
I
El tajo es la firma de la experiencia;
recuperar el aliento perdido,
es nuestra tarea
en los estrechos pasillos de la rutina,
ante las arenas movedizas de la incredulidad
que entierran los sueños.
II
Indagar las apariencias,
la asfixia de la popularidad;
desatar los nudos,
buscar la soltura de la imaginación:
la tortuga que lleva su cofre
con la esencia del intelecto,
y no termina de llegar:
el camino apenas empieza
en su inmemorial concentración;
mientras las aves recitan cada amanecer
su triunfo de volar,
al hacer posible la pintura,
con sus trazos,
y su atrevimiento de cielos.
III
Los instantes que son fuego,
no ceden a explicación alguna,
no necesitan saber,
se despojan de esa posibilidad,
prefieren la presencia sin más,
sin adjetivos, sin narración,
incluso sin sentido.
Es la estancia solitaria,
por sí misma explicada,
absorta,
compenetrada del entorno,
de su respiración
que permite la existencia:
el misterio supremo que nos acoge:
la piel del asombro.
IV
El primer escalón,
el primer paso,
la primera huella,
el código que apunta los destinos,
esos abanicos de historias
que despliegan los momentos
cargados de contenidos,
que tarde o temprano
desalojan su lugar;
hasta quedar aquí,
frente a las montañas,
en el ejercicio incomparable,
inevitable y permanente
de la contemplación.
V
Hay que encender la luz interior
advertir la bóveda del ser
aceptar su finitud,
saber acompañar
y saber partir.
VI
La palabra guarda
el secreto más valioso,
inconmensurable,
explica la incógnita
que cada quién representa
cuando somos su pronunciación.







