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Jorge Alberto Gudiño Hernández

25/05/2025 - 12:01 am

Cantar, hablar inglés y escribir

Existe una polémica que pregunta por qué razón personas que no son escritoras publican libros. Ejemplos hay por doquier: desde deportistas hasta coaches de vida, de médicos a estrellas de la farándula…

Cantar, hablar inglés y escribir.
Una mujer leyendo en la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU). Foto: Rubén Espinosa, Cuartoscuro.

No recuerdo dónde lo escuché o leí. La frase era una suerte de divertimento con mucho de verdad: “Hablar inglés es como cantar: todo el mundo lo puede hacer, aunque lo haga mal”. Recordé mis propios balbuceos intentando comunicarme en otro idioma y la euforia de quienes cantamos de pronto, sin que tengamos educación musical alguna. En efecto, todos podemos comunicarnos en inglés, aunque sea a trompicones, y cantar, aunque desafinemos. El epítome de este ejercicio es cuando cantamos en inglés canciones que no entendemos. Basta con cerrar los ojos para evocar esas noches de karaoke o para escuchar el canto desafinado de mis hijos cuando se bañan.

Las razones por las que lo hacemos son muy variadas. Ya sea que tengamos una necesidad comunicativa, ya que queramos adentrarnos a la fiesta, que nos desfoguemos o que estemos practicando para mejorar nuestro nivel de conversación en otras lenguas. Hay justificaciones por doquier, tantas, que ni siquiera necesitamos esgrimirlas para soltarnos a platicar con alguien o para canturrear con amigos. Si lo hacemos mal, no importa. Mucho menos, si contamos con suficiente seguridad en nosotros mismos (yo carezco de ella) o si la necesidad apremia deveras.

Un asunto diferente pasa con la escritura. Es cierto, a lo largo de nuestra vida académica (desde que nos obligaron a llenar planas con letras repetidas hasta que nos encargaron un proyecto universitario) no hemos hecho ninguna actividad con mayor frecuencia que la de la lectura y la escritura. Además de las páginas, tomamos dictado, copiamos textos, respondemos exámenes, llenamos solicitudes, intentamos trasladar el contenido de una clase al papel y demás mecanismos de llenado de páginas. Acumulamos, pues, cuadernos y carpetas durante años, cuando no lustros o décadas. En otras palabras, nos enseñaron a escribir. O, al menos, eso creemos.

Existe una polémica que pregunta por qué razón personas que no son escritoras publican libros. Ejemplos hay por doquier: desde deportistas hasta coaches de vida, de médicos a estrellas de la farándula… No me extiendo porque, a decir verdad, es probable que existan más libros de “no escritores” en el mercado que aquéllos que han sido escritos por un profesional (algo que podría ser tan cuestionable como venturoso: es sabido que la publicación de unos permite la de los otros: las editoriales son un negocio). El reclamo suele venir acompañado de otros ejemplos. Si un dentista escribe un libro, entonces yo, que soy escritor, voy a hacer endodoncias. La diferencia, claro está, radica en que el dentista pasó por ese mismo proceso de aprendizaje de la escritura y yo nunca he utilizado una lanceta o un taladro para perforar muelas.

Quizá el problema radique en la definición de libro. Existe una falsa asociación que lo une con la literatura. Quizá fue así durante muchos siglos. Publicar era difícil y costoso, así que sólo salían a la luz los libros “importantes”. Entre ellos, claro está, los literarios, pero también los científicos. Y es imposible no valorar todos esos libros dirigidos a estudiantes.

El problema no radica, entonces, en que alguien publique (pese a la saturación del mercado), sino que ese alguien se asuma como un escritor o se compare con escritores de literatura. Sobre todo, por un asunto de intencionalidad. En teoría, los escritores tienen una intención estética, mientras que, en el resto de los casos, ésta es divulgativa (cuando no un requisito más para alcanzar cierto estatus).

Piénsese, si no, que ya no cantaremos en fiestas improvisadas o en la ducha y en el coche, sino que seremos invitados al escenario más importante para cantar, en un idioma que no dominamos, delante de miles de espectadores. Claro, hemos cantado toda la vida, ¿por qué no hacerlo entonces? La respuesta es tan evidente que no vale la pena escribirla.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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