Melvin Cantarell Gamboa
04/06/2025 - 12:05 am
Israel un pueblo sin tierra y una tierra sin pueblo I
En la actual coyuntura el plan es hacer triunfar la ambición de propiedad y dinero sobre el derecho a existir de un pueblo débil. Trump lo ha manifestado en varias ocasiones haciendo ver las estrechas relaciones entre los intereses económicos capitalistas de crear en ese lugar un emporio turístico “increíble”, a condición de que antes se expulse hacia el desierto a los 2 millones 400 mil palestinos que hoy habitan Gaza.
“La diáspora que se agrupó en Israel no formaban un pueblo; son simplemente una población y una dispersión de seres humanos sin ningún lenguaje, educación o raíces, que no está impulsada por la visión de una Nación”
David Ben Gurión
(Fundador del Estado de Israel).
Rebirt and Destiny
(Renacer y destino), 1950.
Los pueblos son su historia. Un pueblo sin historia es una sociedad heterogénea sin memoria, sin identidad y sin raíces, es decir, sin asideros para justificar sus actos y reivindicar, con facultades inalienables que lo legitimen, el derecho de un Estado sobre territorios ajenos; es el problema que existe en Medio Oriente donde Israel pretende apoderarse de Palestina (Gaza y Jordania) en un contexto mundial de estados libres y soberanos pretextando un derecho inherente al pueblo judío que no existe históricamente. El concepto de nacionalidad que han construido los historiógrafos judíos es una ideología-mito no basada en hechos reales, sino en un axioma religioso que ha servido para fundamentar una conciencia nacional a partir de la creencia de ser el judío el pueblo escogido por Dios destinado a iluminar a las naciones del mundo, relato al que se pretende dar, en este caso, un uso político.
El historiador israelí y profesor en la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Sand, en su libro La invención del pueblo judío. Editorial Akal. 2008, cuya lectura recomiendo vehementemente, se pregunta, “si los judíos fueran realmente una Nación ¿Cuáles serían sus elementos comunes, al margen de sus creencias religiosas? Y se contesta: El judaísmo no es más que una religión que ha creado culturas disímiles que no permiten hablar de un país llamado Israel; históricamente carece de bases sólidas para constituir un pueblo y ser una cultura-Nación común para todos sus actuales ciudadanos. Lo que llamamos judaísmo es, en los hechos, una suma de comunidades religiosas con desarrollos propios, según las naciones receptoras que los cobijaron en el pasado en diversas partes del mundo”. La etnicidad judía es algo completamente ficticio, la invención de una narración simbólica que pretende servir de apoyo para la fundación de una Nación carente de identidad que roba, con resultados criminales, la tierra a otro pueblo.
En la actual coyuntura el plan es hacer triunfar la ambición de propiedad y dinero sobre el derecho a existir de un pueblo débil. Trump lo ha manifestado en varias ocasiones haciendo ver las estrechas relaciones entre los intereses económicos capitalistas de crear en ese lugar un emporio turístico “increíble”, a condición de que antes se expulse hacia el desierto a los 2 millones 400 mil palestinos que hoy habitan Gaza. Los avances del capitalismo, la globalización y la avaricia comercial de los últimos años crearon las condiciones suficientes para ver en la franja de Gaza un territorio de necesaria apropiación para desarrollar ahí una infraestructura turística excepcional; como es sabido, el turismo es hoy uno de los sectores más dinámicos y de mayor crecimiento de la modernidad y Gaza, por sus costas, es un excelente sitio para recibir especialmente a viajeros de lujo en un entorno de exclusividad y seguridad plena.
Lo cierto es que la realización de un proyecto de esta naturaleza requiere de un espacio vacío sobre el que se ejerza control absoluto; desafortunadamente, Palestina reúne estos requisitos. Trump, según se deduce de sus declaraciones públicas, será uno de los potenciales propietarios y ya habla de instalar ahí una nueva “civilización” que permita combinar libremente actividad económica agregada, economía de mercado y capitalismo comercial. ¿Puede haber cóctel más venenoso?
Lo anterior obliga a preguntarnos ¿Cómo es posible que un Estado como el judío que no puede comportarse más que teológicamente, que está negado para actuar en el plano político y humano en el seno de relaciones humanas y con deberes humanos hacia otros pueblos, que se niega al uso de la diplomacia y recurre al genocidio para resolver sus conflictos vecinales, que no concede a los palestinos el derecho a un territorio donde vivir, encuentra apoyo, sin condiciones, en los países Occidentales, cuyo complejo de culpa los hace pensar que basta con acusar a cualquiera que defienda a las víctimas de Gaza de antisemitas, para aprobar y validar las acciones asesinas que practica el Estado de Israel en el actual conflicto?
Por principio, si deseamos una respuesta convincente sobre lo que sucede en Gaza, hay que dejar de ver a Israel como un Estado democrático; mientras se considere asimismo como el Estado del pueblo Judío no puede comportarse más que doctrinalmente o, lo que es lo mismo, no en el plano humano, político o de relaciones humanas en los que destaca el diálogo constructivo entre Estados y partes interesadas; la única manera ver el problema palestino sin mentiras, no como una guerra contra el terrorismo, o como lo hacen los rabinos judíos, una cuestión que sólo puede ser resuelta según las antiguas escrituras, es recurrir a pruebas de carácter histórico.
Según Shlomo Sand, Israel es “un pueblo errante que vagó, con estancias prolongadas, entre gentiles, durante 2 mil años, en ese tiempo evitó integrarse o ser asimilados por ellos; la Nación se dispersó por todas partes Yemen, Marruecos, España, Alemania, Polonia y Rusia; Palestina sólo existió en el imaginario rabínico. Fue hasta el siglo XIX que resucita el viejo sueño del regreso a la antigua “Tierra natal” y los judíos lo hicieron en grandes oleadas. El ascenso de Hitler al poder en 1933 y establecer en Alemania una dictadura aceleró el proceso. Los nazis, con el fin de mantener la pureza de la raza aria, planeó el exterminio sistemático de aquellos que consideraba sus enemigos: comunistas, social-demócratas, gitanos, testigos de jehová, enfermos mentales y judíos. Seis millones de hebreos fueron perseguidos y exterminados en Alemania y Europa oriental. Después de la guerra, los sobrevivientes necesitaron con mayor urgencia un territorio propio y escogieron un espacio donde no había ninguna tierra vacía y virgen que ocupar y hubo que librar guerras de conquista que enfrentaron la violenta resistencia de las poblaciones locales.
Con el apoyo de Gran Bretaña y su ministro de relaciones exteriores Lord Baulfour se emite en diciembre de 1917 una declaración que daba a los judíos “lo que siempre fue suyo”, los territorios palestinos; se inicia el regreso; el 14 de mayo de 1948 David Ben Gurión proclama el Estado de Israel y se declaran las hostilidades con los árabes, que duran hasta nuestros días. Desde entonces, lo que está en duda no son los derechos palestinos a una Patria, es la legitimidad de los reclamos de Israel sobre los territorios palestinos. Según Shlomo Sand, “si los judíos fueran realmente una Nación tendrían que comprobar que forman una colectividad que hace referencia cierta al grupo humano de ciudadanos israelíes actuales. Sin embargo, nunca se creó un concepto cuyo significado hundiera sus raíces en la definición elaborada durante el reino arameo para designar a Israel como un Estado-Nación, como se enseña en los libros de texto sionistas que se estudian obligatoriamente en las escuelas en Israel. Durante el Imperio babilónico, el toponímico de la tribu fue Yehud, en tiempos históricos cuando se habla de Reino Arameo, se hace referencia sólo a los gobernantes que hablaban arameo, los súbditos se expresaban en diferentes dialectos hebreos; no había ninguna clase de individuos que representara a una comunidad concreta, es decir, a un pueblo, lo que existía era un ritual y una fe religiosa judaica. Sólo el mito, dice Sand, permite justificar el derecho de Israel sobre territorios de Palestina; transformar un texto teológico, como la Torá, en un texto secular de historia no proporciona los argumentos suficientes para reclamar territorios ajenos”. Las pruebas y razones que se esgrimen en favor de Israel son mera retórica sionista. ¿Cuál es la diferencia del israelita de hoy con muchas de las costumbres que adquirieron entre rusos, marroquíes, españoles… al margen del credo religioso? Ninguna, el judaísmo no es más que una religión cuya creencia creó culturas distintas que hoy confluyen en los habitantes de Israel y permite a sus gobernantes actuales hablar de una Cultura-Nación uniforme, cuando lo que parece integrarlos es el mito del antisemitismo.
Max Horkheimer, filósofo judío del período nazi, explica así el paso de la diáspora judía por Europa, después de su expulsión de España y Portugal en el siglo XVI: “durante el desarrollo del capitalismo, los judíos fueron discriminados y excluidos, se le restringió el acceso a la propiedad, la educación y se les negaron derechos por creérseles ricos y explotadores, pues algunos eran financieros y comerciantes prósperos. Gracias al apoyo de los liberales holandeses y comerciantes ingleses de la época, obtuvieron importantes ventajas debido a su riqueza y a los impuestos que aportaban al Estado; a cambio de esto recibieron reconocimiento y el derecho de llevar una vida digna de ser vivida por un ser humano; conquista que los llevó a exigir cada vez más privilegios. En Alemania en la primera mitad del siglo XIX, por ejemplo, exigieron su emancipación total con plenos derechos, que se eliminaran las restricciones existentes y se reconociera la igualdad de trato como corresponde a todo ciudadano alemán. El Estado alemán se negó a darles algún estatuto especial, consideraba que el judío era un elemento antisocial de carácter general, su desarrollo histórico, su nacionalismo demente dictado por leyes de carácter teológico y su modo de vida no lo permitían; ningún estatuto especial modificaría su manera de comportarse, en cualquier condición seguirían siendo judíos, nunca ciudadanos alemanes; además, su manera de pensar carece de significado político y los priva de la capacidad para crear un mundo nuevo, “la emancipación social del judío sólo puede ser la emancipación de la sociedad del judaísmo”, escribió en ese momento Carlos Marx en su celebre texto Sobre la cuestión judía. Años antes, Hegel, había descrito a “la sociedad burguesa como el Estado de necesidad y entendimiento”, en ella lo secular es fundamento de lo humano, cualquier otro modo de existencia, afirmó el filósofo, será deficiente, defectuoso y carente de significado; el nuevo mundo burgués, por su inclinación a la libertad y al pacifismo, terminará disolviendo total y absolutamente las guerras y los crímenes de lesa humanidad, objetivo que no cabe en el imaginario judío.
Pocos años después, Carlos Marx escribió en el ensayo citado: “Es necesario denunciar lo torcido de la infamia judía, en la sociedad burguesa el concepto de seguridad no es el aseguramiento de la ambición, sino la capacidad de sobreponerse al egoísmo mediante el entendimiento; el hombre egoísta de los intereses privados, que se disocia de lo comunitario, como el judío, no cabe en el Estado alemán. Para el judío “el dinero es el verdadero Dios de Israel, ante él no puede prevalecer legítimamente ningún otro Dios. El dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía. El dinero es el valor general de todas las cosas; constituido en sí mismo despoja de su valor peculiar al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como a la naturaleza. El dinero es la esencia del trabajo y de la existencia del hombre, enajenada de este, esta esencia extraña (el dinero) lo domina y es adorada por él”. Otro filósofo judío, Bruno Bauer, creía que su “raza” no tenía una nacionalidad real, sino una nacionalidad quimérica auto adjudicada extraída de la Torá, que obliga al judío a ser diferente del resto de los seres humanos. Continuará.
Para cerrar la primera parte de este artículo resumo para mis lectores la carta que el filósofo inglés Bertrand Russell dictó unas horas antes de morir en febrero de 1970 a la edad de 97 años, sobre la cuestión palestina:
“Las razones a las que apela Israel es el papel tradicional de la potencia imperial que desea consolidar lo menos difícilmente lo que ya ha tomado por la violencia, al mismo tiempo que ignora sus agresiones anteriores… ningún Estado tiene derecho a anexarse territorio extranjero, cada expansión es un experimento para ver cuánta agresión más tolera el mundo.
Los cientos de miles de refugiados palestinos son la piedra de molino moral alrededor del cuello de los judíos del mundo... La tragedia del pueblo de Palestina es que su país fue entregado por una potencia extranjera a otro pueblo para la creación de un nuevo Estado… ¿Hasta cuándo estará dispuesto el mundo a soportar este espectáculo de crueldad sin sentido?
No veo ninguna razón para perpetuar ningún sufrimiento. Lo que Israel está haciendo hoy no se puede tolerar e invocar el pasado para justificar el presente es una gran hipocresía.
La guerra en esa zona se basa en error de cálculo…no persuadirá a la población (palestina) a rendirse, pero reforzarán su determinación de resistir…los ataques israelíes fracasarán en su propósito esencial, pero al mismo tiempo deben ser condenados enérgicamente en todo el mundo”
Nota. El texto completo de esta carta puede leerse en: revistaperronegro. com/la-última-carta-de-bertrand- russell.
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