Jorge Alberto Gudiño Hernández
27/04/2025 - 12:01 am
Aprender cosas inútiles
Y queda la imaginación. Ésta se alimenta de lo que conocemos y se desarrolla a partir de procesos complejos y, en ocasiones, inasibles. Las ideas surgen de donde menos se esperan. A veces, ¿por qué no?, de esa clase de la secundaria de un procedimiento matemático que nunca volvimos a utilizar en la vida.
Cada tanto me topo con comentarios en redes sociales con una fórmula similar: “otro día más sin usar el trinomio cuadrado perfecto”. Digo que “cada tanto” porque se repiten, son cíclicos, así que ni siquiera son muy originales. Las primeras veces que los escuché no había redes sociales y la formulación era un tanto distinta: “yo no sé de qué me va a servir saber resolver ecuaciones de segundo grado”. Si acaso, ahora que se puede responder desde la ocurrencia rápida, se acumulan respuestas que cambian el objeto de estudio, porque ese “otro día sin usar…” permanece mientras la lista se amplía: el asunto de los chicharitos de Mendel, la división a mano con punto decimal, las funciones de la mitocondria, el recorrido de la circulación mayor, la etimología de tal o cual palabra, la ética de Spinoza, el balanceo químico por reducción-oxidación, el nombre de los doce césares, los integrantes de la generación del 98… y la lista podría extenderse bastante.
Es claro que cuando se enuncia la frase se da a entender que, si nunca se ha usado tal o cual conocimiento es porque éste es inútil. Es un reclamo al pasado, a lo aprendido en la secundaria y la prepa. Y es curioso, pues, en apariencia, se privilegia la posible utilidad sobre el proceso mismo del aprendizaje. Además, el reclamo acarrea un problema mayor, pues supone que se debieron haber quitado esas materias o temas de los planes de estudio que le tocaron al quejoso. Esto, sin considerar que existen personas que, en efecto, sí utilizan cada tanto los conocimientos enlistados. Hay dos opciones: se pretende demostrar que ninguno de esos conocimientos le han sido útiles a nadie o se busca, en clara retrospectiva, buscar un sistema de enseñanza no sólo individualizado, sino capaz de anticipar qué conocimientos utilizará esa persona en específico durante todo su futuro.
El problema se agrava. Básicamente, porque el quejoso reduce una habilidad o un proceso de memoria puntual al objetivo del proceso del aprendizaje. Y no es así. La adquisición de conocimientos en sí misma resulta valiosa (más allá, incluso, de la idea de que no hay conocimiento estéril, pero eso podría discutirse en otro momento). Hasta se podría ver como un asunto de entrenamiento. A los estudiantes de secundaria y de prepa (incluso de primaria, pues hay temas que no se vuelven a ver) se les enseñan diferentes cosas que, en apariencia, podrían parecer inútiles muchos años después. Sin embargo, más allá de la utilidad práctica de dicho objeto de estudio para un individuo en concreto, se ejercitaron su memoria, su capacidad de asociar conceptos, sus procesos lógicos y habilidades en varios niveles. Así, cuando un conocimiento verdaderamente relevante para el desarrollo de su futuro se presente, tendrá más herramientas para entenderlo a cabalidad y, con suerte, para trabajarlo y ampliarlo.
Y queda la imaginación. Ésta se alimenta de lo que conocemos y se desarrolla a partir de procesos complejos y, en ocasiones, inasibles. Las ideas surgen de donde menos se esperan. A veces, ¿por qué no?, de esa clase de la secundaria de un procedimiento matemático que nunca volvimos a utilizar en la vida.
Visto de manera práctica más allá de las calificaciones (otro asunto que se debe discutir mucho): no hay daño en el aprendizaje y sus procesos, por mucho que no volvamos nunca a hablar de ribosomas, de iones, de asonadas, de la orografía y los mantos freáticos o de multiplicación de matrices.
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