Ciudad de México, 4 diciembre (SinEmbargo).- Frente al dolor hay dos opciones: hacer como que aquí ha pasado nada o sumergirse en él para poder seguir adelante con más claridad, acaso con más fuerza.
Cómo vivir con una pérdida, cómo relacionarse con la idea de la muerte por un lado y la concreción de dicha muerte por el otro, constituyen la materia de muchas obras literarias y sin duda representan gran parte de las preocupaciones con las que tiene que verse un escritor antes de comenzar a diseñar su obra.
En La ridícula idea de no volver a verte, la escritora española Rosa Montero ensaya muchas maneras de pasar el duelo que ha dejado la partida de un ser querido, tomando como punto de partida la fascinante personalidad y la no menos atribulada existencia de la científica Marie Curie.
La autora de El corazón del tártaro y La hija del caníbal, entre otros, nacida en Madrid en 1951, vivió la muerte de su esposo, el periodista Pablo Lizcano, que fallecido cuando apenas tenía 58 años, víctima de un mal terminal.
Poco tiempo después apareció en sus manos el diario de la científica polaco-francesa, ganadora de dos Premios Nobel, Madame Curie (1867-1934), un portento de mujer que a pesar de haber superado grandes obstáculos en su vida, debió verse con el dolor inmenso de quedar viuda a edad temprana, una pérdida que casi la hace enloquecer.
Vivir el dolor, manifestarlo, poder escribirlo son los modos que encontró Montero para salvarse, superando esa primera etapa de la mudez, cuando la tristeza no permite pronunciar palabra.
Los libros que leer, los libros que escribir y las pérdidas que si bien nunca se superan, ayudan a delinear la perseverancia que hace falta para resurgir a la propia vida cotidiana, a los sueños propios, a la vida misma.
La ridícula idea de no volver a verte es un libro que Montero escribió en 10 meses y contra lo que pidiera pensarse está lleno de vida aun cuando habla de la muerte y de las pérdidas.
“Mucha gente me dijo que tenía miedo de meterse y leerlo, pensando en que se iba a sentir peor; sin embargo, comprobaron que no se trata de un libro duro, sino de un texto que ayuda mucho a celebrar la vida”, dice Rosa en entrevista con SinEmbargo.
“Varios lectores me enviaron cartas contándome sus propias pérdidas y lo alucinante para mí fue percibir que lejos de ser trágicas o tristes esas narraciones eran emocionantes y amorosas”, agrega la escritora, quien está convencida de que debemos aprender qué hacer con el duelo.
“Escribí un libro como en medio de un torrente, a ratos riendo y a ratos muy conmovida, lo que de todas maneras no me hace sentir que este sea un trabajo más verdadero o más auténtico que mis obras de ficción”, afirma la escritora española.
LA NOVELA, UN PROCESO INCONSCIENTE
Para la también periodista y entrevistadora, las novelas provienen de un proceso inconsciente, de un mundo a veces de sueños que muestran costados sorprendentes del propio autor, constituyéndose así en una materia reveladora para el que escribe y por ende para el lector.
Y aunque La ridícula idea de no volver a verte “es un diálogo casi susurrante” con su marido muerto, no traspasa la barrera del pudor autoimpuesta en forma inconsciente por la escritora.
“Quien se haya tomado el trabajo de leer todas mis novelas, sabrá más cosas de mí que yo, por lo que no me atrevo a decir que este libro reciente es más íntimo o me desnuda más que los anteriores”, precisa.
Un verdadero tratado del dolor y el duelo a partir de la experiencia de Curie, cuyo esposo la dejó viuda tempranamente al morir aplastado por un carro de caballos, es el que cinceló Rosa Montero, tratando de entender a quienes frente a una pérdida “porque no pueden o porque no los dejan” tratan de escapar de esa experiencia trascendental.
El famoso “aquí no ha pasado nada” o “el show debe seguir” que sólo en apariencia convierte al dolor en algo que podría quitarse como una pelusa de la ropa.
“A menudo aparece gente que te dice: Vamos, a no llorar, adelante, lo que constituye un verdadero despropósito y obliga a mucha gente a esconder su dolor. Los que sufren en silencio se convierten para sí mismos en seres anómalos porque no pueden expresar el duelo, no lo pueden compartir”, afirma Rosa.
Se trata para ella de “un problema de nuestras sociedades que no aceptan la muerte, que esconden el duelo”, cuando en realidad nuestras únicas certezas existenciales tienen que ver precisamente con el hecho de que “vamos a sufrir y vamos a morir”, concluye.
