Jorge Alberto Gudiño Hernández
22/06/2025 - 12:01 am
Ser árbitro
Algunos padres sensatos que consideran a los errores arbitrales como parte del encanto del juego y fundamento del aprendizaje de sus hijos en cuestiones en torno a la justicia, sostienen que, en esas categorías, el principal mandato de los árbitros es garantizar la integridad de los jugadores. Tienen razón. En éste y en otros deportes. En los deportes y en todo lo demás que sea susceptible de tener un árbitro.
Tengo un amigo francés que fue árbitro en su país y que, cuando llegó a México lo contrataron como VAR. Ahora ya se dedica a otras cosas. Entre los objetos que atesora, tiene silbatos, tarjetas, banderines y demás. Una de sus pertenencias más llamativas es un periódico deportivo marsellés. Él sale en la portada, escoltado por policías. Algo necesario pues, durante el partido que pitó, tuvo alguna equivocación y el equipo local fue eliminado. Tuvieron que acompañarlo las autoridades para que no lo lincharan los fanáticos. Al menos, eso es lo que se supone, pues, afortunadamente, no le pasó nada. Pero el titular del periódico es tan contundente como el resto del artículo: lo culpan a él por no haber estado a la altura del encuentro, dando igual si fue por un error o por un posible soborno. Hoy en día, mi amigo reconoce que se equivocó. Algo que puede sucederle a cualquiera. Así que todo queda en lo anecdótico y ya está: un buen tema de conversación a varios años de distancia y un océano de por medio.
Mis hijos juegan futbol en diferentes ligas y torneos. Las competencias largas tienen un calendario de varias semanas y las cortas suelen desarrollarse en un fin de semana con puente. Al margen de los resultados, hay una constante en esos partidos. Los papás de uno y otro equipo les reclamamos a los árbitros. A veces, por una entrada imprudente; otras, por una falta mal marcada. En la mayoría de los casos, es nuestra opinión, rebañada a más no poder de la subjetividad que implica estar del lado de nuestros retoños, la que lanza gritos y consignas contra los árbitros. Se les reclama hasta el cansancio y, como bien sostiene el decir popular, perdemos por culpa del árbitro y, a veces, ganamos pese a él. En otras palabras, lo investimos de una intencionalidad que, probablemente, no tenga. Aunque se pueden hacer ciertas observaciones en torno a la localía y cuestiones así.
Pese a todas estas especulaciones, lo cierto es que los árbitros de estas ligas infantiles no pitan mal por corruptos, por sobornos o porque le tienen tirria a algún equipo o entrenador. En los casos en los que señalan algo mal lo hacen por malos, por incapacidad. A diferencia del futbol profesional, acá no hay VAR ni repeticiones televisivas. Si el árbitro se equivoca desatará la furia de las porras, los reclamos de los entrenadores y alguna grosería (injustificable) de los niños. Eso puede hacer que, a la larga, el partido se le vaya de las manos. Algo bastante común, pese a las edades de los chicos.
Más allá de opiniones, la pregunta es cómo aprenden de sus errores. Mi amigo francés, veía los partidos que había arbitrado para encontrar en qué se había equivocado. Si no lo hacía por su propia voluntad, la federación de árbitros lo calificaba y los premiaba o castigaba en consecuencia. A los árbitros de las ligas infantiles nadie los juzga. Sí, los equipos escriben algo en las actas y nada más. Normalmente, no cuentan con los videos de los padres como pruebas. Así que estos árbitros que acumulan partidos tras partidos, se tienen que aguantar, por una parte, la furia de los ofendidos mientras que, por la otra, poco pueden hacer para mejorar.
Algunos padres sensatos que consideran a los errores arbitrales como parte del encanto del juego y fundamento del aprendizaje de sus hijos en cuestiones en torno a la justicia, sostienen que, en esas categorías, el principal mandato de los árbitros es garantizar la integridad de los jugadores. Tienen razón. En éste y en otros deportes. En los deportes y en todo lo demás que sea susceptible de tener un árbitro.
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