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Susan Crowley

12/04/2025 - 12:03 am

¿Apología del crimen?

Un joven tiene el sueño de componer y expresar con su canto. Si su entorno son las drogas, el tráfico, el trasiego, la extorsión; si admira a quien es popular y hace dinero “fácil”; si su ilusión es tener un Ferrari, mujeres y joyas; si desde muy pequeño ha escuchado de la rivalidad entre cárteles y ha vuelto ídolos a los narcos; si le ha tocado presenciar asesinatos en plena luz del día; si en su familia hay desaparecidos; si su mundo está permeado de muerte: ¿de qué va a cantar?

Es encomiable el esfuerzo que se toma el Gobierno de la 4T por atender las causas que dan origen a la violencia. Más allá de las exigencias de la política de responder a expectativas de los electores, los programas vigentes (becas, pensiones, créditos, financiamientos y apoyos) hablan de un Gobierno que se interesa por su gente.

Esta semana la Secretaría de Cultura, por orden directa de la Presidenta Claudia Sheinbaum, impulsa un esfuerzo más. Una convocatoria al concurso “México Canta”. Se escucha fresca, sobre todo, por la manera entusiasta en la que la Secretaria Claudia Curiel la anuncia. Eliminatorias regionales en México y Estados Unidos, hasta llegar a una final para premiar a autores e intérpretes de música mexicana. “Nos parecía importante que desde el lado de la cultura se otorguen espacios creativos a los jóvenes”, afirma Curiel. Pero no sólo eso; el programa busca, a través de la música, evitar la exaltación de la violencia y el interés de algunos jóvenes por enfilarse a los grupos criminales atraídos por una vida lujosa y excéntrica, en medio de la ola de violencia que azota a ciertas regiones del país.

Pero en este planteamiento hay un problema de fondo. Las canciones han sido siempre un vehículo para transmitir el sentimiento más íntimo y profundo del ser humano. Desde la Edad Media, monjes, aedos, bardos y juglares, buscaban un rincón de creación al margen de su vida laboral; en él expresaban lo más oculto de sus sentimientos, anhelos igual que tristezas. En el Renacimiento la canción vivió un auge; el amor cortes medieval floreció y la inspiración fue auspiciada por reyes y príncipes. El compositor hablaba de las pasiones ocultas que nobles y mendigos padecían por igual. En el barroco el músico se alimentó del conocimiento contrapuntístico. Para el clásico y el romántico, los autores se convirtieron en los propagadores de una forma musical única. Llenaron los salones, alentando la poesía acompañada de composiciones de enorme destreza y sentimiento. Las letras no eran necesariamente positivas. Fruto de la angustia, la pobreza, la enfermedad, la pérdida o la injusticia de la guerra. Schubert, Schumann, Wolff, Mahler, Strauss, Berg crearon ciclos de canciones que merecen un sitio especial en la historia. Profundas, dolorosas hablaban lo mismo del amor, que de la vida y de la muerte. Nadie pudo impedir que el artista expresara sus pulsiones. A pesar de incómodo, la canción es un género que ha relatado una verdad particular que con el tiempo se vuelve universal.

Si realmente lo es, el artista, suele ser subversivo, es su naturaleza. Habla de lo que subyace en cada uno de nosotros, ese misterio indescifrable en el que se cuelan pulsiones, emociones y sentimientos; los convierte en imagen que trasciende lo temporal e inmediato. Visionario, sabe ver lo que a los demás se nos escapa. Ni con la historia, ni con el Estado; su obra es un compromiso irrestricto consigo mismo. Aunque incomode y duela, su fin es mostrar realidades, poco placenteras, muchas veces abyectas, crudas y dolorosas. El artista no está para maquillar la realidad, se encarga de sacarla a la luz tal cual es. Por eso el arte no es para ser aplaudido, es una expresión, quizá la más auténtica y por ello enaltecedora del ser humano. ¿Esto es proporcional al éxito, a la fama y al dinero?

Un joven tiene el sueño de componer y expresar con su canto. Si su entorno son las drogas, el tráfico, el trasiego, la extorsión; si admira a quien es popular y hace dinero “fácil”; si su ilusión es tener un Ferrari, mujeres y joyas; si desde muy pequeño ha escuchado de la rivalidad entre cárteles y ha vuelto ídolos a los narcos; si le ha tocado presenciar asesinatos en plena luz del día; si en su familia hay desaparecidos; si su mundo está permeado de muerte: ¿de qué va a cantar?

El narcocorrido es el género número uno del mercado, produce millones de pesos y también violencia y muerte. Está inmerso en la cotidianeidad de la pobreza y de la destrucción del tejido social, de las vivencias de abuso, de injusticia, de pérdida que conectan con los jóvenes que viven realidades semejantes. Influenciados por el rap y el hip hop, por ese beat que contagia, el corrido tumbado es un género urbano que surge en la calle. Aunque en una noche de fiesta las clases altas lo han vuelto suyo, pertenece a las comunidades rezagadas.

El sonido peculiar de las bandas sinaloenses ha florecido en Culiacán. Existen estudios especializados que reciben a jóvenes compositores que llevan temas relacionados con la vida de los narcos. Un narco quiere su canción, con eso legitima su leyenda. Se pagan hasta 100 mil dólares por un corrido. Se cantan los sueños con guitarras y virtuosos requintos. En las plazas públicas y en las fiestas privadas de los miembros de los cárteles. El corrido con sus clarinetes, trompetas, metales y percusión; las bandas norteñas con sus cuerdas, la tuba y el acordeón. De vernáculos, han evolucionado a ser estilos urbanos muy contemporáneos, pegajosos y de gran éxito. Nataniel Cano, Rancho Humilde, Peso Pluma, son ídolos de las redes sociales que se han convertido en los centros de educación y promoción de las masas.

Puedo entender la preocupación de que un concurso musical auspiciado por el Estado termine premiando una canción que sea una oda a la violencia. Pero si se desea ofrecer a los jóvenes artistas una plataforma para expresar su talento, hay un riesgo en establecer límites explícitos al contenido de su obra. ¿Dónde detenerse? ¿Y los textos que cosifican a la mujer o machistas también?, ¿terminarán favoreciendo las letras que “promueven” sentimientos positivos?

Peor aún, ¿quién decide qué es positivo y negativo en las canciones que escuchamos? Si ponemos a los jóvenes a cantar lo políticamente correcto ¿dónde entonces podrán expresar su angustia y la desesperación que les producen los tiempos que vivimos? O, ¿podemos esperar el próximo Despacito emanado de este concurso?

¿El corrido tumbado con letras positivas? ¿no resultará como los toros sin sangre ni muerte? Mejor prohibirlos que edulcorarlos. ¿Qué es hacer apología del crimen? ¿Una obra será premiada a partir de que es congruente con una campaña? ¿No sería útil recibir todo tipo de expresiones y a partir de esto, tratar de comprender la realidad nacional?

Strange fruit de Billy Halliday es una pequeña pieza que relata cómo, al sur de los Estados Unidos, hay unas extrañas frutas que penden de las ramas de un árbol. Acercándose un poco más se descubre que son cuerpos de esclavos negros colgados por los miembros del Kuk klux klan. Esta triste canción permitió conocer la injusticia y el dolor de miles de personas, y muchos años después se sigue cantando.

Como diría Teresa Margolles cuando se le acusó de apologista del crimen en el pabellón de México en la Bienal de Venecia de 2009, con una muestra cuya temática es la violencia producto del narcotráfico que lacera todos los días a nuestro país. Contundente, contestó: ¿De qué otra cosa podríamos hablar?

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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