Ciudad de México, 26 febrero (SinEmbargo).- Cuando el actor estadounidense Kevin Spacey hizo pedazos el mito del sueño americano de mano del cineasta Sam Mendes en la laureada American Beauty, terminaba el siglo y muchos de los que son sus fans en el tercer milenio eran niños entonces.
Spacey, nacido hace 54 años en South Orange, Nueva Jersey, ganó el Oscar por ese padre pacheco y aburrido de la familia más disfuncional de Chicago. El actor tenía entonces más pelos en la cabeza y su rostro conservaba aún tersura, muy lejos de esa textura como de goma que caracteriza sus rasgos al frente de House of cards, la serie que arrasa con la audiencia en Internet.
Netflix, la compañía que empezó como un simple distribuidor por correo de DVDs y que está decidida a cambiar la forma en que vemos la televisión en nuestros días, es la responsable de una serie cuya segunda temporada se puso a disposición con subtítulos este lunes y que ha logrado el interés del mismísimo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
El mandatario del país más poderoso del mundo tuiteó un día antes de San Valentín: “Mañana: @houseofcards. Sin spoilers , por favor”. Un día después, Spacey prometía: “Señor presidente, usted no tendrá ningún spoiler de mi parte”.
Consumir televisión cómo, cuándo y dónde uno quiera. Eso es lo que ofrece Netflix por un reducido precio mensual, amenazando la tradicional dictadura que imponen las cadenas al programar un día y a una hora precisa un evento para reunir frente al televisor a millones de personas.
Netflix, con 40 millones de suscriptores en todo el mundo, no sólo ha revolucionado la forma de ver televisión -en una pantalla de PC, en una tableta o un smartphone-, sino que está dispuesto a competir con los grandes generadores de contenido con series propias concebidas sólo para Internet como House of Cards, ganadora de tres premios Emmy y el programa más visto en streaming (sin necesidad de descargarla) en Estados Unidos y en otros 40 países.
El thriller político dirigido por David Fincher y protagonizado por Kevin Spacey ha sido uno de los éxitos de 2013 y tal era la confianza de los productores en la serie –entre ellos el propio protagonista y el citado director- que la segunda temporada ya estaba decidida de antemano.
En su reciente entrevista con Jon Stewart para The Daily Show, Spacey dijo que "he estado hablando durante ocho años sobre el hecho de que alguna de las empresas de Internet, sea Google o Netflix, tarde o temprano iba a querer entrar en el negocio de contenido original". Sus impresiones resultaron visionarias, como vemos.
LAS MAQUIAVÉLICAS INTRIGAS DE WASHINGTON
En el rol de Frank “Francis” Underwood, jefe de la bancada demócrata que logra llegar a la vicepresidencia de los Estados Unidos y revalorar el papel de un segundo que no suele hacer mucha historia en la política de dicho país, Spacey tiene una similitud sustancial con el otro antihéroe que ha arrasado la pantalla chica en 2013: el atribulado Walter White de Breaking Bad.
Como aquel, el protagonista de House of cards nos pone contra las cuerdas y nos obliga a preguntarnos hasta qué punto las arraigadas formas morales que constriñen nuestras relaciones y funcionalidades sociales no son las causantes del ahogo profundo que solemos sentir al final del día, cuando ya estamos hastiados de todo, derrotados por una existencia opaca y lineal.
Es la ambiciosa e implacable Claire Underwood, personaje a cargo de Robin Wright, la que deja las cosas claras en la primera temporada cuando le explica a un antiguo colaborador de su marido las razones por las que se casó con él: “No me prometió hijos ni la felicidad, pero me dijo que a su lado nunca me iba a aburrir”.
House of cards, como Breaking Bad, nos pone en contacto con un interrogante que puede convertirse en tenebroso y no por ello menos interesante: “¿No habremos sobrevalorado como especie el concepto de felicidad y en realidad toda buena vida no sea más que aquella que nos divierte?”.
También la democracia, un valor convertido en disvalor para una sociedad gobernada por las corporaciones, es puesta en cuestionamiento en la serie.
“A un paso de la presidencia y sin haber recibido un solo voto. La democracia está tan sobrevalorada", dice Frank Underwood mirando a cámara y rompiendo como es su costumbre la cuarta pared, en 13 episodios que se intuyen devastadores y que ya están a disposición de los espectadores.
Netflix invirtió 100 millones de dólares para producir las dos primeras temporadas de la serie y ya va por la tercera, que comenzará a grabarse en julio de este año.
UN ACTOR MUY PRIVADO
Probablemente Kevin Spacey sea la envidia de Brad Pitt. Está en las antípodas de lo que el marido de Angelina Jolie representa frente a la avidez mediática y su biografía se ha ido construyendo por pedacitos a lo largo de una carrera prodigiosa –con dos Oscar en su haber- que espera concluir dentro de seis años, cuando cumpla 60.
No sabemos mucho de este hombre soltero y sin hijos, que nunca ha dado pasto a las fieras voraces del periodismo rosa y que se ha convertido en el actor del momento, un estatus al que está más que acostumbrado.
Porque, hay que decirlo, Kevin Spacey se las ha arreglado a menudo para ser el actor del momento sólo a fuerza de trabajo y talento y no siempre, como se ha encargado de aclarar esta semana en varias entrevistas, en roles de malos o antihéroes.
“Siempre pensé que la profesión más cercana a la del actor es la de los detectives. Nos dan pistas, a veces pistas de las que están conscientes y a veces no. Después las pones todas juntas y tratas de que cobren vida como un personaje que es complejo y sorprendente, incluso para uno mismo”, dijo Spacey, ganador del Oscar por Los sospechosos de siempre.
Director artístico del Teatro Old Vic de Londres, desde 2003, en el que tuvo el papel estelar en Ricardo III, de William Shakespeare, Spacey está convencido de que “sin el trabajo que he hecho en el Old Vic no habría estado listo para hacer el papel de Francis Underwood”.
No es para menos. Si el crimen atroz de Peter Russo al fin de la primera temporada parecía haber puesto un límite a la ferocidad del protagonista, al principio de la segunda temporada el carácter diabólico de Francis redobla la apuesta y deja sin aire a los espectadores.
Según se ha sabido en la víspera, ni la poderosa China ha podido mantenerse al margen de House of cards y de las aventuras del congresista más intrigante de los Estados Unidos.
La serie estadounidense es la más vista del portal Sohu, propietaria de los derechos de emisión en 'streaming', se informó.
Con información de agencias