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Periodismo digital con rigor
22-12-2025 - 12:08 am
Porque ese es el plan. Siempre lo ha sido. Los paleoliberales, como se les conoce, tienen años soñando con un Estados Unidos blanco y son los creadores de la filosofía que pugna por una monarquía donde los gerentes y dueños de las empresas tecnológicas, los que aparecieron con Trump en el Capitolio el día que asumió la Presidencia, sean la corte.
Pataleó. Blasfemó. Y de amar a Andrés Manuel López Obrador pasó a odiarlo. Lloró, o casi lloró en público. Habló mal de la Virgen de Guadalupe y luego se retrató junto a un estandarte guadalupano. Habló mal de México y de su Presidenta y prometió nunca rendirse. Y luego se rindió, pero ante un Presidente extranjero. Y volvió a patalear. Y blasfemó otra vez y acosó a mujeres desde su cuenta de X y ofendió a millones de mexicanos que son zurdos, llamándolos “mierda”. Atacó a las lesbianas, a los homosexuales, a los pobres, a mayorías y minorías. Se burló de los populistas y luego se dio cuenta de que para populistas, su amor imposible: Donald Trump.
Se rodeó de intelectuales, siempre hambrientos de apapachos, y a unos les dio de comer y a otros los hizo sus empleados. De hecho, creó toda una red de comunicadores, académicos, escritores, intelectuales y parásitos de las redes que se alimentan de él mientras hacen como que piensan. Y él conspiró contra México y usó su televisora para azuzar, para arengar, pensando que reuniría masas. Pero las masas lo conocen bien porque por años han lidiado con sus cobradores. Llámenlo “Tío Richi”, si quieren, pero es el mayor usurero del país y las masas saben quién es. Masas que él menosprecia y que tienen nombre y apellido. Masas que son individuos que piensan, que se organizan en familias y saben que su televisión es chatarra, que todo lo que hace y lo que vende es chatarra, como aquella licuadora que dejó de funcionar años atrás y les siguen cobrando.
El tipo lleva dos años escupiendo para arriba. Porque, llore o patalee, tendrá que pagar sus impuestos. Así conspire contra el país que le ha dado todo lo que es, tendrá que pagar lo que le debe. Y si quiere puede volver a pagar boletos caros para ir a Mar-a-Lago, que sus impuestos no van a ningún lado. Acá lo esperan. Acá lo estaban esperando la semana pasada mientras hacía turismo caro en la Casa Blanca.
Se llama Curtis Guy Yarvin, pero durante años ocultó su identidad con el seudónimo “Mencius Moldbug”. Su mecenas es Peter Andreas Thiel, cofundador de PayPal junto con Elon Musk y uno de los principales financieros de la extrema derecha estadounidense. Yarvin está relacionado con Breitbart News y con su creador, Steve Bannon, y puede decirse que es uno de los ideólogos que alimentaron en Donald Trump la idea de fundar una Presidencia imperial.
Porque ese es el plan. Siempre lo ha sido. Los paleoliberales, como se les conoce, tienen años soñando con un Estados Unidos blanco y son los creadores de la filosofía que pugna por una monarquía donde los gerentes y dueños de las empresas tecnológicas, los que aparecieron con Trump en el Capitolio el día que asumió la Presidencia, sean la corte.
Es curioso cómo se cruzan los intereses de todos ellos y cómo el dinero termina por resolver sus diferencias. La ultraderecha estadounidense es profundamente antisemita, pero eso lo deja para después. Por ahora es aliada de los sionistas. Ya resolverán qué hacer, más adelante. Judíos radicales y ultraderechistas tienen por ahora más intereses que los unen. Son profundamente antimexicanos, creen en el antigualitarismo y en el inicio de una “Ilustración oscura”; los mueve la idea de las “razas superiores” y defienden la esclavitud, aunque sostienen que algunas “razas inferiores” son mejores que otras para ser esclavizadas.
Y conspiran. Siempre están conspirando. Ava Kofman cuenta que fue en 2013, en un artículo en el sitio de noticias TechCrunch, cuando se reveló que “Mencius Moldbug era el alias cibernético de un programador de cuarenta años de San Francisco llamado Curtis Yarvin”.
“Fundó una empresa a la que llamó Tlon, por el cuento de Borges ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’, en el que una sociedad secreta describe un elaborado mundo paralelo que comienza a superar la realidad. A medida que recaudaba dinero para su empresa emergente, Yarvin se convirtió en una especie de Maquiavelo para sus benefactores de las grandes tecnológicas, que compartían su visión de que el mundo estaría mejor si ellos estuvieran a cargo. Los inversores de Tlon incluían las empresas de capital de riesgo Andreessen Horowitz y Founders Fund, esta última fundada por el multimillonario Peter Thiel”, cuenta Kofman en un reportaje publicado en The New Yorker que se volvió viral en enero de 2025, hace casi un año.
La revista francesa Le Grand Continent contó, un día después de que Trump llegó al poder para un segundo mandato, que Yarvin se llama a sí mismo “el Sith Lord del pensamiento neorreaccionario”, sugiriendo que está trabajando para construir “un Imperio con ayuda de la ‘Fuerza Oscura’”, como el personaje de ficción Palpatine, que establece un Imperio galáctico tras un golpe de Estado en la serie de películas de La Guerra de las Galaxias.
“Esta crítica radical a la democracia y la invitación a crear un imperio-startup reaccionario desde las filas de los ingenieros informáticos de Silicon Valley podrían resultar risibles, si no tuvieran una influencia directa y creciente en la administración Trump, que desde ayer está al frente de la primera potencia mundial. Curtis Yarvin no sólo es un gurú de la techright y la altright —el sitio web Breitbart lo sitúa en lo más alto de su lista de influencias intelectuales—, sino que también es influyente con figuras de la administración Trump, como J. D. Vance, que lo cita regularmente”, agrega el texto de la publicación francesa.
Y The New Yorker sostiene: “En 2011, Yarvin dijo que Trump era una de las dos figuras que parecían ‘biológicamente aptas’ para ser monarca estadounidense. (El otro era Chris Christie). En 2022, recomendó que Trump, de ser reelegido, nombrara a Elon Musk para dirigir el poder ejecutivo. En un podcast con su amigo Michael Anton, ahora director de planificación de políticas del Departamento de Estado, Yarvin argumentó que las instituciones de la sociedad civil, como Harvard, tendrían que ser clausuradas”.
En la primavera y el verano de 2008, cuando Donald Trump aún era demócrata registrado, “un bloguero anónimo conocido como Mencius Moldbug publicó un manifiesto serial bajo el título ‘Carta abierta a los progresistas de mente abierta’”, cuenta Ava Kofman.
“Escrita con la desafección burlona de un excreyente, la carta de ciento veinte mil palabras argumentaba que el igualitarismo, lejos de mejorar el mundo, era en realidad responsable de la mayoría de sus males. Que sus lectores bienpensantes pensaran lo contrario, sostenía Moldbug, se debía a la influencia de los medios de comunicación y la academia, que colaboraban, aunque inconscientemente, para perpetuar un consenso entre la izquierda liberal. A esta nefasta alianza le dio el nombre de ‘La Catedral’. Moldbug exigía nada menos que su destrucción y un reinicio total del orden social. Propuso ‘la liquidación de la democracia, la Constitución y el Estado de Derecho’, y la eventual transferencia del poder a un director ejecutivo (alguien como Steve Jobs o Marc Andreessen, sugirió), quien transformaría el gobierno en ‘una corporación ultrarrentable y fuertemente armada’”, agrega la autora.
Kofman dice que Curtis Guy Yarvin, con el seudónimo de Mencius Moldbug, pugnaba en 2008 por un nuevo régimen de extrema derecha que liquidara las escuelas públicas, destruyera las universidades, aboliera la prensa y encarcelara “a las ‘poblaciones descivilizadas’”. Y que también despidiera masivamente a los funcionarios públicos e interrumpiera las relaciones internacionales, incluyendo “las garantías de seguridad, la ayuda exterior y la inmigración masiva”.
Y 17 años después, Donald Trump cumpliría los deseos de Yarvin casi al pie de la letra.
Yarvin advertía en la “Carta abierta a los progresistas de mente abierta”: “Claramente, si resulta ser Hitler o Stalin, acabamos de recrear el nazismo o el estalinismo”. Pero veía como una debilidad que estos líderes dependieran del apoyo popular, dice Kofman. Confiaba más en las masas virtuales, creadas en Internet.
Lo que resulta impresionante es que Trump sea considerado una especie de héroe para una parte de los judíos. El Presidente de Estados Unidos está inspirado por un supremacista blanco, adorador de Hitler, y una parte de los judíos lo abraza por haber facilitado el genocidio en Gaza.
Y me resulta todavía más trágico que Enrique Krauze, judío, así como sus alumnos y los miembros de su clan se hayan aliado a Ricardo Salinas Pliego, cuyo padre, Hugo Salinas Price, es un antisemita. Y aplauden al dueño de TV Azteca porque paga un boleto de 100 mil dólares para cenar (junto a 850 personas más) con Donald Trump, un ultraderechista que si pudiera, los metería a todos en campos de concentración.
Y es francamente patético que Héctor Aguilar Camín, sus empleados y seguidores, hagan equipo con Salinas Pliego a sabiendas de que es un evasor de impuestos, un radical de derechas, un antisemita, un supremacista que piensa como Curtis Guy Yarvin, conocido con el seudónimo de Mencius Moldbug. Digo, se podrían haber quedado en la foto con Xóchitl Gálvez; de alguna manera se entendía, por el profundo odio que le tienen a López Obrador. ¿Pero hacer equipo con Salinas Pliego? ¿No es ya un nuevo nivel de decadencia? ¿Qué no se ven a sí mismos? ¿O la amargura nos transforma en eso, en el último tramo de nuestras vidas?
Salinas Pliego pasó de amar a López Obrador a odiarlo, sólo por el dinero. Habló mal de la Virgen de Guadalupe y luego se retrató junto a un estandarte guadalupano sólo porque pensó que eso le ayudaría en su cruzada para NO pagar los impuestos que debe. El muy vendepatrias habló mal de México y de su Presidenta y prometió nunca rendirse, pero luego se rindió ante un Presidente extranjero. Y atacó a las lesbianas, a los homosexuales, a los pobres, a mayorías y minorías.
¿No consideran a Salinas Pliego una piltrafa de ser humano? ¿De qué le sirvió a las mafias de Aguilar Camín y Krauze haberse llamado “liberales” si iban a terminar en el rebaño de una escoria supremacista?
Pero, bueno, cada quién.
La próxima vez que pague boletos caros para ir a Mar-a-Lago deberían pedirle que les financie los suyos también. De una vez deberían ir a besarle los pies a Trump, aunque sea de lejitos. De todas maneras los impuestos de Salinas Pliego no van a ningún lado. Acá lo esperan. Acá lo estaban esperando la semana pasada, mientras hacía turismo caro en la Casa Blanca.
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22-12-2025 - 12:04 am
Estados Unidos mantiene un gran poder militar. Si no es con las enormes presiones del cerco militar y del embargo, los ataques escalarían muy posiblemente a territorio venezolano. Y el siguiente objetivo quizás sería México. Aún no sabemos a ciencia cierta como se hará realidad el corolario de Trump en tiempos de declive de Estados Unidos y el fin de un orden liberal.

El profundo declive de Estados Unidos y la pérdida de su otrora hegemonía se hacen patentes de muchas maneras en los últimos tiempos. El desgaste de su infraestructura, el declive de sus ciudades, sus liderazgos erráticos, la desprofesionalización en el servicio público, los múltiples problemas sociales, la enorme polarización política y económica, así como el deterioro del sistema educativo y el nivel de vida en ese país, reflejan la realidad de un imperio en franca decadencia. Estados Unidos ya no es lo que era antes y su papel en el mundo se encuentra bastante disminuido. Por ello, Trump ganó dos veces al prometer “volver a hacer a América grande”. En la era presente, dicha nación pierde su influencia en varias regiones del mundo y se repliega para concentrarse mayormente en su propio continente.
No es entonces sorprendente que la otrora potencia mundial dé la espalda a quienes fueran sus aliados en diversas partes del globo terráqueo. Tampoco sorprende que abandone su papel como supuesto redentor y policía del mundo, ni su liderazgo en el sistema internacional—que dicha nación llegó a crear. En este contexto, Estados Unidos da un viraje fundamental en su política exterior y vuelve a mirar hacia adentro, concentrándose en lo que llama el “hemisferio occidental”. La reafirmación de la Doctrina Monroe en lo que hoy se denomina el “Corolario Trump”—como parte toral de la actual "Estrategia de Seguridad Nacional"—parece ser la pieza clave que define un nuevo papel de Estados Unidos en un mundo multipolar en el cual pierde influencia a pasos agigantados.
Así, recordando que supuestamente “América es para los americanos”, la administración trumpista intenta recuperar el control del continente, empezando por Groenlandia, declarando una emergencia nacional (con todo lo que ello implica), librando una especie de guerra contra lo que ahora denomina “narcoterrorismo” y prometiendo reconquistar Panamá. Así, desde Washington, se amenaza a México con una intervención militar y se intenta imponer un cambio de régimen en Venezuela, al tiempo en que se incautan buques petroleros y se bombardean embarcaciones en aguas internacionales con la excusa del combate al tráfico de fentanilo (droga ahora denominada como “arma de destrucción masiva”).
La realidad es que la nueva política exterior estadounidense no parece tener nada que ver con las drogas, sino que más bien parece derivar de un intento desesperado por retomar el control de todas las áreas perdidas del continente y eliminar la influencia que ahora ejercen otras potencias en América. Venezuela, su petróleo, su tierra y sus otros recursos, son ahora, para Estados Unidos, una prioridad. Si Trump no puede sacar a Maduro del poder y no recupera las zonas de influencia perdidas en América se acabaría la Doctrina Monroe. Por ello, vivimos en tiempos peligrosos. Estados Unidos mantiene un gran poder militar. Si no es con las enormes presiones del cerco militar y del embargo, los ataques escalarían muy posiblemente a territorio venezolano. Y el siguiente objetivo quizás sería México. Aún no sabemos a ciencia cierta como se hará realidad el corolario de Trump en tiempos de declive de Estados Unidos y el fin de un orden liberal.
Vivimos tiempos de profundo cambio y el futuro de México parece incierto en medio de una crisis de liderazgo en el país vecino. No obstante su enorme riqueza, sus recursos tan abundantes y su gran poder armamentista, Estados Unidos se desmorona por dentro, la polarización económica y social son extremas, reinan las contradicciones y quienes toman las decisiones más importantes en esa nación no parecen ser personas serias, ni capaces, ni profesionales. El país es ahora mismo dirigido por influencers, presentadores de televisión y personajes sin autoridad moral, cuestionados por el escándalo, los conflictos de interés y los compromisos con actores que reclaman tierra y poseen intereses estratégicos fuera del continente. Así las cosas en América, que no parece hoy por hoy ser un lugar pacífico ni seguro para todos los americanos.
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22-12-2025 - 12:03 am
Hay quienes afirman que para controlar la corrupción y disminuir la impunidad es necesario construir una ciudadanía informada, participativa y activa. Pero lo que ha construido la Cuatroté es una clientela que le llena el Zócalo, acude a sus marchas en acarreos y vota en masa los candidatos al Poder Judicial determinados en acordeones.

Quién no recuerda aquella "mañanera" en la que Andrés Manuel López Obrador, a unos meses de haber asumido el poder, sacaba un pañuelo blanco y lo ondeaba hasta donde le alcanzaba la mano para decretar que la corrupción se había acabado. Nada más lejano de la realidad. Ni él mismo pudo escapar, porque al final de su periodo admitió que la corrupción localizada en Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex) había sido la mancha que se llevaba consigo. Hasta el final de ese sexenio la paraestatal había acumulado 156 denuncias ante la FGR por actos de corrupción y un desvío por dos mil 700 millones de pesos.
Claudia Sheinbaum, la sucesora de AMLO, le cambió el nombre a Segalmex por el de Alimentación para el Bienestar, pero a mediados de este 2025 brotó ahí de nuevo la corrupción: cinco empresas relacionadas entre sí, creadas exprofeso, fueron utilizadas para obtener contratos por casi dos mil millones de pesos, y una de ellas llegó al nivel de robar la identidad de una mujer desempleada y enferma para firmar contratos por 256 millones con Diconsa, fusionado a la nueva institución morenista.
Es un patrón que se repite una y otra vez en el país, y la llamada Cuatroté no ha estado exenta de ese tipo de escándalos que, más que romper los vínculos con el pasado neoliberal, que el morenismo ha convertido en una bandera, suponen una extensión de los tentáculos del tan odiado prianismo. En el balance, el año que está a punto de terminar ha sido profuso en hechos de corrupción, prácticamente desde su inicio, en diferentes niveles y en múltiples actores ligados al actual régimen.
Y van desde el enriquecimiento inexplicable de personajes como el Diputado Sergio Gutiérrez Luna y su esposa, Diana Karina Barreras; Mario Delgado; Andy López Beltrán; el exasesor de AMLO, Alfonso Romo; Gerardo Fernández Noroña; y Ricardo Monreal, quien fue denunciado incluso por su colega de partido, Adán Augusto López, de “malos manejos” en el Senado por 150 millones de pesos. En este último caso, considerado en el argot político como “fuego amigo”, fue sofocado por la Presidenta Sheinbaum en un momento dado.
Pero si el caso de Fernández Noroña fue escandaloso no sólo por la exhibición cínica de su vida de lujos y viajes por Europa y el Medio Oriente, sino por la compra de una casa por 12 millones de pesos en Tepoztlán, Morelos, la que vendría casi a la par en el caso del llamado “huachicol fiscal”, cuyas redes de corrupción penetraron a las Fuerzas Armadas y sus altos mandos, estremeció a los pilares que sostienen como endebles alfileres la credibilidad de un Gobierno que se asume impoluto.
Luego, los vínculos de Adán Augusto López con el crimen organizado en Tabasco significaron el colmo. Las acusaciones de corrupción contra Adán Augusto López se centran principalmente en una red de tráfico de influencias, asignación de contratos gubernamentales a empresas vinculadas a socios y prestanombres, desvío de fondos públicos y discrepancias fiscales. Y a pesar de sus vínculos con líderes criminales, como su exsecretario de seguridad en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, detenido en septiembre en Paraguay y extraditado a México inmediatamente, tales señalamientos no han resultado en causas penales hasta la fecha. Es decir, no existe formalmente ninguna investigación por ninguna autoridad; en cambio, el Senador goza de una abierta protección política: “¡No estás solo!, ¡no estás solo!”, le gritaban sus correligionarios en los eventos que se presentó apenas revelado el escándalo.
A todo eso se suman casos de desvío de recursos, moches con empresarios, contratos a modo, nepotismo, tráfico de influencias, y la lista puede irse incrementando.
Hay quienes afirman que para controlar la corrupción y disminuir la impunidad es necesario construir una ciudadanía informada, participativa y activa. Pero lo que ha construido la Cuatroté es una clientela que le llena el Zócalo, acude a sus marchas en acarreos y vota en masa los candidatos al Poder Judicial determinados en acordeones. “Amor con amor se paga”, demandaba el expresidente de Morena, Mario Delgado.
El pasado 9 de diciembre fue declarado por la ONU como el Día Internacional contra la Corrupción y, paradójicamente para México, el Inegi publicó su informe Estadísticas a propósito del Día Internacional contra la Corrupción, en el que se revela que el 45 por ciento de los ciudadanos en zonas urbanas fue víctima de la corrupción en 2025.
Dice además el informe que el Estado de México y Campeche, ambos gobernados por Morena, “lideran la lista de estados con más sanciones emitidas contra servidores públicos”.
El tema, como se ve, no está ni cerca de esfumarse del país, y no es con un pañuelito blanco como se esparce el tufo de su fetidez. Basta con tener voluntad política y dejar de tolerar a los corruptos del rebaño, de hacerse de la vista gorda sólo porque son del propio partido o sus aliados.
La promesa de “ser diferentes” ya no se sostiene. Nunca se ha sostenido en la realidad; lo demostró el año que concluye. El 2025 no fue halagüeño para la vida democrática del país y, ante este panorama, de 2026 sólo puede decirse que por la víspera se sacan los días.
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Con este artículo aprovecho la oportunidad para comunicarle a los lectores que regresó a este espacio en enero de 2026. ¡Felices fiestas!
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21-12-2025 - 12:04 am
El umbral de corrupción es el nivel aceptable de corrupción que una sociedad está dispuesta a tolerar antes de que realmente reaccionemos ante ella. Y así como tenemos muchos altos en umbral al dolor, hasta dónde toleramos el dolor. Más allá del dolor que nos cause la corrupción, el umbral de nuestra sociedad está más allá de lo que se puede pensar.
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21-12-2025 - 12:03 am
Un mexicano con ingresos de salario mínimo que quisiera comprar ese boleto de reventa de más de 22 millones de pesos tendría qué destinar 197 años de sus ingresos completos sólo para asistir al partido final del mundial.

La creciente tendencia del capitalismo contemporáneo hacia la comercialización de todos los eventos, incluidos los más masivos y famosos del planeta, como la Copa Mundial de Futbol que se celebra cada cuatro años, ha provocado que los precios para el Mundial 2026 sean inaccesibles a la mayoría de los espectadores que quisieran acudir y lo han convertido, en los hechos, en un Mundial para ricos.
El afán de lucro de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) se ha propuesto como objetivo más que duplicar las ganancias que obtuvo en el pasado mundial celebrado en 2022 celebrado en Qatar. Para el Mundial del próximo año que por primera vez se celebra en tres países (México, Canadá y Estados Unidos), la FIFA espera tener unos 14 millones de dólares (mdd) en ganancias. Los ingresos de la FIFA se obtienen de la venta de derechos de transmisión en televisión y otras plataformas, en la venta de artículos relacionados y de la venta misma de las entradas a los partidos de futbol. Y estas extremadamente caras.
La FIFA fijó precios de los boletos de entrada para la fase de grupos desde 60 dólares (mil 077 pesos) y de hasta seis mil 730 dólares (125 mil 960 pesos) para la final. Si un mexicano que gana un salario mínimo quisiera asistir al partido de la final tendría que destinar sus ingresos de todo un año y un mes más para pagar su boleto para ver el partido que se celebrará en el estadio MetLife en Nueva Jersey. Con el aumento autorizado de 13 por ciento para el salario mínimo, el próximo año el salario mínimo aumentará hasta nueve mil 582 mensuales para anual de 114 mil 984 pesos.
Pero los precios lanzados oficialmente aumentarán significativamente por dos prácticas que ocurren ya cotidianamente en el negocio mundial del futbol: los precios dinámicos y la reventa de los boletos fuera de los canales oficiales. Esto lleva a que en plataformas de reventa como StubHub los costos van desde 64 mil 900 pesos para el partido Argelia-Austria, el 27 de junio en Kansas City, hasta 22 millones 730 mil 486 pesos en la zona más exclusiva en la final de la copa el 19 de julio en Nueva Jersey (La Jornada, 8 diciembre).
Un mexicano con ingresos de salario mínimo que quisiera comprar ese boleto de reventa de más de 22 millones de pesos tendría qué destinar 197 años de sus ingresos completos sólo para asistir al partido final del mundial.
En este momento la plataforma StubHub ofrece los boletos para asistir a la final del Mundial 2026 el 19 de julio en Nueva Jersey desde el más bajo por 160 mil 970 pesos, hasta un millón 561 mil 976 pesos por el más caro. El primero equivale a un año y cuatro meses de trabajo asalariado y el segundo a trece años y medio de trabajo asalariado.
Pero no sólo son los partidos finales los que tienen precios estratosféricos. En la misma plataforma de reventa (StubHub) se pueden ver paquetes de hasta 160 mil 526 pesos por los tres partidos de la selección en fases de grupos, con el añadido de que los partidos se celebrarán aquí en Guadalajara como Ciudad de México, por lo que habría que considerar además costos de transporte, hospedaje y alimentación.
Para uno de los partidos más esperados en la fase de grupos, el encuentro entre Uruguay contra España en el estadio de las Chivas, los precios se cotizan entre 20 mil 368 el más bajo hasta 108 mil 170 el más caro. Estamos hablando de cotizaciones a más de medio año del Mundial, por lo que cabe esperar que los precios sigan aumentando hasta llegar a multiplicarse.
En esta misma plataforma el partido de inauguración del Mundial de 2026, que se juega en el estadio Azteca entre México y Sudáfrica el 11 de junio del próximo año, los precios van desde 56 mil 925 pesos hasta 427 mil 881 pesos, poco menos de lo que cuesta una casa de interés social y equivalente a unos tres años de trabajo asalariado.
No siempre los precios fueron tan caros. Para el Mundial de 1986 celebrado en México había paquetes de 13 partidos por 135 mil pesos de la época, equivalente a 300 dólares (Eréndira Palma, La Jornada, 19 diciembre 2025) e incluso se podía llegar el día del partido a comprar una entrada para asistir al evento.
Como cabría esperar estos precios estratosféricos han levantado críticas y cuestionamientos entre los aficionados duros a este espectáculo. Paco de Rubén, uno de los líderes del grupo de animación Cielito lindo, el cual sigue a la selección mexicana desde hace una década, declaró a La Jornada: “Sabíamos que los precios serían caros, no somos ingenuos, aunque el aumento es increíble. Para ir a Qatar pagué seis mil 500 dólares por todo el viaje, incluyendo una escala en Barcelona. Por Rusia pagué cuatro mil 500 en un periplo de 35 días. Ahora ir sólo a un partido cuesta casi lo mismo” (La Jornada, 19 diciembre 2025).
Desde Europa, Ronan Evain, director ejecutivo de Aficionados al Futbol en Europa, puso la crítica en el centro del problema: "Se trata de un puñado de personas que intentan sacar el máximo dinero posible del torneo. Y creemos que este enfoque está poniendo en riesgo la naturaleza misma de la misma competencia" (La Jornada, 12 dic. 2025).
En efecto, la naturaleza de las competencias de futbol nació de los barrios y la clase obrera inglesa para convertirse en deporte y entretenimiento más popular de Europa y luego del mundo. Es indignante que ahora el Mundial sea sólo para los ricos.
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21-12-2025 - 12:02 am
Me despedí, con un abrazo, de cada una de ellas. Con esos abrazos quisiera traerlas conmigo a ver el mar, que tan lejos les queda ahora.
¿Me dejan contarles una historia? Empieza así: Frente a un grupo de mujeres que tienen entre 23 y 60 años, empiezo a hablar sobre Rosario Castellanos. Es la primera sesión de nuestro club de lectura, les he llevado ejemplares de La rueda del hambriento y otros cuentos, casi flamante publicación de Libros UNAM, y estamos a punto de sumergirnos en el genial cuento “Lección de cocina”. A los pocos minutos una de las más jóvenes interrumpe: “Perdón, ¿usted no dio una conferencia en el CCH Sur hace algunos años?”. “Sí, claro. Varias”, le contesto. “¡Es que yo la escuché ahí!”, agrega con entusiasmo, mientras codea a su compañera como diciendo “¿Ves? Te lo dije”. Le pregunto si estudió en el CCH y me dice que sí y que es, además, egresada de la Facultad de Contaduría y Administración.
Este diálogo no sería especialmente extraño, si no fuera porque tuvo lugar en la cárcel de mujeres de La Habana. Y ella es una de las once mexicanas que están allí internas.
Hace tiempo me contó el Embajador de México en Cuba, Miguel Díaz Reynoso, que parte del trabajo que se hace a través de nuestro Consulado consiste en atender a nuestras y nuestros compatriotas presos en la isla. ¿Hay muchos?, pregunté. “En La Habana son alrededor de 30 hombres y 11 mujeres”. “¿Y si armamos un club de lectura para ellas?”, propuse. Para no hacerles el cuento largo, finalmente después de trámites burocráticos entre un país y otro, y gracias al Cónsul Ignacio Cabrera y a su equipo, fui al “Establecimiento Penitenciario Mujeres de Occidente”.
No es la primera vez que vivo algo así. Me “estrené” en 2016, en la cárcel de Iquique, cuando México fue el país invitado a la Feria del Libro de Santiago, y un avión me llevó al norte de Chile a dar un taller.
Me dijeron “Iquique”, y mi tendencia natural a la memoria y a la melancolía me trasladó a la adolescencia, a los amigos chilenos del exilio y, por supuesto, a Quilapayún y a su Cantata. ¿Cuántas veces habré escuchado la historia de la matanza de obreros en la escuela Santa María?
Señoras y Señores / venimos a contar / aquello que la historia /no quiere recordar. / Pasó en el Norte Grande, / fue Iquique la ciudad. / Mil novecientos siete / marcó fatalidad. / Allí al pampino pobre / mataron por matar.
Así empezaban los versos de Luis Advis, que volvieron a resonar en mi cabeza después de recibir aquella llamada. Más de dos mil trabajadores que habían ido a la huelga reclamando mejores condiciones de trabajo en la época de auge de la industria salitrera, fueron asesinados por las fuerzas armadas del Presidente Pedro Montt. La fecha: 21 de diciembre de 1907. Hoy, que ustedes me leen o me escuchan, se están cumpliendo 118 años. El lugar: la escuela Domingo Santa María del puerto de Iquique. Allí estaba la cárcel a la que me invitaban.
El paisaje me dejó sin aliento: mar azul profundo y montañas absolutamente desérticas que caen a pique sobre el agua –ni una piedra, ni un arbusto, sólo enormes superficies arenosas cuyo dorado-cobrizo va cambiando a lo largo de las horas-. No sé por qué tengo especial amor por el desierto. Ese vacío imponente me estremece.
Pero más me estremecen las historias de la gente, claro. Desde ese momento, Iquique tiene para mí no sólo la resonancia de aquella canción de la adolescencia, sino también los rostros de Verónica, de Rocío, de Matilde, de Solange, de todas las otras chicas del grupo: de la boliviana cincuentona, guapa y “polentuda” que construye su propia genealogía recordando que también su Presidente y Nelson Mandela estuvieron presos, de la preciosa y triste paraguaya, de las dos chicas con sus bebés de los que tendrán que separarse cuando los chiquitos cumplan dos años.
Todas vuelven una y otra vez al dolor por las familias. “Yo quiero que ellos sepan que estoy bien”. “No quiero que mi mamá vuelva a vivir angustiada por mí”. “Extraño a mis hijos”. Bajan la voz. Se quedan pensativas. “A veces perder la memoria ayuda”. Recordar u olvidar aquello que lastima. “Usted tiene que volver acá para tener historias”, me dicen. Y yo quiero escuchar todos sus relatos, conocer todos sus miedos, saber con qué sueñan, qué las angustia. Sigue la conversación, nos reímos, juego con los bebés, se me acercan, nos abrazamos; a mitad de camino entre una charla entre amigas y una clase. Pero yo me despido y salgo de la cárcel. Ellas se quedan. Duele. Cada tanto repetían: “Desde acá no se ve el mar”. Conozco bien la nostalgia de horizonte en la mirada.
Sus palabras se me quedaron tatuadas en el corazón. Ahora llevo tatuada también la visita a “mis chicas de La Habana”. A esa cárcel en mitad del campo, pequeña, pobre, con el mismo dolor, con la misma tristeza en los ojos de todas ellas. Somos el primer consulado que propone una actividad como ésta, me dijo el Cónsul. Con su uniforme azul claro, cada una pudo pensar durante un par de horas no en su propia situación sino en el maravilloso relato de Castellanos. Si no lo han hecho, léanlo, por favor. Hablamos entonces largo y tendido del matrimonio, del papel que la sociedad les asigna a las mujeres, de violencia de género, de cuerpos y sexualidades. Como hace casi diez años en Chile, se repetía la magia: un cuento hacía que olvidaran su encierro, que pudieran verse a sí mismas desde otro lugar, que conversaran y discutieran como en cualquier salón de clase.
“Por favor, regrese”, “¿Cuándo la vemos otra vez?”, me decían, y me llenaron de papelitos con mensajes cariñosos. Yo sé que no es a mí realmente a quien esperan, sino a la libertad que sintieron al sumergirse en las páginas de un libro.
Me despedí, con un abrazo, de cada una de ellas. Con esos abrazos quisiera traerlas conmigo a ver el mar, que tan lejos les queda ahora.
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21-12-2025 - 12:01 am
Es una Ley que no sólo suena bien, sino que parece necesaria en trabajos que implican decenas de horas a la semana parados.

Desde hace un par de semanas vi que pusieron unos bancos altos en las cajas del súper al que voy. Asumí, de inmediato, que se debía a la entrada en vigor de la “Ley Silla”, la que obliga a los patrones a facilitarle un lugar donde sentarse a los empleados que, por el tipo de trabajo que desempeñan, se pasan la mayor parte de su jornada laboral de pie. Es una Ley que no sólo suena bien, sino que parece necesaria en trabajos que implican decenas de horas a la semana parados. Que haya sido necesaria una Ley para “sensibilizar” a ciertos empleadores, resulta un tanto oscuro. La pregunta es clara: ¿por qué, tras años en el negocio (cuando no décadas), a nadie se le había ocurrido que sería una buena idea que sus empleados pudieran sentarse?
Vi, entonces, esas sillas que eran, más bien, como bancos altos con un respaldo mínimo. De ésos que tienen un sistema hidráulico para ajustar la altura, de acuerdo con la estatura de los usuarios. Noté, también, que en las varias cajas que había abiertas (la temporada navideña ayuda a que abran más), ninguna de las cajeras estaba sentada.
Platiqué con una de ellas mientras pasaba mis productos.
Resulta que los patrones decidieron cumplir la Ley y compraron esos bancos para cada una de las cajeras. Muy bien. El problema es que no pensaron en el resto del mobiliario. Tras la banda por donde pasan los productos está la caja, sostenida por un mueble que va desde el piso hasta la altura de la cintura. Arriba de éste está la caja con sus diferentes accesorios. ¿Y las piernas de los cajeros? No tienen lugar para ponerse, es evidente.
Basta con echar un vistazo rápido para darse cuenta de que las sillas por sí mismas sirven de poco si no se pueden acomodar de forma tal que le permita realizar su trabajo a los empleados. En el súper (que es donde lo podemos ver con claridad), no hay forma de que se sienten y pongan las piernas en una posición cómoda. Las pueden poner de lado, es cierto, o más lejos de la banda, lo que implica un esfuerzo mayor a la hora de jalar los productos de la cinta transportadora para escanearlos. No digamos, ya, lo difícil que es usar el teclado a esa distancia.
Lo que evidencia esta “Ley Silla”, su cumplimiento obligatorio y que no haya habido patrones conscientes desde un principio (¿o ustedes recuerdan un súper donde haya sillas desde hace años y modo de usarlas?), es lo poco que les interesan a los patrones sus empleados. Más allá de la relación laboral existente, también habla mucho de la humanidad de quienes toman esas decisiones. En verdad, no parece tan difícil tener una consideración de este tipo.
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20-12-2025 - 12:05 am
Aceptar hoy el razonamiento de Trump implicaría abrir la puerta a que Estados Unidos reclamara no sólo el petróleo mexicano, sino también la industria eléctrica nacionalizada en 1960 por el Presidente Adolfo López Mateos, incluida la Comisión Federal de Electricidad.

Para quienes hemos vivido y observado la evolución política de América Latina desde mediados del siglo XX, resulta profundamente desconcertante escuchar al Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, afirmar que el petróleo que se encuentra en el subsuelo de Venezuela es propiedad de su país y que los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro lo habrían “robado”, otorgando así —según su razonamiento— el derecho a Estados Unidos de “recuperarlo”.
Esta afirmación no sólo es inesperada: contradice de manera frontal el derecho internacional vigente. Desde hace décadas, la comunidad internacional reconoce sin ambigüedad que los Estados son soberanos sobre su territorio y sobre los recursos naturales que se encuentran en él, incluido el subsuelo.
Ese principio está expresamente consagrado en la Carta de las Naciones Unidas, que en su artículo 2 reconoce la igualdad soberana de los Estados y prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial de cualquier país. Más aún, la Resolución 1803 (XVII) de la Asamblea General de la ONU, adoptada en 1962, establece el principio de la soberanía permanente de los pueblos y las naciones sobre sus recursos naturales, señalando que dichos recursos deben servir al desarrollo nacional y al bienestar de sus pueblos.
Desde entonces, este principio se convirtió en una norma central del derecho internacional contemporáneo, particularmente para los países de América Latina, África y Asia, que lo impulsaron precisamente para poner fin al despojo histórico ejercido por las potencias coloniales y sus empresas.
Para México, el precedente que pretende establecer Donald Trump es especialmente grave. Bajo esa lógica, Estados Unidos podría declararse propietario de los recursos naturales del subsuelo de cualquier país latinoamericano. En el caso mexicano, basta recordar que tras la expropiación petrolera de 1938, decretada por el Presidente Lázaro Cárdenas, empresas inglesas y norteamericanas iniciaron intensos litigios internacionales. Sin embargo, ningún organismo internacional reconoció jamás que esas empresas —ni sus Estados de origen— fueran propietarias del petróleo mexicano.
Aceptar hoy el razonamiento de Trump implicaría abrir la puerta a que Estados Unidos reclamara no sólo el petróleo mexicano, sino también la industria eléctrica nacionalizada en 1960 por el Presidente Adolfo López Mateos, incluida la Comisión Federal de Electricidad. Sería un retroceso histórico que anularía décadas de construcción jurídica internacional.
Esta visión corresponde a la lógica de los imperios conquistadores de la antigüedad: la Roma de los tiempos de Cristo, la Grecia de cinco siglos antes de nuestra era o las campañas de Gengis Kan en Asia. Es una concepción basada exclusivamente en el poder del más fuerte, incluso más primitiva que la del colonialismo moderno. Españoles e ingleses, al menos, pretendían justificar sus conquistas con argumentos —sofistas, sin duda— de evangelización, civilización o progreso. Aquí ya no hay ni siquiera ese disfraz ideológico: basta con haber explotado un recurso en el pasado para reclamarlo como propio.
Llevada a sus últimas consecuencias, esta lógica supone que un país poderoso puede apropiarse del subsuelo, de los recursos naturales y eventualmente de la fuerza de trabajo de los pueblos considerados incapaces de gobernarse a sí mismos. Puede parecer una exageración, pero no lo es más que lo que nos habría parecido, a quienes nacimos antes de 1960, que un Presidente se declarara dueño del subsuelo de otro país y anunciara su intención de “recuperarlo”.
No se trata de una idea nueva. Aristóteles, en su obra Política, escrita en el siglo III antes de Cristo, justificaba la esclavitud como parte natural de la economía griega afirmando que “los poetas tienen razón cuando dicen que los griegos tienen derecho a esclavizar a los bárbaros”. Esa misma lógica —la del fuerte sobre el débil, la del supuesto superior sobre el inferior— reaparece hoy, despojada de cualquier barniz civilizatorio.
La diferencia es que, desde la segunda mitad del siglo XX, el mundo decidió jurídicamente que ese tipo de razonamientos eran inaceptables. Desconocer la soberanía de un pueblo sobre sus recursos naturales no es una opinión política: es una negación del orden internacional construido tras dos guerras mundiales.
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20-12-2025 - 12:03 am
La hermanastra fea ha logrado todo lo que el género de terror anhela y que por desgracia se ha abaratado al usar fórmulas efectistas. Es en la mejor de las formas un cine manierista, pastiche visual que transforma fantasías y metáforas de otros tiempos en una modernización.
Ópera prima de la directora noruega Emilie Blichfeldt La hermanastra fea (The Ugly Step Sister), es una comedia negra, gore. Atrevida actualización del clásico de los hermanos Grimm y del francés Giambattista Perrault, Cenicienta, es mucho más cruda y oscura que la popular adaptación llena de clichés y edulcorada de Walt Disney. Es lo que La Sustancia de Coralie Fargeat, tendría que haber sido, pero que a pesar de su arranque espectacular terminó en efectismos y lugares comunes repetitivos. O lo que no consiguió Del Toro, tan genial en sus primeras películas como Hellboy o el Laberinto del Fauno, pero que seducido por los altos presupuestos y criterios hollywoodenses termina en la sosa adaptación de Frankenstein.
Y es que La hermanastra fea no busca complacer al público. Llena de claroscuros, en una refinada atmósfera neo-barroca y posmoderna, retrata los cuentos de terror y del Romanticismo alemán del siglo XIX, manifestación del espíritu del pueblo, de sus tradiciones y leyendas populares con personajes fantásticos pero humanos. Arquetipos que plasman las pulsiones de lo que somos.
La hermanastra fea ha logrado todo lo que el género de terror anhela y que por desgracia se ha abaratado al usar fórmulas efectistas. Es en la mejor de las formas un cine manierista, pastiche visual que transforma fantasías y metáforas de otros tiempos en una modernización que expone las conductas actuales: la eterna lucha entre el bien y el mal, la muerte, la pobreza, la tristeza, la amargura, la ambición. Como un claro ejemplo de la era del espectáculo, como lo diría Debord, la belleza convertida en don maldito, por el que se es capaz de arriesgarlo todo, incluso la vida. La obsesión cosmética que debería empezar a preocuparnos.
La protagonista no es Cenicienta, sino Elvira, la hermanastra fea de la bella e insulsa Agnes. Usa braquets, tiene una nariz espantosa, es gorda. Ella y su hermana son hijas de una ambiciosa y sensual mujer, la madrastra, que se casa con el padre de Agnes creyendo que es rico. Al morir éste, quedan en la miseria. La madrastra somete a Elvira a todo tipo de torturas para volverla bella y casarla con el bobo pero guapo príncipe. La lucha por conseguirlo se convierte en un infierno que parece no terminar.
Un proceso que tiene un exquisito gusto dionisiaco, el regodeo en la sangre, en la putrefacción, nos lleva a revisitar a los Grimm, que fueron quienes decidieron cortar los pies de las hermanastras para que les quedaran las zapatillas. Antes de vivir ese último suplicio, Elvira sufrirá cuando le arranquen los braquets, le martillean la nariz para dejarla respingada y le cosan las pestañas postizas en los párpados. Y no sólo eso, Elvira, en homenaje a la legendaria María Callas, se traga el huevo de una solitaria para poder bajar de peso.
Desesperada al no lograr la perfección, la fatalidad se le viene encima. Al perder el pelo le es colocada una peluca rubia. El hambre la lleva a consumir cantidades absurdas de comida que alimentan al monstruo que ha engendrado. Todo este espanto, se convierte en una estampa perfecta que podría haber sido pintada por un genio barroco. Son pliegues visuales de artistas como Archimboldo o El Bosco.
Escenas de una fotografía espectacular, con un diseño de vestuario bellísimo. Flores y brocados forman los hermosos atuendos. Decorados exultantes en los que hasta lo podrido y tumefacto tiene un reducto de belleza. Un logro a la altura de Visconti o Bergman en su Fanny y Alexander. La obra de Blichfeldt no es sólo una película de asombrosa estética que habla de una fea. Es, además, inteligente, aguda y voraz, elegante, decadente. Se necesita valor y mucha inteligencia para verla porque es un cine exigente en todos los sentidos.
Y la moraleja, que me parece lo más importante en una audiencia actual. La cosmética siempre ha sido una tortura. Aunque cada vez se sofistica más. Someterse a una sesión de inyecciones de bótox, exponerse a los rellenos que engrosan los labios, permitir que hilos de oro penetren nuestra dermis para estirarla y las muchas y variadas intervenciones para cambiar nuestro físico, ser más bellas y recuperar la juventud. Un negocio millonario. Cada vez más mujeres se someten sin darse cuenta de que las están convirtiendo en monstruos de bocas gigantes, ojos empequeñecidos, pieles reventadas de tanto estirarlas y sin lozanía, expresiones duras y lo peor, idénticas unas a otras.
Es la otra lectura de la película: el vicio consumista de una sociedad que se aterra con la vejez y la muerte y lo único que muestra es la absoluta negación de valores. Olvidar que ser más viejo es ser más consciente, negar la vejez es querer detener el tiempo, con un deseo imposible que sólo provoca ansiedad y vacío.
La belleza es un concepto que cambia con el tiempo. En el pasado se prolongaba por épocas completas con un mismo estilo. Con la vertiginosidad de nuestros días, cambia incesantemente. Las redes sociales atienden el ego de quien sigue el patrón de moda; al promotor cosmético le interesa que los cambios sean pasajeros y superficiales para que el consumo no se detenga. Por eso la frustración y los intentos fallidos son cada vez más dolorosos y costosos, caducan en tres meses. Lo que podríamos intentar que dure más es la belleza interior que podría contribuir a que cierta luz de experiencia, de aprendizaje y sabiduría se refleje en el rostro. No puede haber una verdadera belleza si carece de esencia. El atractivo auténtico emana de las personas, es el valor que crece o no, al paso del tiempo. Es la luz a un rostro, el encanto de las arrugas cuando la sonrisa sale de adentro. Pero si no dejamos que esto aflore sólo quedan máscaras vacías circulando. Al final, a pesar de que se cumple el designio de que gane la buena y bonita, me parece que lo que nos propone Blichfeldt es que, lejos de conseguir la belleza de Agnes, en realidad todos somos Elvira.
@Suscrowley
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20-12-2025 - 12:02 am
La idea de que el crecimiento económico era la única vía para el desarrollo fue impulsada por corrientes del modernismo económico y, más tarde, por el neoliberalismo (el llamado Consenso de Washington); instituciones como el FMI y el Banco Mundial la promovieron mediante condicionalidad y manipulación, préstamos buitres y asesorías políticas.

El sino del escorpión se ha demorado recorriendo las viejas ideas del desarrollo económico propuesto por el capitalismo del siglo pasado y aún de este, para terminar convencido de que el mentado crecimiento económico como requisito para el desarrollo es un dogma al que se ha recurrido hasta el hartazgo. En tanto, los críticos de este concepto sostienen que el crecimiento ilimitado es insostenible ecológica y socialmente, y ante ello proponen alternativas como el decrecimiento, la economía del estado estacionario, la economía del donut y enfoques centrados en la redistribución.
La idea de que el crecimiento económico era la única vía para el desarrollo fue impulsada por corrientes del modernismo económico y, más tarde, por el neoliberalismo (el llamado Consenso de Washington); instituciones como el FMI y el Banco Mundial la promovieron mediante condicionalidad y manipulación, préstamos buitres y asesorías políticas. Y eso que, añade el alacrán, desde su surgimiento estas ideas ya eran criticadas desde las academias y desde los hechos prácticos por sus efectos limitantes.
La noción tiene raíces en la teoría de la modernización de mediados del siglo XX, que planteaba que los países “atrasados” debían seguir el modelo de industrialización y mercado de los países avanzados. Las primeras críticas a este dogma partieron de la teoría de la dependencia y los estudios críticos que documentaban cómo ese enfoque ignoraba las relaciones históricas de desigualdad, las estructuras de poder y los efectos de la inserción en la economía mundial.
En la práctica, la idea se institucionalizó en políticas de estabilización, liberalización y privatización resumidas por el Consenso de Washington (1989) y promovidas durante más de medio siglo por actores como el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro estadounidense. Todo ello no obstante los probados fracasos de estas políticas en casos como el de Chile, donde el crecimiento sostenido durante las décadas de la dictadura de 1970–1990, originó y mantuvo elevados y persistentes niveles de desigualdad hasta nuestros días.
O bien el caso argentino, donde el crecimiento temporal de los años noventa fue seguido por una crisis profunda en 2001 y gravísimos retrocesos económicos y sociales provocados por la liberalización rápida de mercados, convertibilidad cambiaria y elevado endeudamiento externo. Esto resultó en la expansión de la brecha de la desigualdad y se repite de nuevo hoy en ese país.
Por fortuna hoy la investigación académica y la puesta en práctica de otras políticas apuntan ya claramente a demoler ese dogma del crecimiento económico en sí y para sí, recapitula el alacrán. Críticos como Jason Hickel han estudiado el decrecimiento necesario ante los límites biofísicos, al argumentar que el crecimiento agregado choca con los límites planetarios: para cumplir los objetivos climáticos es necesario reducir el flujo material y energético de la economía y reorientar la producción hacia el bienestar social, no hacia la expansión del PIB (¡tómala Banco Mundial!).
A su vez Kate Raworth, autora del volumen Doughnut Economics (Economía del donut), propone un diferente marco normativo: la economía debe operar dentro de un marco social mínimo (derechos y necesidades humanas) y por debajo de los límites planetarios. Su tesis central es que la política económica debe garantizar el bienestar sin sobrepasar fronteras ecológicas.
También se extienden las críticas a otro tótem del desarrollo económico: el crecimiento del Producto Interno Bruto como única meta. El economista de origen indio Amartya Sen cuestiona la primacía del crecimiento medido por el PIB como indicador de progreso; su enfoque en las capacidades humanas sitúa la libertad y las oportunidades reales de las personas como objetivo último de la política, no el mero aumento de producción agregada.
Thomas Piketty, viejo conocido de este espacio, ha aportado sus bien sustentadas críticas en textos como Crecimiento, desigualdad y legitimidad, donde si bien no apoya el decrecimiento, sí critica la fe en el crecimiento como solución automática a la desigualdad, pues la propia dinámica del capital genera concentración de riqueza, por lo que demanda políticas redistributivas y fiscales para corregirla.
Quien de plano es radical en sus propuestas es el académico Tim Jackson, cuando sostiene que la prosperidad no depende necesariamente del crecimiento continuo; sino que es posible diseñar una economía post-crecimiento que garantice bienestar mediante redistribución, trabajo decente y límites ecológicos, Jackson ofrece incluso rutas políticas para lograr esta transición.
La propuesta económica desarrollada por Herman Daly, impulsa una “economía del estado estacionario”, que estabilice población y capital físico dentro de límites ecológicos, priorizando la sostenibilidad sobre la expansión continua del producto. Georgescu-Roegen, un pionero de la economía ecológica, ha introducido también en la discusión la idea de que los procesos económicos están sujetos a la ley de la entropía. Que resume tajantemente así: los recursos finitos y la degradación irreversible implican que el crecimiento material indefinido es físicamente imposible y exige repensar la producción y el consumo.
Para rematar, hay quien, con tintes ya más ideológicos, sostiene que el decrecimiento es también una crítica cultural, cuestiona la lógica consumista y propone una convivialidad económica que reduzca la producción y el consumo innecesarios priorizando la justicia social y la autonomía local.
Estas corrientes comparten la idea de que el crecimiento por sí solo no garantiza bienestar ni sostenibilidad, y sus diferencias en énfasis y propuestas —desde reformas fiscales y redistributivas hasta límites materiales y transformaciones culturales— enriquece y amplía la discusión exigiendo la reorientación de políticas hacia la equidad y la viabilidad ecológica.
Es bueno escuchar esta diversidad de propuestas distintas al dogma del crecimiento económico como panacea, sobre todo por estos lares económicos donde dogmas como el de la imposibilidad de subir el salario mínimo o de establecer la semana laboral de 40 horas siguen siendo armas de control económico de los poderosos.
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