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La Kingpedia o el amor por Stephen King: “El umbral de la noche”

31/12/2016 - 12:04 am

Después de la inaudita rareza que supondría Rabia en 1977, Stephen King fue alternando novelas más o menos afines a su estilo con otras que se distanciaban someramente de lo que el público esperaba de él, firmadas con el hoy consagradísimo seudónimo de Richard Bachman. Entre unas y otras, complementos imprescindibles como El umbral de la noche, una recopilación de cuentos publicados desde prácticamente sus tiempos de aficionado y que suponen una inmersión única en el King más clásico.

Ciudad de México, 31 de diciembre (SinEmbargo).- Aquí en la Kingpedia estamos dispuestos a desenterrar (y reivindicar, cuando proceda) al King más extraño y olvidado, pero no es el caso de esta recopilación de cuentos aparecida en 1978 y que recopila cuentos publicados en diversas revistas y con estilos bastante diversos. Del pastiche homenajeando a los maestros a secuelas no oficiales de sus éxitos en formato largo, Stephen King usa estos cuentos para experimentar y afinar técnicas. Hemos recuperado muchos de ellos (y buena parte de sus adaptaciones al cine) entre Noel Ceballos, Félix García y John Tones, tres fans del maestro que no temen a las distancias cortas.

JOHN TONES

Llegamos al primer libro de relatos de Stephen King que, a diferencia de un formato relativamente inusual y en el que el autor se prodigaría mucho más adelante, no es un libro de historias cortas escritas exprofeso para ser recopiladas en un solo volumen, sino una recopilación tal y como siempre hemos entendido este tipo de libros: una suma de relatos breves, cada uno de su padre y de su madre, de extensiones y casi que géneros y tonos muy variada, la mayoría publicados en revistas para hombres, con predominio de Penthouse y, sobre todo, de Cavalier, un magazine claramente inspirado en Playboy y desconocido por estos lares, y que combinaba con bastante fortuna entrevistas y artículos de actualidad, ficción y chicas ligeras de ropa. Y a ello se suman un puñado de inéditos. El resultado es, a mi juicio y me temo que como no podía ser de otra forma, irregular: pero para el lector habitual de King ofrece (¡como mínimo!) las mismas satisfacciones que todas las demás obras de este tramo inicial de la Kingpedia: contemplar cómo se van plantando las semillas de temas y estilos que el autor desarrollará con calma más adelante.

Y eso sin contar con las locas satisfacciones que puede proporcionar al fan de las adaptaciones chifladas al cine, claro.

NOEL CEBALLOS

Mi favorita es una que, curiosamente, no tiene adaptación al cine: El hombre que amaba las flores. Puede que tenga algo que ver con el hecho de que sea más rara que un perro verde, o que quizá pegaría mejor en una serie-antología de historias macabras, tipo Alfred Hitchcock presenta. Me gusta mucho cuando King dedica sus cuentos a desarrollar pequeñas viñetas simbólicas, como es el caso de Moralidad, quizá una de sus obras más perfectas en su crueldad. Y, quizá por ello, más terroríficas.

Pero me estoy adelantando: El umbral de la noche también tiene cosas como El cortador de césped, que sí que dio lugar a una película más bien chunga. ¡Pero no tanto como su secuela! Escuché que también había un videojuego para Mega CD y Game Boy, lo cual lo convertiría en el primer intento de construir una franquicia en torno a Stephen King (veamos qué tal les va a el año que viene los responsables de La Torre Oscura). Lo que me volvió completamente tarumba cuando leí el cuento es lo absolutamente N A D A que tiene que ver con su adaptación. King estaba jugando con la mitología y el neopaganismo… pero alguien consideró que ese título le iría realmente bien a un techno-thriller. Supongo que debió existir un breve periodo de tiempo en el que asociar el nombre del escritor a una película de mal rollo daba sus frutos en taquilla.

Sin embargo, no es la peor adaptación que ha surgido de un relato contenido en este recopilatorio. Por desgracia, el propio escritor se encargó de que así fuera.

FÉLIX GARCÍA

Sin duda Noel se refiere a Maximum Overdrive (1986), ampliamente considerada por crítica y público como la adaptación más tróspida de todas y, para colmo, escrita y dirigida por el propio King. Poco bueno se puede decir de esa película a no ser que uno sea un fanático de los monster trucks, como no sea que, al menos, sirvió para convencer a King de que su sitio estaba tras una máquina de escribir y no tras una cámara de cine. En cuanto al relato en que se basa, Camiones, puede que no sea de los mejores de la antología, pero pertenece al grupo temático no sé si dominante, pero desde luego, más numeroso y que podríamos caracterizar como “el mal encarnado en objetos de fabricación industrial”. En El umbral de la noche tenemos, además de los vehículos asesinos en Camiones, los soldaditos de juguete mortíferos en Campo de batalla, la lata de cerveza lovecraftiana en Materia gris, y la trituradora endemoniada en La trituradora, una maravilla de relato que podría describirse como Mi Hermosa Lavandería meets El Exorcista. Ni que decir tiene que este es un tipo de premisa que a veces no puede evitar caer en la parodia involuntaria al volcarse en imágenes, pero sobre el papel tiene mucho más sentido, especialmente a la luz de lo que creo que estaba haciendo King en estos años de formación que no era más que acercar los temas clásicos del horror al mundo de la clase media trabajadora yanqui. Nada de polvorientos volúmenes sacados de sabe Dios qué biblioteca arcana, nada de herencias de excéntricos parientes con residencia en los Cárpatos, cualquier objeto común de los que el lector manipula a diario puede desencadenar un infierno.

Pero la potencia terrorífica de este tipo de premisa no llegaría a ningún sitio de no estar modulada por un estilo que se le ajusta como un guante y que también vemos nacer en esta antología. Se trata de huir de una voluntad de estilo excesivamente literaria que aún lastra La primavera de fresa, probablemente la pieza más antigua de la colección (publicada originalmente en 1969), y de la imitación servil de los maestros de lo gótico del pasado. Se trata de adoptar, en su lugar, un registro coloquial más propio de la literatura oral; no es casualidad, en este sentido, que muchos de los relatos contenidos aquí estén narrados mediante diálogos. Esta es una cualidad que no ha hecho más que mejorar con los años y que yo creo que el mayor talento de King: esa capacidad para escribir como habla la gente de un lugar concreto en un momento dado. Es algo que en principio debería sufrir terriblemente con la traducción, pero que luego no le pasa tanto como cabría esperar. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido la impresión leyendo alguna de sus novelas de que el viejo Steve le estaba hablando directamente al oído?

Para comprobar esta evolución doble y paralela de temática y estilo el lector no tiene más que acudir a los dos primeros cuentos de la antología, donde creo que queda más que patente.

Portada de El umbral de la noche. Foto: eldiario.es
Portada de El umbral de la noche. Foto: eldiario.es

JOHN STONES

Una influencia muy patente en ese arranque, en efecto, y que llama la atención por la génesis de la antología: King estaba al parecer, muy atascado con un par de novelas que no salían adelante: Apt Pupil (que acabaría formando parte de Cuatro estaciones con el título en castellano de Alumno aventajado) y The House on Value Street, su tristemente inacabada novela sobre el secuestro de Patty Hearst. Teniendo en cuenta, además, que Rabia había sido publicada bajo seudónimo, su agente Bill Thompson le sugirió que recopilara algunos cuentos en un volumen que, le advirtió, después del éxito de El resplandor, sería posiblemente su libro que más se observaría con lupa hasta la fecha. Muchos relatos de la selección inicial se quedaron fuera, según Thompson y King, porque eran demasiado “de aspirante a escritor”

Y digo que es curioso porque precisamente algunos de los relatos son casi ejercicios de estilo de reverencias literarias a sus maestros. Es algo que nunca ha ocultado King (ains, La tienda, la madre que te parió, Stephen), pero que es especialmente patente en los cuentos, donde se le suelta la mano con la metaliteratura y los homenajes. A veces un poco más vergonzantes, como en Los misterios del gusano, que sí, que nos encanta como precuela loca de Salem’s Lot pero que se apropia de todo lo Innsmouth y hasta samplea frases de Lovecraft. Más conseguido está el segundo cuento de la compilación, también altamente lovecraftniano, El último turno -que tiene mucha gracia porque adapta literalmente el título de un cuento del de Providence, Las ratas en las paredes– y que, por cierto, dio pie a una simpatiquísima serie C de 1990, de cuando se adaptaba un relato de Stephen King al mes. Aunque mi pastiche lovecraftniano favorito es, obviamente Los chicos del maíz, famosa también por su adaptación al cine, pero que sabe hacer suya la iconografía cthulhuniana con una ambientación que es puritita deep Maine.

NOEL CEBALLOS

No lo había visto así, pero no hay duda de que esta recopilación es, más bien, una colección de pastiches. Basta S.A., uno de los pocos relatos inéditos, se parece tanto a un episodio de The Twilight Zone que bien podría pasar por un intento confeso por parte de King de escribir algo que después podrían haber adaptado para la serie, à la Matheson. Puede que el último cuento, el del complejo de culpa derivado de la eutanasia materna, parezca uno de los pocos que no fueron escritos como homenaje o pensando en la adaptación, pero acabo de descubrir que sí fue llevado al cine… ¡¡por Frank Darabont!! Fue uno de los cortometrajes que rodó en sus tiempos de estudiante (King vende los derechos de sus relatos cortos por un dólar a todo aspirante a cineasta que los solicite), así que podemos decir que El umbral de la noche marcó también el principio de una colaboración muy fructífera.

Y ya para ir acabando… ¿cómo de bueno es Yo soy la puerta? También muy lovecraftiano, con los horrores cósmicos tomando posesión del cuerpo de un pobre astronauta. Puede que peque demasiado de ejercicio firmado por aspirante a escritor, pero la idea de unos ojos apareciendo en el torso y extremidades de alguien que ha estado en contacto con lo que quiera que habite más allá de las estrellas me parece deliciosa. Primero, porque avanza muchas cosas que vendrán después, especialmente en La mitad oscura (yo soy el Otro, desintegración mental paralela a una putrefacción física, etc…). Y también recuerda mucho a El experimento del Doctor Quatermass y otras historias de astronautas que vuelven, pero nunca son exactamente el mismo.

FÉLIX GARCÍA

Yo soy la puerta, además, proporcionó la portada de la edición de Pomaire, la primera en español del libro, que consistía precisamente en una mano con ojos. El trope del astronauta que vuelve cambiado debe ser la expresión de un temor muy extendido durante la era espacial, a juzgar por la frecuencia con la que se repite. Tanto The Twilight Zone como Outer Limits tenían, si no me equivoco, al menos un episodio sobre ese tema, y las réplicas llegan hasta una serie tan relativamente reciente como Expediente X, pasando por películas de terror como Xtro y cómics como Los Cuatro Fantásticos de Lee y Kirby. Es uno de los muchos motivos por los que los relatos de esta antología nos parecen ahora inevitablemente ligados a una época muy concreta, pero no es el único. Entre mis favoritos también está también la idea de que todos los profesores universitarios sin excepción son folkloristas especializados en demonología, como vemos en La trituradora, y que incluso los profesores de instituto pueden llegar a dominar las artes oscuras en poco tiempo recurriendo a los servicios de la biblioteca pública como sucede en A veces vuelven. Esto de tener que recurrir a la institución docente para desempeñar la función expositiva, o sea, dar las explicaciones, hoy ya nos parece algo inaudito: para eso está internet.

Me parece que Noel tiene razón en lo de Basta S.A. y, al mismo tiempo, se queda corto. En realidad todos los cuentos de la antología serían muy adaptables al formato de serie de episodios autoconclusivos. La mayoría encajarían bien en Twilight Zone, pero algunos, como La cornisa, son carne de Alfred Hitchcock Presenta. De hecho, me parece que mucho de lo insatisfactorio que notamos en las adaptaciones cinematográficas de estos cuentos viene de la radical disparidad entre unos textos que aspiran a ser episodios de veinte minutos y la necesidad de llenar una hora y media o dos de largometraje. Si Stephen King hubiera comenzado su carrera un par de décadas antes es indudable que habría acabado escribiendo guiones para todas esas series, como un Richard Matheson o un Charles Beaumont cualquiera. Incluso puede hubiera caído algún episodio ocasional de Star Trek. Esa sí sería una ucronía que merecería la pena visitar.

Un libro de los primeros de Stephen King. Foto: Especial
Un libro de los primeros de Stephen King. Foto: Especial

JOHN STONES

La referencia a Twilight Zone y Alfred Hitchcock Presenta es obvia, porque es evidente (le pasa siempre, pero en los relatos mucho más) que King parece querer que visualicemos los relatos como películitas. Con sus elipsis en los momentos dramáticos, con sus diálogos puntuando la acción… a veces creo que es ese estilo accesible y nada rebuscado es lo que a) le mantuvo tanto tiempo alejado de la aceptación crítica; b) propició la casi continua avalancha de adaptaciones de su obra desde el minuto uno; c) ha permitido que su obra envejezca tan bien.

Hablando de adaptaciones y hablando de Basta SA, ese cuento fue adaptado, junto a La cornisa (y pichiquiteado junto a un horrible guion original de King que les daba coherencia unitaria) en una película de episodios muy estimable, Los ojos del gato, de 1985. La traigo a colación porque es inevitable pensar en series como las citadas al verla, especialmente en el fragmento de La cornisa, que con su historia de millonarios aburridos y apuestas al límite recuerda a El hombre del sur, la historia de Roald Dahl de 1948 que fue adaptada en 1960 en… Alfred Hitchcock Presenta. Estoy convencido de que un joven Stephen King debió ver esa adaptación.

Es imposible revisar a fondo todos los cuentos de la antología, alguno tan interesante y que apunta futuras maneras y argumentos como pasa en A veces vuelven (¡que también dio pie a una muy zumbona adaptación tardía!) o Marejada nocturna, que es fácil ver como un preludio de Apocalipsis. Pero lo que sí creo es que cualquier lector habitual de King suele tener claro que en sus cuentos está destilado todo lo que nos gusta de su prosa y un buen número de pistas para mapear sus temas y recursos estéticos habituales. Y además, es un espléndido catálogo de sus referentes y de sustos de primera.

NOEL CEBALLOS

Yo conozco a más de un lector y más de una lectora que adoran sus relatos por encima de sus novelas. Gente que a la quizá se le atragantan las distancias largas, pero que espera sus recopilaciones de ficción breve como agua de mayo. Curiosamente, es un comentario que también he escuchado sobre Joe Hill: fans de 20th Century Ghosts que, sin embargo, no se acabaron El traje del muerto o Cuernos. Quizá tenga que ver con la herencia de los cuentos de Poe y Lovecraft. Es decir, que hay muchísima gente para que la literatura de terror es sinónimo de sustos breves y efectivos, de un puñado de páginas que te conducen exactamente hacia donde quieren y te dejan tiritando al final. Todo en una misma sentada. Puede que, por eso, todos los relatos de este volumen sean tan efectivos: es su forma de armarlos, casi como si se tratase de un chiste. Todos tienen una punchline al final, un gran redoble, un golpe de efecto. Lo que nos vuelve locos a sus fans cuando se trata de una novela larga (su maestría para adentrarse en la psicología de los personajes, su mano izquierda para hacer avanzar tramas alambicadas, su destreza para narrar sin caer nunca en baches o lagunas) no interesa en un cuento como La cornisa, donde solo tienes que prolongar una sensación y una serie de ideas a lo largo de unas pocas páginas. Ya hemos dicho que este volumen es muy irregular, pero creo que todos los relatos consiguen ese efecto que tantos lectores buscan en él: su manera de agarrarte por las solapas en la primera frase y no soltarte hasta la última.

FÉLIX GARCÍA

Es cierto que es una opinión muy extendida entre los lectores de ficciones terroríficas que el relato es superior a la novela. ¡Una opinión que se remonta a Edgar Allan Poe, nada menos! Y es un lugar común decir que una novela no puede mantener la sensación de miedo durante toda su extensión porque a todo se acostumbra uno, aunque en el caso de King no le hace ninguna falta porque en la larga distancia afloran otras virtudes que están ausentes en los cuentos, o sea, sus superpoderes como escritor costumbrista. Y, hablando de cosas que están ausentes en estos cuentos, como lector asiduo de casi todo lo que ha publicado King en los últimos tiempos, he encontrado muy refrescante la ausencia casi total de nostalgia (bueno, asoma un poco en El último peldaño de la escalera, no por casualidad mi relato menos favorito). Ya sabréis que, últimamente, se le va mucha fuerza en evocar tiempos pasados, arcadias de provincias y demás. Pues aquí nada, lo que no deja de ser lógico ya que han pasado cuatro décadas desde su publicación, que se dice enseguida (¿cuántas antologías de aquella época soportarían hoy día una lectura de cabo a rabo?), y Stephen no tenía apenas un pasado que evocar.

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