Susan Crowley
07/06/2025 - 12:03 am
Leipzig, una lección al mundo
Leipzig ha sido un escape a la frivolidad en la que muchas orquestas han incurrido para ganar públicos. La música del compositor se escucha hoy para recordarnos que el mundo está urgido de paz y armonía. Que, ante los sistemas totalitarios y el egoísmo de los políticos, el artista será siempre un combatiente.
Acostumbrados a que la historia es la suma de los datos duros, comprobables, olvidamos que la realidad se construye de pliegues infinitos. Lo dijo Zygmunt Bauman; el pasado es líquido y dependiendo de la manera en que se lea, sus abordajes serán nuevos y distintos. La historia es insuficiente, sus entresijos es lo que da voz al artista que no se somete a lo demostrable, intuye. Su labor es crear imágenes que revelen una realidad o varias realidades más profundas. Los abismos insondables siempre están ahí para explorarlos; habitan en el misterio y nos van mostrando lo poco que sabemos cuando damos por hecho las cosas. Leipzig es un ejemplo de estas aristas de la historia no contada o por lo menos no lo suficientemente contada. Sus artistas hablan de esa otra historia, la del arte.
Discreta y elegante. Conocida por su enorme riqueza cultural: teatro, artes visuales y música y por su resistencia a caer en el error de tantas ciudades que sucumben al turismo y el aburguesamiento. Sus calles, plazas, parques, universidades, edificios antiguos y pasajes albergan lo más elevado de la cultura germana. En el ambiente aún flotan las ideas de Leibniz sobre las mónadas; esas simples sustancias que componen el universo; como si fuera posible que los átomos espirituales se entrelazaran para unir el pensamiento, las ideas y el arte.
En Leipzig todo converge: J. S. Bach tocando y cantando en la Tomaskirche donde también se encuentran sus restos. Los años de juventud y educación musical del poderoso Richard Wagner. Los tiempos felices de los Schumann, cuando la locura del genial Robert aún no se desataba y Clara ascendía en su carrera de concertista. La casa de los Mendelssohn- Bartholdy exhibe el impulso que esta familia le dio a la cultura de la ciudad. Félix no sólo redescubrió y difundió la obra de Bach, también impulsó la formación de la orquesta Gewanhaus de la que fue kapellmeister. El nombre viene de haber sido un almacén de ropa donde se realizaron los primeros conciertos. Poco después, gracias al apoyo del compositor se creó un teatro y la orquesta se convirtió, y lo es hasta hoy, en una de las mejores de Europa. Bajo las órdenes de Arthur Nikisch, la orquesta tuvo como director a Gustav Mahler. Aunque su estancia fue un vía crucis por las diferencias constantes entre los dos directores, Mahler escribió aquí sus primeras obras y le debe a la ciudad su consolidación como director.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue totalmente destruido. Sólo los instrumentos escondidos en los sótanos se salvaron. Es tal su valor, que los músicos los tienen en comodato mientras pertenecen a la orquesta. Pasan de generación en generación como el conocimiento, un legado invaluable. El legendario director de orquesta, Kurt Massur promovió la construcción del teatro actual. Una sala en forma de nido moderna, cuyo sonido e isóptica son de las mejores del mundo. Lejos de impostaciones o de promoverse comercialmente, para nada mediática, la orquesta toca para su gente, es local, pero su calidad es de primer mundo.
Como lo dice Baumann, las historias se cuelan en el tiempo y unas a otras van apareciendo, las luminosas y las oscuras. Leipzig tiene su buen catálogo tenebroso. En la taberna conocida como Bodega de Auerbach, Goethe escribió su Fausto. Entre sus hofe o pasajes también se escribió uno de los capítulos más terribles de la historia. Leipzig fue bastión de la Stasi la policía de la RDA, como exhibe el actual museo de la Runde Ecke. Al edificio redondo entraban los acusados por sospecha; no sabían si saldrían vivos. Los interrogatorios y las torturas psicológicas, la vigilancia obsesiva sobre la población, el dolor causado a miles de inocentes, que habían sido registrados escrupulosamente fueron destruidos a la caída del muro.
Sin embargo, la liquidez histórica da cuenta de un momento luminoso. El final de la RDA se logró gracias a las manifestaciones que se llevaban a cabo cada lunes en contra del partido gobernante conocido como SED. Uno de los líderes fue Kurt Massur que, ofreció protección dentro de la Gewanhaus a los músicos perseguidos y terminó encabezando las protestas que culminaron con la caída del muro. El rastro de aquellos años de lucha y desesperanza aún puede sentirse en los bloques de edificios del socialismo real; gigantes grises que guardan el tiempo.
Pero en estos días se han dejado impregnar de un espíritu musical gracias a quien fue considerado por los soviéticos el más grande músico, pero también el más perseguido por el implacable régimen: Dimitri Shostakovich, quien recibió todos los honores del sistema, pero vivió con el terror de morir fusilado por Stalin.
En 1950 Shostakovich visitó Leipzig como miembro del jurado del Primer Concurso internacional Bach. Absurdo pensar cómo la RDA utilizaba al padre de la música como propaganda soviética. No es fácil imaginarlo con su intrincada peluca barroca, al servicio del soviet. Lo más elevado de la obra de Bach, sus 24 cuadernos de preludios y fugas fueron el punto de inflexión para que Shostakovich entrara en conversación con él. De genio a genio, 24 preludios con sus respectivas fugas. Bach las escribió a lo largo de su vida. Pero Shostakovich tenía prisa, siempre estaba esperando que la muerte tocara a su puerta. Compuso esta gigante, íntima, compleja y bellísima obra en apenas seis meses.
La música es la más líquida de todas las expresiones artísticas. Cobra cuerpo cada vez que se interpreta. El genio ruso merecía un festival a su altura. El Festival Shostakovich, del 15 de mayo al 1 de junio, se logró gracias a la sensibilidad, incansable energía y ambición de Andris Nelsons. Al director parece no serle suficiente una sola orquesta como no le alcanza tampoco el podio en el que dirige y que en más de un momento de entusiasmo parecería salir volando. Es tal su emotividad y frescura y su enorme capacidad para reponerse, que en la mañana dirigía dos sinfonías y por la tarde se hacía cargo de la portentosa ópera Lady Macbeth. El talento y la tradición de la orquesta Gewanhaus, y hacer que Boston y sus brillantes elementos se reunieran en Leipzig, tampoco le pareció suficiente. De la mano de la rusa Ana Rakitina, una verdadera revelación como directora, Nelsons creó una orquesta para el festival. Cientos de estudiantes de música audicionaron para ser parte del ensamble capaz de interpretar a Shostakovich a la altura de las mejores orquestas de Europa, sólo para esta ocasión. La energía y alegría de cada uno de los músicos logró su cometido durante las 15 sinfonías de Shostakovich. Jóvenes como lo fue Shostakovich al atreverse a retar al mundo de Stalin.
Cada opus se convirtió en un ascenso al Olimpo en el que habitan los genios del arte con la participación de solistas de la talla del pianista Daniil Trifonov, el cellista Gautier Capuçon o Kristine Opolais convertida en Katerina Ismailova, la sensual asesina y heroína de Shostakovich. El cuarteto Danel que permeó la atmósfera de intimidad, fragilidad, inconmensurable belleza.
Dimitri Shostakovich, el genio. También el sarcástico y ácido; el que nos regala momentos del alma como nadie. Sin dudar, uno de los más profundos y complejos compositores de la historia en un festival cuya organización de por sí complicada, se hace aún más en una época de crisis económica, de falta de presupuestos para la cultura. En la que la incertidumbre, las guerras y los desacuerdos políticos parecen dominarlo todo.
En Leipzig, durante 15 días se ha construido una defensa contra todo. Es esa otra parte de la historia, la líquida que lo permea todo de belleza y de amor. Que sirve como antídoto a la espectacularidad inflada tan gustada hoy al mundo de los clásicos. Leipzig ha sido un escape a la frivolidad en la que muchas orquestas han incurrido para ganar públicos. La música del compositor se escucha hoy para recordarnos que el mundo está urgido de paz y armonía. Que, ante los sistemas totalitarios y el egoísmo de los políticos, el artista será siempre un combatiente. Ahí está Shostakovich y su obra para recordarnos que el ser humano es también capaz de pensar alto, brillante y vencer al tiempo de los dictadores y de la injusticia.
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