Susan Crowley
30/11/2024 - 12:03 am
Boafo y Schiele, el triunfo de la rebeldía
"Boafo y Schiele, insuflan el alma y la atrapan en la tela. Generando una musicalidad que, en el austriaco, evoca aquel memorable cuarteto La muerte y la doncella del otro genio que también murió tan joven".
La exposición Proper Love en el Museo- palacio del Belvedere en Viena es un encuentro improbable en la vida, pero factible en el arte. Un diálogo sin tiempo entre dos genios, el artista austriaco Egon Schiele (1890- 1918), muerto prematuramente, y el ghanés Amoako Boafo (1984, Accra) exitoso, ¿prematuramente?
Son varias las razones para adquirir arte. Las más comunes, la pasión y la especulación económica. El buen coleccionista es también mecenas. Más allá del mercado y adelantado a él, impulsa la carrera de un artista. Su buen ojo incluye lidiar con altibajos, inseguridades y necesidades de su protegido. Girlandaio, reducido a la servidumbre por Lorenzo de Médicis; Leonardo, el factótum de Francisco I; o Caravaggio un rebelde en contra del cardenal Francesco Maria del Monte. La relación del artista con su coleccionista ha llenado de luz y esplendor a la historia. Sin este vínculo no habría más que datos duros y cifras frías, nada que admirar. No existe gozo que se compare al que produce el arte. Pero si bien es la máxima gratuidad, la belleza es también un reflejo de las relaciones de poder. Primero la Iglesia y su necesidad de propagar la fe, luego la Academia y sus cánones, en el siglo XX las vanguardias y sus teorías, crearon una estética que de alguna manera influyó en la mayoría de los creadores. Para mediados del siglo XX surgió un poder impersonal y sin valores; diríamos sin rostro: el dinero.
Hoy el arte está sujeto a la demanda de los millonarios y sus caprichos. Convertido en artículo de lujo, el artista y su obra juegan con la imparable maquinaria del deseo y el consumo. Las reglas del mercado son arbitrarias y cambian de un momento a otro. Así como los mercados suben y bajan, el arte ofrece la adrenalina del encarecimiento. El coleccionista dejó de ser el conocedor sensible capaz de apreciar, y fungir como el protector humano del artista. Su rol, ahora, es el de un jugador astuto capaz de rediseñar la fisonomía del arte con sus designios que puede hacer y deshacer la carrera de un artista con su dinero.
El espacio ideal de este ambicioso especulador no puede ser otro que una casa de subastas o mejor aún una feria de arte. Sitios ideales para ver y ser vistos. Con atuendos de marcas tan lujosos que casi llegan a los precios del arte; los nuevos coleccionistas suelen reconocerse por la piel bañada artificialmente de dorado y porque, gracias a la cosmética, terminan pareciéndose unos a otros. Entre ellos el artista figura como un rockstar. Extraño personaje que se deleita jugando al gato y al ratón con los egos de sus compradores. ¿Hasta dónde los puede llevar, someterlos, esclavizarlos? Solo lo sabrá el pequeño entourage que suele acompañarlos hoy en día y que podría llenar un camión de pasajeros: empleados de la galería con la que ha firmado un contrato de asociación y que viven a su servicio; el consultor, el financiero, los influencers que hablan de él como una marca, los descubridores, que hoy van de especialistas y ayer no sabían nada, los curadores que podrían ser empleados de una boutique, los directores de museos que negocian la posible exhibición dando importancia a su institución pero desesperados por tener a una estrella colgada de sus muros, los críticos que estarán dispuestos a decir y desdecir según convenga a su intereses mezquinos.
Pero el arte es un universo que no se limita a estos personajes que ya resultan siniestros. Aún existen los artistas dispuestos a jugar el juego del arte y el dinero sin mancharse. Parece ser caso de Amoako Boafo, uno de los más cotizados del momento y cuya carrera asombra por su ascenso vertiginoso. En 2020, uno de sus retratos se vendió en una subasta por 880 mil dólares; más de 13 veces la estimación del precio de partida. Su ascenso en inexplicable dentro los mercados secundarios y el que los precios de subasta aumentan sin control lo obligaron a tomar cursos de cómo controlar su volátil cotización. Boafo podría ser un producto creado por la necesidad de mirar hacia otros mercados más allá del artista blanco, occidental. Es uno de los más jóvenes de la nueva ola de artistas africanos tan de moda. Su contemporaneidad con el movimiento Black Lives Matter lo coloca como un posible icono de libertad racial sin compromiso aparente.
Pero el artista de apenas 40 años es mucho más que moda y mercado de especulación. Huérfano de padre, de madre cocinera, desde muy pequeño sintió la inclinación por el arte. Graduado en la escuela de arte de Acra se mudó a Viena. Los primeros retratos de figuras negras de amigos cercanos y personas de su comunidad, marcan un estilo peculiar. Son elegantes siluetas, alargadas sinuosamente dentro de espacios plenos de color, con gestos relajados, miradas penetrantes, ajenos a cualquier tribulación, frontales y hasta cierto punto retadores por su onanismo. Un lenguaje fascinante que al encontrarse con el del secesionista Egon Schiele, provocó un nuevo despertar en su trabajo.
En estos días la obra de ambos está expuesta en el Museo de Belvedere en Viena desesperado por renovar su lenguaje anquilosado. Este diálogo pictórico brinda la posibilidad de conocer, de una forma profunda, la materia artística de ambos. Boafo muy joven y creciendo a pasos gigantes. Schiele, un gigante que murió muy joven y cuya obra, sin duda, es una de las más potentes de la historia del arte.
El poder de ambos estriba en el cuerpo, Boafo pinta con los dedos. Su técnica expresionista desentraña las capas de piel negra, los pliegues sensuales de una identidad misteriosa, inaprensible, luminosa. Semejante a la de Schiele, que parece crear desde la nada cuerpos robustos que emergen en el espacio y que son sostenidos por una línea frágil pero poderosa. Extremadamente delgados y alargados son ramas de un rosal en invierno, no florecen, pero viven en su máxima plenitud. Reflexiones sobre la vida y sus momentos de quietud, de placer, de contemplación solipsista. En el caso de Schiele, incluida muerte.
Ambos, Boafo y Schiele, insuflan el alma y la atrapan en la tela. Generando una musicalidad que, en el austriaco, evoca aquel memorable cuarteto La muerte y la doncella del otro genio que también murió tan joven, Franz Schubert. En Boafo, la selección de ritmos de tierras ghanesas que se convirtieron en R&B en América y que más tarde emprendieron una especie de crossover para re cautivar la sangre joven de los habitantes de Ghana y que fueron convertidos en una playlist para gusto de quien visita la exposición.
Hoy la obra de Boafo sigue apuntalándose con firmeza en los mercados voraces. Solo retrata amigos y personas que él mismo elige; un freno a los vanidosos que darían lo que fuera por posar para el siguiente cuadro. A sus modelos les otorga el sitio de la gratuidad; flotando en una danza plena de energía y sustancia pictórica, parecen exhalar murmullos. Son las voces de otro gran pensador que también murió muy joven. De apenas 36 años, Franz Fanon execró la esclavitud y el sometimiento en contra de tantas naciones del continente africano. Boafo le hace un homenaje colocando, entre las manos de sus enigmáticos modelos, los libros y ensayos con la puntual descripción de las tragedias de las que todos ellos proceden.
La exposición es un diario en el que dos genios sin tiempo, más allá del tiempo, conversan a través de su obra. Schiele y la expresión de sus cuerpos sensuales, definidos por un graphein, prohibidos y que le llevaron a ser encarcelado por obsceno. Aquí en el Belvedere sus figuras se ríen de la censura, de los beatos y de lo políticamente correcto tan de hoy. Dominan y se adueñan del espacio. Son presencias infinitas.
El austriaco triunfó sobre el tiempo; es y será eternamente joven. Aplastó a los moralistas y a quienes se creían autorizados para calificar, premiar o ensalzar a un artista. Pudo más que ellos y por eso es Egon Schiele. Amoako Boafo está a su lado para celebrar su identidad negra, la titula Proper Love. En esta exhibición no aparece el mercado ni sus vicios y, si están, juegan el juego que el ghanés quiere, son sus propias reglas. Si soporta la presión de los mercados, si se rebela con sagacidad a los caprichos de sus coleccionistas; si logra mantenerse con esa mirada íntegra, transparente y auténtica de una lucidez asombrosa, seguirá pisando con su impronta y nos dejará acompañarlo en su trayectoria hasta hoy única, joven y llena de energía.@suscrowley
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