló--- a Claudia Sheinbaum. Todo el tiempo los manifestantes les gritaron a los policías que resguardaban la puerta del edificio del partido Morena que abrieran porque ellos “eran sus empleados, que ellos les pagaban”. Ese nivel de clasismo no es signo de la 4T por muy enojado que andes. El orador que siguió ya simplemente advirtió: “Si no nos hacen caso, nos vamos al PRI”. Es decir, los que se quejaban de que les habían impuesto a un expriista amenazaban con convertirse, ellos mismos, en priistas. El último evento fue en torno a la exhibición de vileza, ruindad, y depravación moral que la oposición hizo del asesinato de dos colaboradores de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. No sin asombro, leí de quienes se alegraban del doble homicidio y que lo trataban de utilizar como prueba de lo que llaman, junto con Sergio Sarmiento, vocero de TVAzteca, la “iztapalapización” de la Ciudad de México, que también se quejaban de que Morena recogiera como suyos a ciertos personajes que vienen del PRI o del PRD. A ellos, a los zopilotes sin más alimento que las muertes y las catástrofes naturales, también les incomodaban las adquisiciones de oposición dentro del bloque hegemónico de la izquierda. Resultó que había “obradoristas” en el PRIAN que defendían la pureza de la izquierda. Esa señal del Apocalipsis todavía no la tenía registrada.
Los tres sucesos me dejaron pensando. Por “creencia” me refiero a aceptar el mundo de cierta manera. Las creencias tienen la función de guiar el comportamiento: nos representan el mundo de cierta forma y con cierto sentido porque necesitamos saber cómo actuar en él. Las creencias son mapas para navegar el mundo. La creencia es un tipo de acción en el sentido en que pensar cómo funcionan las cosas nos brinda el marco en el que actuaremos. Hay de dos tipos: intuitivas y reflexivas. Unas son sobre asuntos que nos tocan directamente a la vida cotidiana y las otras son más para sentirnos parte de un grupo, son señales de identidad. Estas últimas, las creencias para pertenecer son las más manipulables por otros. Pero casi siempre nuestras creencias pre-existen a los relatos con los que les damos justificaciones, pero eso lo pensaré más adelante.
Lo que me sirve en este momento es una frase de San Agustín que se me hizo apenas propicia para empezar a reflexionar junto con ustedes en qué quiere decir creer en la 4T. La frase dice: “Lo que entendemos, se lo debemos a la razón. Lo que creemos se lo debemos a la autoridad. Y lo que opinamos se lo debemos al error”. El buen Agustín que escribía desde el Norte de África unos 400 años después del inicio de nuestra era, hizo una diferencia entre entender, creer, y opinar que resulta útil a la hora de pensar en qué creemos cuando decimos creer en la 4T. Para San Agustín lo que se entiende proviene del conocimiento demostrable o deducible. Por su parte, la opinión es inclinarse por una alternativa que no sabes si es cierta pero que estás seguro de que no es falsa. “La opinión”, escribe, “no es virtuosa, sino corrupta”. Y la creencia, es decir, la fe, es una adhesión, más que una comprensión. Es no tener duda de que, al final, el resultado coincidirá con las promesas. “La fe que requiere pruebas”, escribe San Agustín, “es una facultad rota”.
Célebremente, Ignacio de Loyola dirá que es ver blanco pero creer negro. Y menos célebremente comparará creer en el negro aunque se esté viendo blanco con la propia doctrina de los católicos. Dice: “No es menos discordante que ver pan y creer que es carne o ver la muerte y creer que se está ante la vida eterna”. Para Loyola creer no está basado en la evidencia, sino que es un acto de la voluntad. Es por eso que los católicos buscaban sumar a todos los que se quisieran adherir o, incluso, obligando a otros a hacerlo como en las conversiones de los judíos en España o los bautizos masivos en México y Centroamérica. También permitió exterminar a quienes se negaban a venerar al único verdadero dios.
Pero vienen los protestantes. Ellos son restrictivos y excluyentes porque creen en la predestinación de las personas. Así, una élite que le va bien en la vida por irle bien es que ha sido escogida por dios. Los demás no son reformables, nacen y mueren réprobos. No hay manera de que sus actos o afectos les salven de la hoguera porque ya todos estamos predestinados a nuestra suerte. No hay perdón que valga. De hecho, el origen de las primeras cárceles eran las casas de disciplina donde se obligaba a los pobres a trabajar por la fuerza, seguros de que el trabajo no los sacaría de su condición de infieles pero sí de su haraganería.
Así que tenemos, de entrada, dos maneras de ver las creencias: por la fuerza o la exclusión. Ya ustedes habrán hecho la cuenta mental: en Morena hay quienes piensan que se puede abrir a todos los que abjurando de su vieja fe, como el PRIAN y PRD y hasta MC, pueden ser congregados en el proyecto de transformación. Y hay quienes consideran que la entrada debería restringirse a los ya probados en su fe o, por lo menos, no ofrecerles candidaturas y puestos. Dentro de esta última está la idea de la contaminación. Un expriista o expanista volverá priista o panista a Morena. Eso es tan cierto como que la llegada de Rosario Robles y los exmaoístas al PRI volvió maoísta a ese partido. Es decir, no es cierto. Pero estoy contradiciendo a San Agustín y la creencia no tiene por qué tener pruebas. En la primera manera de entender al partido en el Gobierno, la de abrirle a todos los que estén dispuestos a abrazar una nueva fe, hay cierta urgencia de que este sería el momento de hacer una organización total y abarcadora que cache todo lo que huela a política. A esa urgencia tampoco tendría por qué exigírsele prueba alguna.
Ya en el Renacimiento italiano, Giordano Bruno tuvo a bien clasificar seis razones para creer que parafraseo a continuación:
Los que creen en lo que se les propone sin examinarlo.
Los que creen en lo que la autoridad les dice.
Los que creen por prudencia con los anteriores.
Los que creen por debilidad o miedo.
Los que creen porque la fe es lo contrario a la razón
Los escépticos que creen en que todas las creencias son iguales.
Este último es el de los que “buena ondita” que ven el “nuevo PRI” en Morena y para quienes todos los partidos son iguales, todos los cambios son cosméticos, nunca podremos salir de padecer al priismo como antes se padecía la corrupción: como una cultura de la que nadie puede desprenderse porque está dada, es inamovible, y sólo busca su auto-conservación bajo distintas pieles de la serpiente. O, como le dijo un exeditor de Letras Libres a Los Periodistas que, entre Aguilar Camín y Krauze contra Paco Taibo y su servilleta, “prefería ver las semejanzas y no las diferencias” que es como decir que prefieres ver que entre una ballena y un ser humano lo que los asemeja es que saben nadar pero te pierdes de las formas diversas en que respiran, comen, cantan, o piensan. Cada quien sus elecciones para no pensar. Con ellos, como siempre, mi más sincera pésame. Siempre me entristecen quienes no pueden ver el proceso político inédito de la 4T y tratan de enmarcarlo en lo que conocen ---y repiten--- desde hace décadas. Ya lo dijo Aristóteles: “El desesperanzado es un cobarde”.
Pero están los otros cinco estratos de motivos para creer. Para mi propósito que es tratar de entender a qué se refiere esos que hablan de Morena, no como parte del “obradorismo” sino como su contraparte, casi su enemiga, me interesa una de las opciones de Giordano Bruno y es la quinta que, muchos siglos después, hará suya Miguel de Unamuno: “No es que esperamos porque creemos, sino más bien que creemos porque esperamos”. La fe está subordinada a la esperanza, no al revés. Muchos de los que se dicen “decepcionados”, en realidad, nunca estuvieron esperanzados, que es estar cierto de que todo se transformará para mejor y no lo que siempre nos receta la derecha, que es la angustia hacia el futuro. Por eso alguien que llama “narco-Estado” al actual Gobierno puede mentir diciendo que es “fundador” de Morena, porque no le significa nada, ni siquiera la saliva para escupirlo. Alguien que se queja de la imposición de un expriista como candidato puede amenazar con irse al PRI. Y, en fin, alguien del McPRIAN puede sentirse ofendido porque en Morena hay expriistas.
Llego, entonces, a una forma en que puedo pensar este asunto de corruptos vs puros, salvados vs insalvables o, peor, entes que contaminan con su sola presencia el proyecto de las bases. Lo primero que hago notar es que se ha llevado al interior del movimiento una caracterización política que Andrés Manuel usó para describir la sociedad neoliberal, es decir, que existe una “mafia del poder”.
Hay quienes, en el colmo de la despolitización, lo empiezan a usar como algo hacia el interior del movimiento donde, por supuesto, aseguran que las dirigencias del Partido son una “élite” y las bases que no son las de los comités del propio partido, sino ciertos personajes que detentan canales en Youtube, cuentas de X, Instagram, y Tik-tok. Hablan a nombre de la base obradorista sin mayor justificación moral que haber votado por Claudia Sheinbaum. De nueva cuenta nos topamos con esa idea banal de que, como el voto es individual, el mandato también. Una idiotez de la que ya he hablado en otras columnas y que lleva a los más obtusos a creer que la Presidenta o los representantes populares tienen que actuar como los youtuberos, tik-tokeros se imaginan que deberían o se mostrarán “decepcionados” y amenazarán quizás con irse al PRI. Pero acá también nos topamos con otra trivialidad de la despolitización: que toda jerarquía, así sea de un partido en el que ni siquiera militas, es una élite en el poder, que tiene oscuros y secretos enjuagues para perpetuar a siniestros personajes de la política partidista. Esta creencia va unida a otra que es todavía más superficial y es aquella que ve en todo tipo de poder un abuso. No hay uso del poder justo o injusto, todo poder es malo por definición y de ahí a decir que vivimos en una tiranía pero no nos hemos dado cuenta, hay sólo un paso. Comparten estos críticos de la izquierda supuestamente pura esa semejanza con la derecha más ignorante de creer que toda jerarquía es injusta y todo poder arbitrario. Pero son los de la izquierda los que le revuelven el caldo gordo a la derecha porque ven poder maligno justo donde no lo hay y se pierden de una visión crítica que empiece por priorizar la lucha contra el verdadero abuso. La desconfianza hacia los partidos, que todos son iguales, que son engendros del mal y la corrupción, la secrecía y la injusticia, es algo que la izquierda no puede reivindicar ahora que es mayoría. Obradorismo y morenismo no son contrapartes. Uno es un movimiento de indignación y esperanza cultural y social y la otra es su ejecutor electoral, genera a sus cuadros que lo representarán. La idea de que están contrapuestos o de que los “buena ondita” salvan su propia conciencia diciéndose obradoristas pero no morenistas es lo mismo que asegura Xóchitl Gálvez cuando dice que ella no fue candidata del PRIAN sino de las mariposas. Es una lavada de cara que, en el caso de la izquierda, es absolutamente innecesaria y hasta vergonzante.
Aquí debo hacer un alto. Hay creencias buenas y creencias malas. Las malas son las que no se basan en evidencias y por tanto fallan a la hora de darle forma al mundo para actuar en él. Las creencias malas, por ejemplo, serían las racistas o la misoginia o el clasisimo, la idea de que hay una superioridad e inferioridad en el color de piel, el género, o el dinero. Una creencia errónea es injustificada porque no está respaldada por la evidencia disponible para el propio creyente. Una mala creencia es una creencia que entra en conflicto con las creencias sostenidas por las autoridades epistémicas pertinentes y se sostiene a pesar de la amplia disponibilidad pública de la evidencia que apoya creencias más precisas. Pensemos en los anti-vacunas o los que sostuvieron casi hasta la muerte que la COVID-19 no existía. Tenían una mala creencia que se sostenía contra todas las evidencias. Creo que sostener que el obradorismo y el morenismo son contrapuestos, que uno es puro y limpio y que la otra es corrupta y perversa es una mala creencia que puede llevarnos a lo que Voltaire denunció cuando escribió: “Aquellos que te hacen creer en absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”.
Pero, bueno, esa es sólo mi opinión y, siguiendo a San Agustín, es resultado, en gran medida, del error.
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