El mismo sábado, aunque en escenarios distintos y por razones diferentes, el Partido Acción Nacional (PAN) y el magnate Ricardo Salinas Pliego se unificaron ideológicamente en la extrema derecha para combatir a sus enemigos comunes, la Presidenta Claudia Sheinbaum y Morena, lo que perfila una latente unión electoral en el futuro.
Si por ahora el PAN y Salinas Pliego están separados —aunque unidos en el mismo proyecto de nación conservador y con intelectuales y académicos como sus vasos comunicantes—, nada impide que se junten formalmente en la elección de 2030, porque el magnate puede ser la figura presidencial que los panistas y priistas no tienen.
En el PAN no hay grandes sorpresas: El partido de la derecha, que jamás ha dejado de ser de derecha —aunque esa posición se la disputen el PRI y el partido Movimiento Ciudadano—, se radicaliza para tratar de retomar el voto reaccionario que se disgustó con su dirigencia por la alianza con priistas y perredistas.
En este contexto, es muy relevante la presencia del obispo de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, en el “relanzamiento” del PAN. Se trata del jerarca más conservador del Episcopado, que lidera a los religiosos del país que aborrecen a Morena y que abiertamente, desde el púlpito y de manera territorial, hacen política contra la izquierda.
Tan relevante es también la presencia de Claudio X. González Guajardo, Enrique Krauze y Lorenzo Córdova, figuras clave en la construcción del PRIAN, que no es cierto que deje de existir definitivamente. En 2027 —ya se verá—, el PRIAN se reactivará en Nuevos León, como el McPAN en Campeche.
Quizá lo único discordante de los invitados del PAN fue José María Aznar, el exjefe de Gobierno de España y líder del derechista Partido Popular. Lo coherente para su redefinición ideológica habría sido Santiago Abascal, el líder de Vox, que se nutre de la banda fascista El Yunque tanto con el propio PAN.
Que tampoco nadie se engañe: La decisión de las alianzas del PAN la tomarán el mismo grupo de caciques que lo hegemonizan y, también, capturarán todas las candidaturas, por más que proclamen que se abren a la ciudadanía y a los jóvenes. Es tan poco lo que gana el PAN, que no lo van a repartir a nadie que no sea de la cúpula.
Pero el problema de fondo no es, a mi juicio, esa redefinición ideológica de evocaciones fascistas que tampoco garantiza éxitos —podrá atraer el voto reaccionario, pero ahuyentará a franjas de la sociedad, sobre todo a los jóvenes—, sino la falta de un programa y una agenda de temas sustantivos para el debate público, sobre todo corrupción y desigualdad.
El sello distintivo de los principales dirigentes del PAN es la corrupción: El presidente nacional, Jorge Romero Herrera, es un político asociado a las peores prácticas de clientelismo y corrupción como dirigente partidista y servidor público, Alcalde y Diputado, no sólo como jefe del Cártel Inmobiliario, sino con el uso de fondos públicos para la reconstrucción tras el sismo de 2017.
Si Vicente Fox y Felipe Calderón no asistieron al “relanzamiento” del PAN es porque hasta a ellos les repugnan las prácticas de los dirigentes actuales, razón por la que en 2012 ambos apoyaron a Enrique Peña Nieto y en 2018 a José Antonio Meade, ambos priistas de derecha, no muy distintos a Josefina Vázquez Mota y Ricardo Anaya, corrompidos también por el peñismo.
Y la máxima figura que apareció en la marcha del sábado del Monumento a la Revolución al Ángel de la Independencia, Santiago Creel Miranda, está también vinculado a prácticas corruptas, como a los futuros diputados federales Roberto Gil Zuarth, Maximiliano Cortázar, Santiago Taboada Cortina y sus propios gobernantes actuales.
No sólo es la corrupción la que tiene a los panistas en el hoyo, sino las conductas y comportamientos que no lo acercan a las mayorías de los mexicanos, porque son prepotentes, clasistas, racistas, discriminatorios en general. “Se nos percibe ojetes”, me dijo una vez Juan José Rodríguez Prats, hecho a un lado por identificar los problemas del panismo.
El PAN, entonces, va por el mercado electoral que le ha estado robando el partido Movimiento Ciudadano, precisamente por la corrupción panista, y por el voto reaccionario que lo abandonó por sus alianzas y que efectivamente le puede volver a dar su apoyo, aunque sea corrupto.
El sábado también, en vísperas de su cumpleaños 70, Salinas Pliego compartió con sus empleados y aduladores su plan político para los próximos años: “Pienso que es momento de entrar a una nueva etapa, otro reto, ¿y por qué no?, sacar a los zurdos de mierda y mandarlos a chingar a su madre”.
Mezcla de los fascistas Javier Milei, Donald Trump y Jair Bolsonaro, imitador de Silvio Berlusconi —el corrupto magnate italiano de medios que tras ser Primer Ministro fue condenado a prisión por fraude fiscal—, Salinas Pliego ratifica que su beligerancia escalará ante la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que pague su deuda de más de 74 mil millones de pesos.
Ese es, en primer lugar, su proyecto político: Evitar pagar lo que debe, o hacer la guerra.
A la frase amenazadora y escatológica contra sus enemigos siguieron gritos futuristas —“¡Presidente, Presidente!”— que el magnate dimensionó: “Son mis amigos y los aprecio, pero falta convencer a bastantes más”.
Y sí: Con sus empleados, por más aduladores que sean, con sus canales de televisión que nadie ve y con sus granjas de bots no le alcanza para evitar que, por fin, cumpla con sus obligaciones tributarias, pero por eso justamente buscará la Presidencia de la República aunque tenga 75 años de edad.
Nadie puede descartar que su proyecto crezca entre sectores del conservadurismo y que, ante el estado de necesidad del PAN y de otras fuerzas, Salinas Pliego se monte como candidato presidencial opositor en 2030. Este fin de semana, en el mismo día, aunque en lugares distintos, coincidieron en el radicalismo de derecha. No se olvide: Son lo mismo.





