El examen de diagnóstico pre-enlace e ingreso a instituciones de educación superior, los arrulla. Las pantallas los confrontan con preguntas que soplan zeta, zeta, zeta en cada reactivo. Lo tienen que responder. Autoridades educativas en la capital de Baja California exigen estadísticas, a pesar de la yuxtaposición de saberes, parciales, pre-enlace y ahora una mirada hacia un futuro no siempre prometedor.
“Ya me aburrí, Profe”, mano en barbilla confirma lo dicho. Concentración, no hay nada alrededor, solo los acertijos adivinando un borrador del futuro, mientras los planteamientos noquean de un solo golpe de palabras y números a los monstruos del aula.
Lee el siguiente texto y contesta las preguntas de la 44 a la 47. Solicita el somnífero examen. Dos largos párrafos de Muy Interesante, se imponen. “Estamos perdiendo el oído”, dice el texto en la sección de medicina. Ahora es el turno de buscar respuesta entre cuatro incisos, intentar disparar con la escopeta de la inteligencia, sucumbir ante la indiscreta somnolencia. Un examen para dormir, por favor, que las neuronas adolescentes bailan de noche y se adormecen de día.
Cataplejía de los saberes, arrastrar estrategias de lectura y procedimientos matemáticos, para completar la debilidad aparente de la mayoría de los pupilos, y durar desde unos cincuenta minutos, hasta pasada de una hora.
En cualquier pregunta, en cualquier respuesta, una necesidad incontrolable de cerrar los ojos se presenta. La alerta de estar al pendiente de quien los rodea, disminuye. Parece que un hoyo negro se convierte en la aureola de los estudiantes sumidos de saberes y haceres.
Papel y lápiz se desempeñan como cobija y almohada, dispuestos a hacerles pasar una siesta de conocimiento, donde el inconsciente les dice que muy difícilmente aprobarán la evaluación.
Los ataques de sueño irrumpen en las habilidades a prueba de los sedientos por experiencias, y hartos de cuestionamientos, salvo el monólogo interior dividido en varias voces.
Con el sopor, olvidan lo que hacen. Dejan una formula a medias, preguntas en blanco y el tiempo avanzando en una lentitud que bloquea el sistema y los obliga a despertar de la siesta, y reiniciar la prueba.
Pero la culpa no es solo de ellos. Es todo un universo en juego a nivel institucional. Exigir y exigir, pero sin brindar todos los recursos, ni siquiera los somníferos suficientes, empezando porque los jóvenes tienen que esperar que un igual desocupe la computadora, para sumergirse en la modorra escolar.
“Has concluido tu examen, puedes cerrar sesión” anuncia el despertador del letargo. Cuatro, tres, dos, es la cuenta regresiva en resultados en español y matemáticas. La sección de tecnologías los salvó de golpearse a causa del bostezo constante.
Un cocktail diurno premió a los bachilleres: dolor de cabeza, cansancio, pereza, desánimo y hartazgo. Los monstruos adolescentes están exhaustos.
@taciturnafeliz




