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Dolia Estévez

20/10/2017 - 12:00 am

El silencio es complicidad

Cerca de 50 mujeres famosas han denunciado que ellas también fueron victimas de Weinstein. Entre éstas destacan las actrices Ashley Judd, Angelina Jolie, Rose McGowan, Cara Delevingne, Kate Beckinsale y Lena Heady, de la popular serie Games of Thrones. Sus relatos coinciden: Weinstein las invitaba a su habitación. Se desnudaba, pedía masajes y verlo bañarse, o las asaltaba sexualmente. Weinstein es el de más alto perfil, pero no el único. Otras estrellas igualmente famosas, como Jennifer Lawrence, revelaron acosos de directores, camarógrafos y empleados.

“La depravación del hombre casado (hasta la semana pasada) de 65 años de edad fue uno de los secretos mejor guardados en Hollywood”. Foto: AP

Washington, D.C.– Los recientes alegatos de hostigamiento, acoso y violación contra Harvey Weinstein, vaca sagrada de la poderosa industria cinematográfica de Hollywood, sacudieron al mundo del entretenimiento y revivieron el debate sobre cómo el poder masculino ilimitado genera espacios para el abuso contra las mujeres. En un amplio reportaje, The New York Times publicó las declaraciones de una docena de mujeres acusando a Weinstein. La investigación, que aportó nombres, describió escenas y consignó fechas, desató una cadena de denuncias públicas de grandes estrellas que narraron sus experiencias con el genio que llevó a la pantalla grande éxitos taquilleros como El Paciente Inglés (Oscar por mejor película, 1997), Pulp Fiction, El Indomable Will Hunting y Shakespeare Enamorado.

La actriz Gwyneth Paltrow, quien protagonizó a Viola de Lesseps en Shakespeare Enamorado, reveló que cuando tenía 22 años, Weinstein la contrató para el papel de Emma en la película del mismo nombre. Una reunión, presuntamente de trabajo, en una suite del hotel de Beverly Hills, terminó cuando el productor la manoseó y le pidió pasar a la recamara para que lo masajeara. “Era una niña, estaba aterrorizada”, dijo Paltrow, al acusar por primera vez públicamente al hombre que lanzó su exitosa carrera y después la ayudó a ganar un Oscar. Paltrow declaró que rechazó sus avances y que se lo comentó al actor Brad Pitt, quien entonces era su novio. Pitt confirmó el relato y dijo que a la sazón confrontó a Weinstein sin éxito.

Cerca de 50 mujeres famosas han denunciado que ellas también fueron víctimas de Weinstein. Entre éstas destacan las actrices Ashley Judd, Angelina Jolie, Rose McGowan, Cara Delevingne, Kate Beckinsale y Lena Heady, de la popular serie Games of Thrones. Sus relatos coinciden: Weinstein las invitaba a su habitación. Se desnudaba, pedía masajes y verlo bañarse, o las asaltaba sexualmente. Weinstein es el de más alto perfil, pero no el único. Otras estrellas igualmente famosas, como Jennifer Lawrence, revelaron acosos de directores, camarógrafos y empleados.

Weinstein demandaba secrecía, no solo de sus víctimas sino de colegas y subordinados. La depravación del hombre casado (hasta la semana pasada) de 65 años de edad fue uno de los secretos mejor guardados en Hollywood. Las que se atrevieron a acusarlo, terminaron arreglándose con él económicamente, impotentes ante un régimen laboral que protege los privilegios de los poderosos. Tras 30 años de complicidad, finalmente el fin de semana la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas lo expulsó. El Oscar, la codiciada figurilla de oro con la que la Academia premió a Weinstein dos veces, no sólo glorifica el talento sino la misoginia, el privilegio, el silencio y el abuso sexual.

La reconocida columnista Maureen Dowd escribió que Weinstein es sólo el último protagonista de un interminable film de horror perverso. Dowd relata el caso de Shirley Temple, la niña de los risos de oro que enamoró al público estadounidense durante la Gran Depresión. Cuando tenía nueve años, Arthur Freed, productor de una de sus películas, la convocó a su despacho sin la presencia de su madre. El hombre se abrió la bragueta y le mostró el pene. Temple, quien en su biografía dice que era la primera vez que veía un pene, soltó la carcajada. Freed la corrió indignado.

Las denuncias contra Weinstein detonaron un movimiento en redes sociales en torno al hashtag #MeToo (#YoTambién). Kelly Lisenbeen, profesional de 32 años que contó haber sido violada de adolescente, escribió en su Twitter: “Si todas las mujeres que han sido sexualmente hostigadas o asaltadas escriban #MeToo, quizá demos a los hombres el sentido de magnitud del problema”. Su valentía contagió a millones de miles de mujeres. #MeToo se volvió viral, con más de un millón de menciones en Twitter y 12 millones en Facebook en las primeras 24 horas.

The Washington Post reportó que #MeToo se expandió a otros países. Relatos de hostigamientos colmaron las redes desde Ottawa a Cairo, Paris a Sídney. “Esto ha sido parte del mundo femenino desde tiempo inmemorial”, dijo la actriz británica Emma Thompson. El presidente francés anunció que revocará a Weinstein el Premio de la Legión de Honor. En países árabes, donde la mujer es considerada un ser inferior, el movimiento se propagó bajo el hashtag #AnaKaman, traducción de #MeToo.

La elección de Donald Trump, el hombre que se jactó de manosear mujeres, cuya detestable misoginia impulsó la Marcha de las Mujeres en Washington, marcó un retroceso. Trump y Wesintein pertenecen a la misma calaña. Especímenes del poder corporativo que explota sexual y laboralmente a las mujeres.

El acoso sexual no es monopolio de los poderosos. Es una epidemia presente en todas partes y en todo el mundo. En oficinas, salas de redacciones, escuelas, canchas, hogares, restaurantes, calles, lugares públicos, etc. La Ciudad de México tiene el peor récord mundial de hostigamiento verbal y físico; el 64 por ciento de las capitalinas dice haber sido manoseada o acosada en el transporte público. Aún peor. En México, el sexismo masculino puede ser mortal. Las mujeres no solo son violadas, sino asesinadas violentamente. La violencia de genero es el pan de cada día de los machos. En el mejor de los casos, las autoridades no hacen nada, en el peor son cómplices. La impunidad es el común denominador desde el feminicidio de Ciudad Juárez hasta los actos de violencia sexual contra jóvenes y niñas en el resto del país.

Pensé dos veces unirme al movimiento #MeToo. Son experiencias que hace tiempo congelé en el archivo de los recuerdos ingratos. Todas tenemos historias. Como me dijo una amiga en FB: “Dudo que haya una mujer que no haya pasado por lo menos una mala experiencia”. Yo también lo dudo. Por fortuna la mía dista del extremismo de Weinstein. De joven fui objeto de comentarios obscenos e insinuaciones fortuitas. Conozco la vulnerabilidad de las jóvenes de hoy que no saben qué decir o cómo reaccionar; el temor y el remordimiento lacerantes. Nunca es tarde para denunciar. Le debemos a la presente y futuras generaciones de jóvenes y niñas no quedarnos calladas. El silencio es complicidad. #MeToo #YoTambién.

Twitter: @DoliaEstevez

Dolia Estévez
Dolia Estévez es periodista independiente en Washington, D.C. Inició su trayectoria profesional como corresponsal del diario El Financiero, donde fue corresponsal en la capital estadounidense durante 16 años. Fue comentarista del noticiero Radio Monitor, colaboradora de la revista Poder y Negocios, columnista del El Semanario y corresponsal de Noticias MVS. Actualmente publica un blog en Forbes.com (inglés), y colabora con Forbes México y Proyecto Puente. Es autora de El Embajador (Planeta, 2013). Está acreditada como corresponsal ante el Capitolio y el Centro de Prensa Extranjera en Washington.

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