Mario Campa
28/11/2024 - 12:05 am
Las cartas negociadoras de México frente a la amenaza arancelaria de Trump
"México guarda algunas cartas que permitirían alcanzar acuerdos mitigadores del daño en caso de que la cooperación quede corta".
Dicen que en el intercambio comercial geografía es destino, y México padece en estas horas inciertas una nueva ronda de amenazas y caprichos del norte. Tan lejos de China y tan cerca de los Estados Unidos.
Es cierto que la relación comercial entre vecinos es asimétrica. Por ejemplo, el comercio internacional pesa el 74 por ciento del PIB en México, contra solo el 27 por ciento en Estados Unidos. Mientras que cerca de 80 de cada 100 dólares exportados por México van a Estados Unidos, solo 15 de cada 100 importados por la potencia provienen de nuestro país. Al sumar que la migración y el tráfico de narcóticos es unidireccional y que un país controla organismos multilaterales como el FMI o la OMC, es iluso pensar que México puede ponerse con Sansón a las patadas.
Y sin embargo, México guarda algunas cartas que permitirían alcanzar acuerdos mitigadores del daño en caso de que la cooperación quede corta.
Como punto de partida, el canon manda reforzar los marcos y encuadres discursivos donde más duela. Posicionar conversaciones como “Estados Unidos no es un socio confiable”, “Estados Unidos pierde aliados”, “Estados Unidos se aísla del mundo”, “Estados Unidos lidera la ola proteccionista global”, entre otras, puede activar resistencias del lado estadounidense. Al considerar que buena parte del poder blando del hegemón descansa en las relaciones que teje y en la supuesta confianza que inspira, un socio comercial impredecible en un mundo multipolar mermaría la institucionalidad que sostiene sus intereses globales. Si la crítica se origina en Norteamérica, donde Canadá pretende siempre ser el aliado número uno de Estados Unidos y México puede desalinearse como país en zona de influencia, entonces los emisores ganan relevancia. Aunque por sí mismo resultaría insuficiente, tampoco estorbaría y podría complementarse con preocupaciones del consumidor estadounidense por “Trumpflation” o un rebrote inflacionario.
Movilizar los intereses afectados por la imposición de aranceles marcaría una segunda fase de escalada. La industria automotriz, simbólica en Estados Unidos e integrada regionalmente, juega un rol crítico. Para muestra, la sesión bursátil posterior al anuncio de Trump registró caídas del 9 por ciento en General Motors, 6 por ciento en Stellantis y 3 por ciento en Ford tras la advertencia de Wall Street sobre una compresión de márgenes operativos en plena lucha por la supervivencia frente a las armadoras chinas. No solo corren riesgos las Tres Grandes de Detroit, sino proveedores como las canadienses Magna y Martinrea y las mexicanas Vitro, Nemak y Kuo, entre muchas otras. Sumar pronunciamientos de las cámaras industriales y de sindicatos abonaría al clamor sectorial.
Acompañar el relato de aislamiento en los Estados Unidos con actos según progresen o se estanquen las negociaciones sería un tercer nivel de juego. Además de adelantar represalias (legítimas ante la OMC), la opción inmediata sería flirtear con China y conversar con el embajador en México bajo el pretexto de una amenaza común. Una alternativa más audaz sería filtrar una intención informal o formal de adhesión a los BRICS+, grupo emergente que contiene al 45 por ciento de la población mundial, pesa el 35 por ciento del PIB global y sumó en 2024 a Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes. Ambas acciones tendrían un impacto más mediático que económico de corto plazo, aunque de largo podría abonar a la diversificación comercial.
Una ruta opuesta al acercamiento a potencias intermedias sería distanciarse de ellas, al menos en apariencia. Un as bajo la manga sería imponer aranceles focalizados a China para contentar a Estados Unidos y a Canadá y a la par reducir el déficit comercial con el dragón asiático, además de conseguir cierta recaudación adicional que podría usarse para combatir el contrabando de todo tipo. No obstante, la alternativa acarrea riesgos de que el gobierno de Xi Jinping tome represalias contra México, como lo hizo recién al “convencer” a sus armadoras de congelar planes de edificación de fábricas en Europa que pretendían burlar las tarifas contra sus automóviles eléctricos. Una ruta intermedia sería imponer aranceles mínimos y elevar los actos de fiscalización en ciertos segmentos o sectores tolerables para China, con quien podrían subsanarse y hasta ampliarse lazos por vías distintas a la comercial.
Por último, México tiene como último recurso aprovechar la revisión del TMEC de julio del 2026. Bajo el acuerdo alcanzado en 2020, el nuevo tratado deja abierta la posibilidad a salidas ordenadas. Si México invocara la cláusula de no continuidad, la ventaja es que tendrían que pasar 10 años (es decir hasta el 2036) para la terminación del tratado. Aunque es cierto que traería incertidumbre, daría tiempo para transitar a un nuevo régimen comercial. Por supuesto, antes que actuar queda como opción generar dudas hoy sobre la conveniencia de mantener las amarras a la economía estadounidense. Al considerar el TMEC su logro personal, cualquier desvío inesperado sería costoso para Trump por el capital político invertido.
México es vulnerable a los Estados Unidos y sus caprichos, pero puede y debe resistir con dignidad. La época dorada de la economía mexicana ocurrió sin tratado comercial, aunque es cierto que la globalización cambió las reglas del juego. Para sosiego de los anglófilos, el comercio con Estados Unidos seguirá por geografía aun en el escenario catastrófico. En cualquier caso, quedará como tarea pendiente recalibrar la fórmula de política económica para restar dependencia comercial, diversificar socios y dinamizar la demanda interna subestimada por gobiernos anteriores que ataron la vela naviera a los irregulares vientos del norte.
Entretanto, jugar con firmeza y tacto una mano adversa pero con algunos comodines puede plantar cara a cualquier seudoartista de la negociación.
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