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Melvin Cantarell Gamboa

14/05/2025 - 12:05 am

Trump como economista político

Trump debiera entender que nunca serán suficientes el poder, por enorme que sea, ni la voluntad de un hombre para producir los resultados deseados.

Trump como economista político
Donald Trump, Presidente de Estados Unidos. Foto: Xinhua

A mi amigo Jesús Ayuso

La economía política de la clase capitalista tiene por objeto el estudio de las leyes que rigen la producción de bienes materiales, su intercambio y el tipo de transacciones que se derivan de su tráfico; estas normas no son las mismas para todos los países ni para todas las épocas, son esencialmente históricas. Por otra parte, se denomina formación social al conjunto de elementos que configuran una nación o colectividad de naciones que comparten valores, intercambian bienes basados en acuerdos, comparten roles sociales, se influyen culturalmente y participan activamente entre sí. La economía mundial actual, por ejemplo, constituye una formación social que articula diferentes formas de producción con el capitalismo como modo de producción dominante. El capitalismo, se distingue de otros modos de producción por la propiedad privada de los medios de producción y la división de la sociedad en clases. Su existencia como sistema económico está basada en la búsqueda y acrecentamiento continuado de mayores beneficios y el crecimiento ininterrumpido del valor monetario con que se miden los bienes y servicios producidos por un país en un determinado periodo o PIB, indicador de la salud económica de un país; ahora bien, la alteración, obstrucción o desfase del proceso de producción de esos bienes y servicios por periodos prolongados, pueden provocar una crisis económica, con consecuencias importantes para la acumulación de capital y la estabilidad del sistema.

Históricamente el capitalismo ha vivido muchas de estas indeseadas situaciones, pero rara o nunca habían sido provocadas, como está sucediendo en el momento con Donald Trump, un aprendiz de brujo (personaje del poema homónimo "El aprendiz de brujo" de Johann W. von Goethe que describe a un aspirante a mago que en ausencia del maestro encanta a una escoba para que haga sus tareas, el utensilio se sale de control y, al no conocer la fórmula para su desencanto produce en el laboratorio del brujo un verdadero desmadre); algo semejante sucede con el Presidente norteamericano, al carecer de profundos conocimientos sobre economía política e ignorar como operan las normas que rigen el comercio entre las naciones ha provocado un verdadero embrollo en la economía mundial. Desafortunadamente, no conocer o no saber que no se sabe y creer que se domina el “hechizo” es negligente, criminal e imprudente, pues quien así actúe necesariamente hará un mal trabajo y terminará como el aprendiz goetheano, destruyéndolo todo a hachazos. Trump debiera entender que nunca serán suficientes el poder, por enorme que sea, ni la voluntad de un hombre para producir los resultados deseados; mucho menos con chantajes emocionales o distorsionando la realidad, como sucede con los narcisistas.

Hasta el momento, sus fallidas decisiones han desfondado el sistema global de comercio y puesto en peligro la estructura y los fundamentos del sistema. No obstante, la comunidad internacional ha sido incapaz de responder a Trump asertivamente y organizar un plan conjunto para enfrentarlo; en lugar de unirse en función de sus coincidencias y presentar un solo frente han preferido la confrontación cara a cara y uno a uno, lo que le proporciona al “gringo” un enorme poder de negociación y obtener algunas ventajas en su propósito de revertir los efectos negativos que por años ha acumulado la economía norteamericana: reducir el déficit comercial, aumentar la inversión productiva en el país, hacer que los capitales exportados vuelvan al país, reconstruir la industria manufacturera (la reindustrialización de los Estados Unidos es un fracaso anunciado), importar menos y exportar más, recapitalizar el país a través de la compra de activos norteamericanos; nada de esto logrará es obvio, pero le permite aparentar que ha obtenido una victoria sobre sus adversarios; prueba de esta afirmación son los exagerados autoelogios que se hace a sí mismo después de la firma de una orden ejecutiva, toma una decisión de carácter financiero o mantiene, conversaciones con otros mandatarios; los ditirámbicos autoelogios y reconocimientos que hace de su persona no tienen sustento real, no son más que puestas en escena de un espectáculo de variedades con fines escapistas y no una preocupación real para resolver problemas; de su incorrección da fe a diario la realpolitik y el rechazo popular a su política en su propio país; según encuestas recientes, la desaprueba el 69 por ciento de la población.

Ahora bien, este análisis quedaría en mera opinión o punto de vista, si no se consideraran otros factores que inciden en el problema, ya que algunos de ellos afectan directamente los intereses de pueblos que, como el nuestro, sólo aparecen como telón de fondo en este “gran teatro del mundo” montado por Donald Trump, cuando no es así.

En las páginas que siguen se describe el desarrollo histórico del modo de producción capitalista desde su formación hasta la actual crisis; mostraré cómo desde su origen brutal, cruel y perverso, el sistema actuó con maldad infinita y cómo, desde entonces, la clase capitalista sobrepuso sus intereses y los beneficios por encima de los ideales civilizadores y valores que dicen definir su expansión por el mundo; falso que hayan impulsado el uso de la razón, el progreso, la libertad de la ideas, la libertad de comercio y la igualdad; a la inversa, desde sus primeras crisis hizo lo mismo que había hecho en la transición del feudalismo al capitalismo: exterminar o deshacerse del ejército de obreros y su familia sobrante y considerarlos un lastre que había que eliminar de manera expedita a fin de continuar sin obstáculos la marcha triunfal del capitalismo; sólo que desde hace 150 años la solución no se lleva a cabo al interior del capital, sino que se ha externalizado cuidando de invisibilizar las soluciones; desde entonces, la historia universal de la infamia ha levantado un velo en torno a estos sucesos; sin embargo, sus efectos los vivimos a diario como traumas: destrucción del planeta (que amenaza la supervivencia misma de la especie homo sapiens), sequías, emergencia climática, agotamiento de los suelos agrícolas, miseria y marginación de los pueblos más pobres, explotación brutal de su fuerza de trabajo, saqueo de los recursos naturales de grandes territorios y despojo de los presupuestos nacionales de los países débiles por el pago de intereses de deuda al FMI, el Banco Mundial, bancos privados y Fondos Buitres y otros etcéteras.

Como formación social el capitalismo empezó a desarrollarse en el siglo XI, a finales de la Edad Media, con el declive de la producción agrícola, la remuneración en dinero de la renta que el campesino pagaba al señor feudal por el uso de sus tierras, fenómenos que provocaron hambre, extrema pobreza, enfermedades y pandemias de peste negra o peste bubónica, viruela y cólera que obligaron al despoblamiento del campo provocando grandes masas de migración del campo a las zonas urbanas; fenómeno que dio lugar al surgimiento de nuevas ciudades, al mismo tiempo que forzaron la multiplicación de talleres artesanales, el progreso técnico y el crecimiento de la demanda de mayor fuerza de trabajo; todo lo anterior, dio lugar a un largo periodo de transición que duró ocho siglos; concluyó con la Revolución Industrial y el establecimiento de un nuevo modo de producción que se caracteriza por la privatización de la propiedad de los medios de producción, el pago de un salario por el uso de la fuerza de trabajo obrero y la evolución hacia la nueva estructura social capitalista. El cambio no fue terso para la clase trabajadora; el arribo a las ciudades de decenas de miles de hombres, mujeres y niños en busca de ocupación y sustento creó enormes dificultades de supervivencia, hambrunas, enfermedades y miseria; cuando los problemas hacían crisis, las autoridades locales organizaron rondas de soldados para asesinar a las personas que dormían en las calles y eran consideradas seres humanos desechables. La burguesía supuso en aquel entonces que eliminando al sobrante de la población se remediarían los daños al sistema. En su libro La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra, Federico Engels describe de la siguiente manera la vida en los barrios proletarios a mediados del siglo XIX: calles sucias, con charcos de orina y excremento; el hedor de los animales de las curtidurías; frecuentes brotes de cólera, constantes epidemias de tuberculosis y tifus; las familias obreras hacinadas en una habitación o en sótanos de casas húmedas construidas junto a antiguas acequias para ahorrar dinero al propietario; los obreros trabajaban hasta el agotamiento y morían prematuramente, vestían ropas baratas que no los protegían del frío; compraban para alimentarse mercancías despreciadas por la burguesía y morían prematuramente.

A lo largo de cada una de sus grandes crisis el capitalismo buscó reducir los costos y, al mismo tiempo, aumentar la productividad por encima de sus rendimientos anteriores, buscó producir lo mismo o más con menos, principalmente en el ámbito laboral; medidas que a la larga se convirtieron en verdaderas trampas, pues toda mejora de la productividad incrementa la dimensión de la economía, profundiza la brecha salarial y produce mayor pobreza, proceso que no puede mantenerse al infinito y ha llegado a su límite sin consecuencias destructivas de carácter absoluto sobre el planeta; no obstante, “crecimiento” es la medida de una economía sana, cuando hace años que el planeta está sometido a una sobreexplotación de sus recursos, la tierra se agota por encima de su capacidad de recuperación; sin embargo, el capitalismo no puede renunciar a ese crecimiento económico. De ahí que ni Trump, ni los políticos que lo acompañan en esta “cena de negros”, puedan ofrecer soluciones que dejen satisfechos a todos. Ninguno tiene una solución válida; los países desarrollados sufrirán desacoplamientos, los países en desarrollo como Brasil, México, Sudáfrica y Vietnam seguirán recibiendo inversiones basadas en tecnologías obsoletas que no les resolverán problemas, el Sur Global y el Club de la miseria verán acrecentada su marginación y juntos continuarán su descenso a los infiernos, como expondremos en la parte final de este escrito.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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