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17/06/2025 - 12:05 am
Padres buscadores: estragos de las violencias y reconocimiento social
Legitimar la pérdida de los padres buscadores y reconocer su lucha, es un acto mínimo de justicia social.
Por: Alejandra Ramírez*
El Día del Padre como otras fechas significativas, alberga afectos profundos, y más aún cuando se experimenta la ausencia de una hija o un hijo. Padres en búsqueda pasan dicho día en acciones públicas, diligencias u otras actividades que contribuyan a aminorar el dolor ante la incertidumbre de no saber el paradero de sus retoños. Si bien la presencia de los padres buscadores es minoría en comparación con las madres, es importante reconocer a aquellos que han asumido la responsabilidad de tener un rol activo de búsqueda dentro de su familia.
A partir de escuchar y reconocer la presencia de los hombres y padres buscadores, es posible construir una radiografía social de las paternidades que devienen después del acontecimiento de violencia extrema que constituye la desaparición de su hija o hijo. Con ello, no sólo obtendremos explicaciones en términos mayoritarios o numéricos, si no también, entendimientos respecto a los sentidos de agravio desde la perspectiva masculina, la organización al interior de los núcleos familiares en la división del trabajo para el sustento económico y las tareas de cuidados; cómo viven el entramado emocional que se activa en esta experiencia de sufrimiento, el ejercicio de su paternidad en la vida cotidiana. También, su agencia en los procesos organizativos de búsqueda, la forma de vincularse con compañeras buscadoras y su percepción respecto a la respuesta estatal al transitar en espacios institucionales y tener contacto con autoridades.
Cabe señalar que, para lograr la densidad anterior, es necesario situar tal experiencia en el contexto sociocultural en el cual ha transcurrido su vida e identificar las violencias que los han atravesado. Este factor es relevante pues no debemos perder de vista que la lógica del sistema patriarcal establece determinados ordenamientos de género. Así, los mandatos de masculinidad a partir de los cuales, desde las primeras etapas de la niñez, aprenden a “ser hombres”, les asigna roles y les demanda responder a exigencias sociales de lo que se espera de ellos, esto es, el “deber ser” hombre y padre.
Por mencionar algunos ejemplos de dichos moldeamientos normativos, un “buen padre” se refiere a ser protector, proveedor y fuerte. En ese sentido, algunos padres cargan con la culpa por no haber protegido a sus hijos e hijas y evitar que fueran desaparecidos. Otros, pese a esforzarse por intercalar las labores de búsqueda con su trabajo formal para el sustento económico, han perdido sus empleos quedando en una condición de mayor precariedad. Asimismo, no pocos de los padres buscadores se sienten presionados en mostrarse fuertes y con entereza.
De esta manera, evitan expresar públicamente sus emociones, incluso para llorar, suelen gestionar espacios íntimos donde se desahogan en solitario. El llanto y la vulnerabilidad, por ejemplo, son signos de debilidad o fragilidad, más aún, en escenarios bélicos donde los poderes criminales imponen su ley a través de la producción de masculinidades hiperviolentas que, para demostrar su potencia de control y dominación, tienen prohibido sentir compasión o respeto por la vida de los otros.
Los que se han ido de este mundo sin volver a ver a sus hijos e hijas
Las emociones que produce la experiencia límite de la desaparición de un ser querido, suelen tener relación con enfermedades que surgen a partir de la tragedia y se cronifican con el paso del tiempo. Esta situación empeora en condiciones de pobreza y desigualdad. Particularmente, en integrantes de comunidades indígenas, un agravante con el que se enfrentan es el racismo estructural e institucional documentado por colegas antropólogas. Cabe señalar que la desaparición de personas pertenecientes a comunidades indígenas del país está ausente en el discurso y en las estadísticas oficiales.
Tal es el caso reciente de Donato Abarca Beltrán, padre de Luis Ángel Abarca Carrillo, uno de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. El señor Donato era originario de la comunidad de Jalapa, municipio de Cuautepec, en la Costa Chica de Guerrero, toda su vida se dedicó al campo. De acuerdo a una crónica realizada por la organización Tlachinollan, en los últimos años don Donato se sometió a varias intervenciones quirúrgicas de las cuales logró recuperarse. Sin embargo, murió el pasado 29 de mayo tras una caída que su cuerpo no resistió.
Por otro lado, los asesinatos de padres buscadores no han dado tregua, ya sea en manos de grupos criminales o de agentes estatales. El caso más reciente es el de Magdaleno Pérez Santes de 41 años e integrante del colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera, Poza Rica, Veracruz. Buscaba a su hija Diana Paloma Pérez Vargas, desaparecida desde el 22 de noviembre de 2019 en Tres Cruces, Poza Rica. Murió el 12 de marzo de este año luego de haber sido detenido y golpeado por elementos de la policía municipal de Poza Rica.
En días pasados, el 9 de junio, José Francisco Arias Mendoza, padre buscador integrante del colectivo Hasta Encontrarte, fue privado de su libertad en Irapuato, Guanajuato. Hombres armados irrumpieron en su hogar y, tras asesinar a su hijo Jaime González Vázquez de 27 años, se llevaron a José Francisco. A Don Panchito, como le dicen sus compañeras del colectivo, de acuerdo con una de ellas, lo veían como figura paterna, o un hermano o familiar. Él buscó a su hijo Miguel Ángel González Vázquez, desaparecido el 20 de enero de 2022. El joven fue localizado sin vida en febrero de 2023, solo una parte de su cuerpo fue restituida a su familia. Don Panchito decidió seguir activo en el quehacer de búsqueda. A día de hoy, seguimos sin saber el paradero del buscador José Francisco.
No están solos: afectos y acuerpamiento social
Pese a los estragos de las violencias, los riesgos de la búsqueda, el cansancio físico y emocional, el laberinto de violencias burocráticas e institucionales de un Estado mexicano que transexenalmente se ha dedicado a administrar la tragedia, que no resuelve la grave problemática (al prevenir y erradicar la desaparición de personas, localizar a quienes estamos buscando, identificar los miles de cuerpos que esperan regresar a casa, garantizar la protección de la vida de los buscadores y la de sus familiares); el amor y la valentía de los padres en búsqueda es digna de reconocimiento social. Como lo dice Don Mario, padre de César Manuel González, estudiante de Ayotzinapa desaparecido:
“La esperanza sigue y es grande. Mucha gente piensa que porque ya es mucho tiempo tenemos que dejarlos de buscar, o que el dolor tiene caducidad y el amor hacia un hijo tiene determinado tiempo y acaba. No. Nosotros vamos a seguir. El amor hacia un hijo nunca va a terminar, la esperanza nunca va a terminar, la tenemos a flor de piel”
El amor hacia un hijo o una hija no caduca, aunque el tiempo no dé tregua. Tal es el caso del señor José Luis Castillo Carreón quien, desde hace 16 años, busca con tesón a su hija Esmeralda Castillo, desaparecida el 19 de mayo de 2009 en Ciudad Juárez, Chihuahua. Don José Luis es conocido por participar en marchas feministas en el marco del 8M, en la Ciudad de México; asiste con un banner que tiene la fotografía de su hija y la insignia “no me olviden, falto yo”. Las asistentes a las marchas suelen arroparlo con un abrazo colectivo mientras le gritan “no estás solo”. El 3 de mayo, fue reconocido por el Instituto de Estudios Superiores Chihuahua con el Doctorado Honoris Causa 2025.
Legitimar la pérdida de los padres buscadores y reconocer su lucha, es un acto mínimo de justicia social. No están solos.
*Alejandra Ramírez es investigadora en el Programa de Derechos Humanos y Lucha contra la Impunidad de @FundarMexico.
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