La segunda novela de Nora es un caleidoscopio de estilos y posibilidades de lectura, es decir, se pone de manifiesto no sólo un ritmo acelerado, con dos realidades en acción, y se puede leer como una novela de iniciación, un tratado del cuerpo, un manifiesto feminista o como el diario de una adolescente.
Ciudad de México, 27 de mayo (SinEmbargo).- Duerme, cicatriz (Tusquets) es la más reciente novela de la escritora mexicana Nora de la Cruz. Con esta obra, la autora ha puesto en ejercicio el humor al servicio de la literatura, pero también nos muestra su militancia feminista, su amor por la música y el aprendizaje de mujer a mujer en medio de un proceso de sanación.
Evangelina, la protagonista de esta historia, ve en su ropa interior una mancha de sangre, lo cual la pone en alerta. Con un embarazo de seis semanas, sabe que esta mácula no es común, incluso puede ser peligrosa. Al llegar al hospital, se entera del diagnóstico: embarazo ectópico, por lo que es sometida a una salpingectomía.
Este es el detonador que propicia el flashback para volvernos a su infancia y juventud, donde comienza un vaivén de presenta-pasado, con el inicio de la menstruación, del romance, el vínculo con la madre y la maternidad, con el telón de fondo de la época de los años noventa y un soundtrack del grunge, al rock, a la música de orquesta y cámara.
“A mí me interesaba mucho que hubiera humor en la novela, pero también cuidar que el cuerpo de las mujeres no se convierta en el objeto de chiste, quería cuidar la dignidad de estas experiencias, pensando en todas las mujeres que las comparten y que se identificaran desde la compasión, aunque nos pudiéramos reír de ello”.
“A lo largo de la novela, Lina siempre está aprendiendo de las mujeres que tiene cerca, son sus maestras, una la maquilla, otra le dice cómo comportarse, otra le dice que necesita un novio, son sus consejeras. Yo viví esa experiencia muchas veces, mis amigas se daban cuenta que yo como mujer en el juego del patriarcado no daba una, por lo que me orientaban sobre qué hacer”.
La segunda novela de Nora es un caleidoscopio de estilos y posibilidades de lectura, es decir, se pone de manifiesto no sólo un ritmo acelerado, con dos realidades en acción, y se puede leer como una novela de iniciación, un tratado del cuerpo, un manifiesto feminista o como el diario de una adolescente. Además, confronta los usos y costumbres sociales, en ese juego de roles que impuestos a nivel familiar y social.
En Duerme, cicatriz constantemente hay una ruptura de la cuarta pared. En el tono mismo de la historia lo que busqué era emular las conversaciones que tenemos las mujeres con las amigas, donde les platicas sobre las confidencias de tu vida diaria, y nunca es contado desde la solemnidad, sino que lo haces cotorreando. Quería que Evangelina sonará como alguien que te está confesando sus chismes y metas, por eso parece que está conversando.
“Otra referencia para encontrar el tono de mi novela fue la serie Flebag, fue una inspiración directa, donde siempre se rompe esa frontera entre actriz y público al voltear constantemente a la cámara. Este recurso aparece cuando mi protagonista encuentra una contradicción en la realidad o alguna cuestión donde es necesario simular o hay un grado de incomodidad, ella voltea y guiña a la cámara”.
Evangelina, Elisa, Gio, Lidia, Elisa, Nora son, de alguna manera, el yo plural de la novela. Las mujeres son el centro de la historia y su hábitat con su cuerpo mismo. Para la autora, la realidad en la que han vivido, desde la infancia hasta la sala de maternidad, la menstruación y su sangre, el cambio del cuerpo, el comportamiento social y en pareja forma parte de una trampa.
“Una frase que siempre me ha hecho gracia de la cultura popular y del patriarcado es la de ‘hacerla mujer’, con referencia al sexo. Yo siempre afirmé que no son los hombres quienes nos hacen mujeres, sino son las propias mujeres que tenemos alrededor las nos hacen, porque son los modelos de las diversas formas de la feminidad, y quería que fuera un plano muy claro en la novela”.
“Al final de cuenta, todas las mujeres estamos atrapadas en la misma trampa de los roles y de lo que se espera de nosotras, y un poco con lo que juega la novela es que nadie puede ganar el juego del patriarcado, ni ellos ni ellas, y en eso he querido siempre ser muy firme y clara. Aunque en la novela hay personajes que ceden a ese juego, Lina no es así, pues ella se mantiene firme a sí misma, en su propio universo, en su música, en su onda, y tiene costos el salirte de las normas, por ejemplo el rechazo y la soledad”.
En cuanto al tema del cuerpo, Nora de la Cruz reconoce que “los cuerpos de las mujeres siempre están sexualizados y están en función de su apariencia, su capital sexual, su fertilidad y juventud. La novela llega a un momento de la vida de Lina en el que tiene casi 40 años, pero ya la ponen con las viejas, porque ya no es la doncella ni la mujer fértil. Aquí tiene mucho que ver con el cómo el capitalismo entiende los cuerpos, como productivos o no”.
Al cuestionar a la autora sobre las influencias que tuvo al escribir la novela, reconoce que ha sido el humor uno de sus pilares.
“Para tomar este tono me inspiré en muchas standuperas claramente feminista, por ejemplo a Malena Pichot con su Estupidez completa, vi el especial de Ali Wong en un día, quienes hablan mucho de las experiencias del cuerpo y de los riesgos de las violencias que padecemos. Ambas se burlan de los absurdos y contradicciones de las propias mujeres, pero siempre lo hacen con el mensaje claro de que estamos todas para entendernos. También fui a ver a Carlos Vallarta dos veces durante la escritura de la novela”.
“En cuanto a la literatura, es difícil trazar mis influencias literarias con claridad debido a que leo de todo, todo el tiempo: ficción, no ficción, soy adicta a la lectura. Mientras escribí la novela, a lo largo de seis meses, leí mucho menos y me alejé de los audiolibros, me di cuenta que tenía que quitarme esa costumbre porque era una sobrecarga de palabras. Lo hice y me ayudó mucho a sostener el tono, sobre todo cuanto ya me estaba acobardando, pues al escribir humor te expones más a quedar como tonta, se necesita valor. En todos los personajes puse un poco de mí para tener la libertad de reírme de mí misma, pero también para sentir cuando el cuchillo ya tocaba el hueso, pues la frontera entre el humor y la violencia es muy fina y quise cuidarla mucho”.
Para la también autora de ¡Te amaba y me chingaste! y Orillas, mantener a los personajes masculinos en segundo plano era una decisión inquebrantable, ya fuera Tito o Eduardo, ambos sólo tienen algunos cameos a lo largo de la novela.
“Hice un esfuerzo por desdibujar a los personajes masculinos, que se vieran siempre en este segundo plano. Hay una novela que se llama Las vírgenes suicidas, donde se presenta de manera muy inteligente la sensación que tiene los hombres de no poder acceder al mundo femenino y lo ven de fuera. Lo que vemos en esta novela es adolescentes espiando sus compañeras y no pueden descifrar el misterio, y el misterio también es una cacería”.
“En Duerme, cicatriz cambié la cámara del lado de las mujeres y transmití la idea de que los hombres siempre están cerca, pero no se dan cuenta de lo que está pasando en sus narices. Por ejemplo, el personaje del papá, Eduardo, no es negligente ni violento, sino un padre promedio, pero transmite la sensación de que a pesar de estar cerca, de ser el único hombre de la casa y estar rodeado de mujeres, no hay manera que él pueda penetrar en la experiencia femenina”, reconoce la autora.
Sobre la inclusión de la música, De la Cruz afirma que le faltó mostrar con mayor claridad la influencia de las mujeres en la escena en los años noventa. “Me interesaba que la música tuviera que ver con el carácter de los personajes y con la época. Mi intención era reflejar que los años noventa fueron un gran antecedente del ambiente cultural hipermasculinizado.
Como ejemplo, las películas de Tarantino o El club de la pelea, y la música también estaba cargada de eso, con aquellos grupos como los Rage Against de Machine, de rap rock o el new metal, que te hablaban de una rabia masculina; pero, por otra parte, se comenzaban a asomar algunas intérpretes, cantautoras, como Björk, Alanis Morissette, PJ Harvey, Julieta Venegas, Ely Guerra, que son pioneras del despertar de la voz y la experiencia femenina, aunque creo que faltó mayor presencia de mujeres en el soundtrack de la novela”.
Al preguntar a la escritora sobre la actualidad de la literatura mexicana, no dudo en afirmar que ahora la autoras están escribiendo desde su realidad y se está mostrando la visión de las mujeres.
“La literatura mexicana en ese momento está mirando de frente nuestra realidad y nuestros problemas. Venimos de leer toda la vida hombres europeos del siglo tal o cual, y llegas al taller del viejolesbiano que quiere que escribas como Burroughs o como Roberto Bolaño, y hasta hace muy poco todo lo que leíamos eran estos mismos señores reloaded, una y otra vez, y aunque a muchos de años los admiramos, y los admiramos tanto que sin darnos cuenta pensamos que escribir era eso e intentaos emular. Por esa razón lo más difícil de ser escritora es escribir como tú misma”, aclara.
Para concluir, Nora de la Cruz reconoce que con Duerme, cicatriz está llegando a construir su propia voz. “Sí, ahí voy. El trabajo se hace todos los días y diario hay algo que te confronta como escritora. Sé que aún puedo mejorar mucho el oficio, pero me estoy acercando, aunque no lo puedo asegurar”, concluyó.