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María Rivera

24/04/2025 - 12:01 am

Opiniones

Como sea, el asunto preocupante es el siguiente: la gente cada vez tiene menos tolerancia a las opiniones distintas, y no está dispuesta a ser parte de una conversación crítica, sino a censurar.

Opiniones.
Tres jóvenes observan su celular al mismo tiempo. Foto: Graciela López Herrera, Cuartoscuro.

Los últimos días y a raíz de la muerte del escritor Mario Vargas Llosa, conocido por sus posiciones políticas polémicas, se suscitó en las redes un debate en torno a la separación de la obra y del artista, y en torno a la “cancelación” de autores que por alguna razón no resultan moralmente aceptables, a pesar de ser buenos autores. Para muchos, las posiciones políticas de Vargas Llosa, sobre todo entre personas de izquierda, resultaban intolerables por derechistas y reaccionarias. Tras su fallecimiento, leí muchos comentarios donde se le denostaba como persona, pero se le rescataba como autor. En algunos otros casos de plano se le cancelaba y con ello, a sus obras. Un caso similar le ha sucedido a la escritora, aún viva por fortuna, J.K. Rowling creadora de Harry Potter. Por diferentes motivos, pero también de orden ideológico, la autora ha sido “cancelada” por quienes no comulgan con sus posiciones públicas en torno a la ideología de género. No es buena persona, aducen sus críticos, como aducían de Vargas Llosa y como también aducían de Pablo Neruda, por ejemplo, por circunstancias de su vida. No están de lado “correcto” de la historia, según algunos, y eso les merece ser cancelados como personajes públicos, en sus obras, pero también en sus opiniones. Auténticas gavillas de opinadores virtuales recorren la red inflamados por el odio y el resentimiento.

A mí lo que me sorprende, querido lector, es cuán prestos están algunos para intentar censurar todas aquellas posiciones que les incomodan, cuan predispuestos a sumarse a linchamientos morales, desde la virtualidad de las redes sociales. Y es todo un fenómeno, realmente. Muros de Facebook y de X sirven como especies de escaparates de la vanidad. No importa mucho el tema de debate, ni estar informados al respecto, lo que importa es publicar rápidamente una opinión que nos haga lucir moralmente superiores. Por supuesto, los criticados no pueden defenderse y si se defienden, peor: sólo animan el odio que corre como pólvora en los ejércitos de los inquisidores de teléfono celular. 

La predisposición y el apuro en la necesidad de comentar, poco tienen que ver con auténticas posiciones informadas al respecto de los temas. En buena medida, y paradójicamente, porque la gente a pesar de que hoy como nunca hay información de sobra al alcance, no se molesta en informarse, en corroborar datos. Las fake news inundan las redes y las personas suelen compartir opiniones ya formadas, sumarse a ellas, pues. 

En los temas candentes o de moda, parece que las personas ya no tienen que formarse una opinión para opinar, sino compartir una que sea compatible con ideas previas. Pero no sólo eso, en los temas polémicos casi sería mejor no tener una opinión propia que resulte diferente de las mareas de opinión que corren de orilla a orilla, porque estas suelen agresivas, inflamadas de indignación. Algo hipócrita, porque claro, después de cinco minutos el tema pierde interés y a casi todos se les han olvidado las causas que defendían ardorosamente. 

De todas esas mareas de opinión, las más detestables son aquellas que suman prejuicios, que están construidas con noticias falsas, y que buscan adular a personajes con poder o bien que, como decía, aprovechan la marea para posicionarse en el lado moralmente “correcto” de la historia, cualquiera que este sea (y que últimamente abunda con una claridad apabullante). Es el caso, por ejemplo, de la también reciente polémica por un acto de protesta que jóvenes estudiantes organizaron en la UNAM contra la escritora Margo Glantz, por sus posiciones políticas en torno al conflicto en Gaza, donde Israel lleva acabo un genocidio impune y aterrador, contrario no sólo a los derechos humanos, sino al más elemental sentido de humanidad. 

Tras la fallida presentación de la autora, solidaridades enardecidas surgían, indignaciones y exageraciones, pero sobre todo desinformaciones corrían como pólvora. Que si había sido un acto “antisemita”, que un “pogromo”. Una cosa verdaderamente ofensiva por ridícula. 

Independientemente de las maneras de protestar, los jóvenes que protestaron en ese acto lo hicieron por el respaldo que la autora ha mostrado a la política criminal de Israel que ha asesinado a miles de niños y mujeres en Gaza. Esto a través de su cuenta de X, que claro, tras la protesta borró. 

A mí, querido lector, me sorprendía y ya hasta comenzaba a indignarme, para sumarme al río de indignación general, que la solidaridad de tanta gente del medio literario no estuviera con quienes han sido y están siendo asesinados en esa guerra que ha dejado a un pueblo sin absolutamente nada, que ha sepultado familias enteras, sino con una escritora que con toda tranquilidad se mostró impasible ante estas atrocidades. Luego, tras aclararse el asunto, que no había sido ningún “ataque antisemita”, algunos corrigieron su posición. Y sí, es que a veces la brújula moral les falla algunos cuando subirse a olas de opinión se trata. 

Como sea, el asunto preocupante es el siguiente: la gente cada vez tiene menos tolerancia a las opiniones distintas, y no está dispuesta a ser parte de una conversación crítica, sino a censurar. Todos están convencidos de tener la razón y estar del lado moralmente “correcto” de la historia y a nadie siquiera se le ocurre, antes de escribir en sus redes sociales, dudar de sus propias opiniones y posiciones o por lo menos informarse. La cancelación, la condena y la censura, son más fáciles  y dan sus réditos: uno siempre está de lado correcto… hasta que la historia lo corrige a uno, pero ya para entonces, ni quien se acuerde.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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