Jorge Alberto Gudiño Hernández
01/06/2025 - 12:01 am
Votar o no
Queda armarse de paciencia, para quienes no lo han hecho, e intentar averiguar por quién conviene más votar. Aunque, insisto, eso no garantiza nada. Estamos entrampados como nunca. A ver cómo nos va.
Este domingo será la jornada electoral más extraña que hayamos vivido los mexicanos. No sólo porque es una elección inédita, en la que, como nunca, estarán en disputa muchos cargos del poder judicial; algo sin precedentes en ningún país con democracias modernas. La idea de elegir a los jueces, a partir de extensas listas, suena, cuando menos, extraño. La mayoría de los ciudadanos no tenemos la capacidad de hacerlo. También, porque, hasta este momento, se sabe que será una de las elecciones con menor participación del electorado.
Esto se debe, sin duda, a la ya mencionada falta de capacidad resolutiva por parte de los votantes. Muchos, entre quienes me incluyo, ignoramos cuáles son las tareas que debe desempeñar determinado juez. Sobre todo, cuando se trata de los que encabezaran juzgados muy particulares. Hasta donde entiendo, llegar a esos cargos debería ser producto de una carrera que inicia, como en la mayoría de los trabajos, con puestos bajos. Uno entra a aprender, en los escalafones más bajos, y va ascendiendo conforme las aptitudes de cada trabajador se van consolidando. ¿Hay política en ese proceso? Sin duda, como en todas las empresas que conocemos. No siempre sube de puesto el más capacitado. A veces lo hace quien consiguió ser más visible o quien le cayó mejor al jefe en turno. No es justo, pero así funciona el mundo. Y, ¿quién sabe?, en una de ésas la visibilidad también es parte de las aptitudes requeridas.
Ahora, sin embargo, votaremos por personas que se inscribieron para ser votadas. No era necesario tener una carrera judicial probada ni mucho menos. Los años de práctica ayudan mucho a crear una base con la cual, a la larga, se podrán dirimir asuntos en las materias más diversas. No basta con ser abogado para estar capacitado para cualquier puesto. Mucho menos, para los más altos.
He escuchado en las últimas semanas, argumentos a favor y en contra del sufragio. Los detractores aseguran que no tiene caso ir a las urnas, pues será una forma de validar una elección que, a muchos, les suena a fraude o a timo, toda vez que está diseñada mal desde múltiples perspectivas. No sólo la cuestionable sobre la pertinencia de elegir jueces por voto popular, pues es sencillo que los aspirantes obedezcan a intereses que poco tienen que ver con la justicia. También, porque hay demasiadas irregularidades en curso: desde que los candidatos no necesariamente cumplen los parámetros exigidos, hasta que, en algunos casos, por un asunto de género, no hay posibilidad de que algunos de los candidatos ganen, toda vez que los recuentos se harán siguiendo algoritmos no probados.
En contraparte, hay quienes aseguran que se debe votar, pues no sólo es nuestra obligación como ciudadanos, sino que la democracia, en un primer momento, se ejerce en las urnas. A mayor participación, aducen, menor posibilidad de que los fraudes sucedan. A saber.
Alguna vez un amigo abogado, hace ya muchos años, me decía que los integrantes del poder judicial debían ser incorruptibles. Es claro que no ha sido así en el pasado y que dicho poder (como los otros) requieren reformas de fondo y mecanismos de control. Eso no significa, por supuesto, que, tras este ejercicio, las cosas vayan a salir bien. Los controles seguirán sin existir, las dudas se acumularán por doquier y la selección de los juzgadores no dependerá del apoyo popular (que es, en sí mismo, insuficiente), sino de su capacidad de convocar a los votos (algo que, tras enterarnos de los acordeones, no augura buenos resultados).
Así que el asunto no es sencillo. Queda armarse de paciencia, para quienes no lo han hecho, e intentar averiguar por quién conviene más votar. Aunque, insisto, eso no garantiza nada. Estamos entrampados como nunca. A ver cómo nos va.
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