Mario Campa
30/04/2025 - 12:05 am
La economía está estancada, pero hay motivos de optimismo
La economía mexicana es resiliente, pero nuevas políticas de crecimiento con justicia social podrían potenciarla.
La economía atraviesa altibajos. En los últimos días, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial ajustaron a la baja sus expectativas de crecimiento para México, aunque la resiliencia mostrada ante una guerra comercial es notable. Al sumar que aún no se despliegan políticas ni programas contracíclicos de gran magnitud, algunas luces son distinguibles aún en las horas más oscuras desde la pandemia.
La economía apunta a estancamiento pasajero. En febrero, el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) del Inegi mostró un sano aumento mensual del uno por ciento después de un simbólico crecimiento de 0.1 por ciento en enero. En conjunto con otros indicadores como las exportaciones e importaciones de marzo y los rendimientos bursátiles de semanas recientes, la economía mexicana no muestra (aún) caídas generalizadas y significativas durante varios meses, lo cual desafía la definición de recesión de la autoridad internacional de la Oficina Nacional de Investigación Económica de los Estados Unidos (NBER). No, una caída interanual del PIB en el primer trimestre no implicaría una “recesión técnica” en automático. Sin embargo, es innegable que el ambiente macroeconómico es frágil en relación a su tendencia y potencial de largo plazo y que el riesgo de recesión persiste.
Tres razones explican el bache. El choque externo causado por Donald Trump es de particular sensibilidad para una economía como la mexicana dependiente de las exportaciones a Estados Unidos. Pero también hay factores internos. El Banco de México, que cumple su mandato prioritario, pero compromete la estabilidad financiera sin una deseable coordinación con la política fiscal, mantiene condiciones monetarias excesivamente restrictivas para la coyuntura que se traducen en tasas de interés prohibitivas. Encima, la consolidación fiscal, la austeridad y el arranque sexenal impiden que el gasto público sea un instrumento contracíclico en horas bajas. Estas tres camisas de fuerza llevan a los organismos multilaterales a ser pesimistas con sus estimados de crecimiento. Pero existen motivos para un optimismo cauteloso.
En primer lugar, las tensiones comerciales de Trump empiezan a aclararse. En semanas recientes, la atención y los aranceles más onerosos están puestos sobre China, no sobre un T-MEC que mal que bien resiste. En el largo plazo, la cuota de mercado de las exportaciones mexicanas subirá por la disociación entre las dos economías más grandes del mundo. Una vez que los consumidores estadunidenses padezcan escasez o precios exorbitantes y que las empresas agoten sus inventarios chinos, la búsqueda de proveeduría alternativa pasará a una etapa seria. México podría salir como ganador relativo de la guerra comercial cuando se disipen los nubarrones persistentes.
Un segundo motivo de optimismo es que el Banco de México apresuró su ciclo de relajamiento monetario. El consumo privado pasó de un estado pospandemia vigoroso a una contracción prolongada, liberando al banco central de una de las mayores condicionantes para recortar las tasas de interés. Con la inflación interanual del 3.8 por ciento en el rango objetivo y un peso mexicano apreciándose frente al dólar, los halcones en la Junta de Gobierno perdieron argumentos para continuar con una política monetaria asfixiante. Condiciones monetarias menos restrictivas reactivarían el crédito y la inversión sobre un ahorro hoy anticlimático. El espacio de maniobra es holgado.
Un tercer catalizador sería el regreso de una política fiscal expansiva en el segundo año del sexenio. Una grata noticia es que la recaudación crece por arriba de lo planeado y con ella la probabilidad de cumplimiento de las métricas hacendarias. Encima, el Banco de México entregará un remanente por operaciones cambiarias que rondaría los 170 mil millones de pesos (o 0.5 por ciento del PIB), de acuerdo a un estimado de Citi México. Ambos guardaditos encontrarán usos productivos. Los proyectos del Plan México estarán más adelantados en planeación y ejecución el próximo año, lo cual hace deseable correr un suave déficit primario para revertir el declive en la construcción del 17 por ciento interanual en febrero (ENEC, Inegi). El primer año es históricamente el más lento para el gasto público, y la buena es que pronto quedará atrás.
La economía mexicana es resiliente, pero nuevas políticas de crecimiento con justicia social podrían potenciarla. Por ejemplo, una opción para suavizar el ciclo económico es el seguro de desempleo: mantiene estable el consumo cuando los despidos crecen en una recesión. Sin embargo, la teoría monetaria moderna (MMT) impulsa como variante la garantía del pleno empleo, en particular para mitigar los despidos con un sistema de cuidados robusto que incluya el medio ambiente. Contrario al enfoque keynesiano clásico que contempla la obra pública como amortiguador contracíclico primordial, la ruta alternativa se desplegaría con mayor rapidez, demandaría menos reservistas calificados, alcanzaría a más mujeres y elevaría de inmediato el bienestar. Además de que emplearía a miles de trabajadores que caerían en la informalidad o el retiro de prolongarse su inactividad, liberaría a otros tantos de tareas del hogar que reducen las horas laborables. En suma, se trata de una política que cumpliría varias exigencias del “segundo piso de la transformación”.
Abundan ejemplos de otras políticas transversales que ameritan discusión. Una reforma fiscal progresiva no sólo redistribuiría mejor, también recanalizaría recursos del consumo suntuoso y el ahorro pasivo al consumo básico y la inversión física. La banca de desarrollo, tal vez entre las más conservadoras del mundo, podría ser recapitalizada para alcanzar segmentos desatendidos. Un fondo de inversión soberano de grueso calibre, idea desarrollada en otra videocolumna, daría mejores usos a las reservas internacionales, hoy usadas como simple protección cambiaria.
El Plan México, un acierto de política industrial, podría escalarse con déficits primarios justificados por mayor inversión pública. En todos los casos, la misión sería emplear recursos escasos para elevar el crecimiento potencial sin caer en los errores de la ortodoxia legada: privatizaciones, pobreza y desigualdad, colusión entre el poder económico y político, énfasis en la oferta sobre la demanda y desatención al medio ambiente.
La 4T acumula logros indiscutibles en redistribución y bienestar, pero además afianzaría la sostenibilidad de largo plazo si sube el techo de crecimiento. En días recientes, el Banco Mundial destacó que México registró la mayor disminución de la pobreza de 2018 a 2023, una merma de alrededor de siete por ciento que lideró la región. Sin embargo, el mismo informe alertó sobre el estancamiento de la productividad y el bajo crecimiento esperado para los próximos años. Allende lo que piensen los organismos internacionales, cuyos estimados erran seguido, pequeños ajustes estructurales hoy podrían traer grandes retornos mañana. No hace falta trastocar el modelo económico, sino empujarlo a equilibrios donde las exportaciones no condicionen la prosperidad. Donde seguridades básicas como el retiro y el salario, fortalecidas en años recientes, engloben también el empleo y los cuidados. Sería una agenda de crecimiento de abajo hacia arriba para potenciar al Plan México desde la heterodoxia, sin recetas impuestas del exterior.
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