Author image

Fabrizio Mejía Madrid

05/06/2025 - 12:04 am

Después de mí, el racismo

En el México del siglo XXI, con su Presidenta con “A”, su paridad de género en los órganos de representación, todavía un indígena abogado es capaz de suscitar los viejos resortes coloniales de la blanquitud.

El candidato más votado para estar en la Suprema Corte de Justicia, Hugo Aguilar Ortiz, es un defensor de derechos de las comunidades indígenas. Él mismo es un mixteco de la Sierra de Oaxaca y tiene tres décadas litigando a favor de la defensa del territorio, sus aguas y sus bosques en todo el país. Pero su sola llegada como ministro electo ha desatado una legión de insultos racistas y evaluaciones interesadas que le niegan su profesionalidad y su trayectoria como abogado. Uno de los más grotescos ataques provino del otrora académico, José Antonio Crespo, que aseguró en su cuenta de X lo siguiente: “Cuando alguien se perfila para ser el presidente espurio de una Suprema Corte espuria sólo porque es de determinada raza ['indígena'] y porque va a aplicar un sistema de justicia 'intercultural' en favor de grupos 'desfavorecidos', es que hemos llegado a niveles insospechados de podredumbre y fanatismo”. Ya el mismo declarante había dado muestras de raciclasismo, es decir, de asociar el aspecto físico con una clase social al decir que no le cuadraba que hubiera blancos que apoyaran a Morena y morenos que estuvieran con el PRIAN. Pero este ataque contenía un término desechado por las ciencias, tanto sociales como biológicas desde el descubrimiento de la genética. Desde hace un siglo sabemos que las razas no existen. Pero este prófugo del conocimiento decidió revivir con su ataque ese concepto. Luego, borró el mensaje del que ya muchos habían sacado copia, y fue lloriquear al lado de Ulises Ruiz, el carnicero de Oaxaca durante el desalojo de la APPO y el encarcelamiento de sus líderes, y frente a Rosario Robles, la exculpada por el actual sistema judicial del mega fraude del PRI que saqueó los programas sociales de la llamada Estafa Maestra. Esto fue en un canal de YouTube llamado Atipical y que conducen gente tan noble como el "Saco de Pus" y el publicista del PRIAN, Alazraki. Ahí él dijo que le estaban tratando de endilgar que era racista cuando él no había dicho lo que dijo sobre el nuevo Ministro de la Corte. Es decir, igual que todos los prianistas, dicen que no dijeron lo que dijeron y exigen que uno se olvide de recordárselos.

Pero viene a cuento eso de decir que no se dijo lo que se dijo porque justo el contraste del supuesto indigenismo de la derecha es entre Hugo Aguilar Ortiz y Xóchitl Gálvez. Éste es denostado por Gabriel Quadri que asegura que se “disfraza” de indígena mientras que él mismo no cabía de afectos por la supuesta otomí vendedora de gelatinas entre cuyos errores fue decir que iba a hacer de los programas sociales algo temporal porque no era digno recibir dinero por no trabajar. Eso fue lo que dijo, aunque, después, dijo que no y le exigió al INE que hiciera una campaña para desmentirla. Los prianistas, como Krauze, Aguilar Camín, Silva Herzog Márquez, y demás no les cabían los elogios al origen supuestamente indígena de la candidata presidencial del PRIAN. Pero no era su identidad étnica lo que les gustaba sino la idea de que podía enarbolar, desde su supuesta marginación y violencia intrafamiliar, que se había convertida por gracia de su propio esfuerzo en una emprendedora que había logrado levantar una empresa de aires acondicionados a partir de vender miles de gelatinas. Luego, los pobladores de su terruño natal, Tepatepec, desmintieron la historia de su pobreza y algunos ex funcionarios de la capital dieron a conocer sus extorsiones para que contrataran a su compañía a cambio de permisos de construcción en la alcaldía Miguel Hidalgo.

Ahora es distinto. Se trata de un indígena de los que no les gustan a los racistas. No es un emprendedor sino un luchador social. Se trata de un indígena que conoce sus derechos y defiende su aplicación. Nuevamente, como en la fallida campaña de la señora Xóchitl Gálvez se enfrentan las dos ideas, una neoliberal y la otra progresista: el puro esfuerzo te puede convertir en millonario o tienes derechos sociales sobre los que tienes la potestad de reclamar si no se te brindan o condicionan. Es más. En el caso de las comunidades defendidas por Hugo Aguilar Ortíz se trata de derechos colectivos sobre la tierra, el agua, y los bosques. Es algo que espanta a la derecha. Y, si bien Crespo fue el único que se atrevió a usar el término “raza” para referirse a los pueblos originarios de México, no fueron menos racistas los que comenzaron una campaña para desprestigiar al abogado. Lo menos que dijeron es que era un “desconocido”, aunque a ustedes les consta que aparecía en muchas de las listas que hicimos entre todos, incluyendo la de un servidor. Pero no les importó. Una conductora de noticieros matutinos, Aristegui, llegó a decir que, como López Obrador y Claudia Sheinbaum habían dicho que se necesitaban más Benito Juárez en las cortes, este era un invento genial para hacer coincidir sus deseos con un símbolo. No lo dijeron tan propiamente, sino que invisibilizaron la trayectoria de Aguilar Ortiz hasta el punto de llamarlo un “invento”. No les importó que Aguilar Ortiz hubiera sido Consultor de la Oficina en México de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en el tema de tierra, territorio y recursos naturales de los Pueblos Indígenas o participante en la 51 sesión de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección de las minorías en Ginebra, Suiza, con una ponencia sobre los derechos territoriales como un derecho fundamental de los pueblos. No les interesó cómo alguien con su perfil desde el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas coincidía con la reforma constitucional de Claudia Sheinbaum donde se establece a las comunidades como dueña del territorio sobre el que están asentadas, cómo se abrió un nivel distinto al municipal en la toma de decisiones sobre el gasto público y las inversiones privadas en esos territorios, en fin, les pasó de noche que las comunidades se organizaran para participar en la votación de manera comunal. Y aquí hago un primer planteamiento sobre lo que vivimos quienes participamos en esta jornada electoral histórica: todo el asunto de los apuntes que llevamos a las mesas de votación fue, de muchas maneras, comunal. Lo discutimos con amigos, abogados, gente que ya está en el sistema judicial, con familiares. Ofrecimos esas listas para que las consideraran otros. Las intercambiamos. Yo mismo cambié dos votos a la última hora por recomendación de una vecina. Eso la derecha no le puede entender y tratan de asimilarlo como si hubieran existido acordeones impresos y no machotes para que uno practicara cómo llenarlos. Hasta en el simulador del INE se daba, al final del ejercicio, un resumen de lo que habías votado para que pudieras sacarle foto y llevarlo como guía. Para la derecha eso es faltar al voto secreto que ellos creen que es esconderlo y ocultarlo. No, acá lo que tuvimos fue un ejercicio de debate casi comunal en la medida de los que vivimos en grandes ciudades. Si nosotros, los urbanos de toda la vida lo hicimos, máxime los pueblos que están acostumbrados a votar en colectivo, no individualmente. Quien conozca una comunidad indígena sabe a qué tipo de democracia colectiva me estoy refiriendo. Para la derecha eso es manipulación, acarreo, y lo han dejado claro al regatearle legitimidad a un hombre como Hugo que él solito logró concitar los mismos cinco millones de votos que todo el PRI con su dinero y aparato electoral arañó en 2024.

Pero volvamos por un momento al racismo como el que ejercen los supuestos opinólogos de los medios conservadores. Es algo que tiene que ver todo con las leyes. En el caso de Hispanoamérica, el término es el de “castas”. Casta, es una designación definida por la herencia de los progenitores. La casta fue una categoría jurídica: determinaba los impuestos, la legalidad de la esclavitud y el lugar donde se podía vivir. Sin embargo, la casta de una persona también era maleable. Cambiaba y se observaba en actividades cotidianas como fumar tabaco, beber chocolate y comer tortillas y sus derivados riquísimos o pan de yuca—prácticas entre personas de ascendencia indígena— en lugar de consumir pasas, almendras, pan de trigo y vino, productos presentes en las cocinas tradicionales españolas. Las personas identificaban y vigilaban a quienes consideraban que desafiaban las categorías de identidad, acuñando nuevas palabras para identificarlos, vigilarlos y restringirlos. Estas personas se enfrentaban a restricciones en cuanto a dónde podían vivir, con quién podían casarse y qué trabajos se les permitía desempeñar. Esto llegó a hacer monstruosas a ciertas combinaciones como el que nacía de un afroamericano con un indígena y que era llamado “lobo”, es decir, no humano, un animal depredador y peligroso. Algunas “razas” no pertenecían a la nación y otras ni siquiera a la humanidad. Tanto la «raza» como la «nación» son conceptos creados por individuos y comunidades. Representan historias selectivas ligadas a ideas sobre los cuerpos, la acción, la ascendencia y la ciudadanía. Ambos conceptos presuponen un “algo” esencial que se transmite a través de la sangre. Las castas son un sistema de ideas sobre la desigualdad pensada como innata, bilógica y natural, son un sistema que las comunidades mantienen mediante estructuras de poder, como la legislación. Los individuos de herencia mixta a menudo han sido contenidos o eliminados (en términos administrativos) porque hacen visible la escasa diferencia que existe entre categorías. La apariencia y la ascendencia son claves en mantener esa idea de la desigualdad innata. Si bien la raza suele considerarse una clasificación basada en la personificación (cuerpos y apariencia física), su origen con los griegos fue lingüístico ---los bárbaros eran todos los que no hablaban griego--- y, con el cristianismo pasó a la fe: quienes no eran cristianos deban cuenta de su falta de raciocinio. Así, los romances medievales españoles cuentan historias donde un musulmán se convierte a la verdadera fe del catolicismo y ---zas--- se hace blanco. Como la fe es invisible pues tenía que venir un cambio de apariencia para que fuera considerado humano. La etnicidad es una narrativa sobre la biología que vincula a los individuos con una comunidad que se imagina homogénea e inmutable a lo largo del tiempo.

El término «raza» apareció en las lenguas romances, pero no se refería inicialmente a naciones, sino a grupos familiares locales: por ejemplo, los perros criados en una finca o en una familia noble. De esta manera, la «raza» era un marco que permitía distinguir entre familias de perros o caballos nobles y familias extensas comunes que compartían linaje y fe, y tenían un aspecto similar. En el mundo de la agricultura y la ganadería en la Iberia medieval, «raza» se refería a la genealogía de los animales. De aquí, el término saltó de especie, por así decirlo, a los humanos.

Otra cosa que creían los católicos españoles era que los pensamientos afectaban la sangre y, por tanto, la religión católica se pasaba de unos a otros como se heredaba la judería o el islam o los sacrificios aztecas. Así, si se miraban los rasgos de la apariencia del rostro y el color de piel de alguien se podían encontrar las claves sobre el carácter moral de sus ancestros. Y, claro, al definir en las leyes quiénes podían asumir cargos de dirección, ser jueces o ministros, eran sólo los españoles católicos de “raza” los que estaban congénitamente facultados. Los demás, incluyendo a los indios y a los “lobos” debían permanecer en su casta subordinada donde su color de piel y rasgos eran un mapa de sus pobres y devaluados antepasados.

En el México del siglo XXI, con su Presidenta con “A”, su paridad de género en los órganos de representación, todavía un indígena abogado es capaz de suscitar los viejos resortes coloniales de la blanquitud, pensada esta no como color de piel, sino disposición mental a aceptar tu lugar congénito como natural y callarte las injusticias.

Y eso es justo lo que ha ocurrido en estos primeros días de la elección del Poder Judicial: el regreso a un terreno que hace tiempo que dejó de existir donde las antiguas castas subordinadas irrumpen en lo público demandando igualdad y equidad. Los resortes coloniales los conocemos todos: llamarles acarreados, manipulados, engañados, incapaces de discernir su voto porque cómo una comunidad indígena se va a poner a hacer lo que el resto hace con toda naturalidad: buscar las trayectorias de cada candidato, hacer una lista, y compartirla con los demás. Eso es sólo para blancos católicos, apostólicos y romanos. Los que tienen en sus rostros el mapa de la inferioridad moral de sus ancestros desde luego que no pueden y fueron adiestrados para una simulación ---una farsa, han dicho--- de democracia. La democracia no es para ellos. Es sólo para los güeros.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Lo dice el Reportero

Opinión

Opinión en video